Catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, como profesor universitario, autor de la Crítica de la razón literaria, dispone de forma abierta, libre y gratuita, de toda su actividad docente, académica e investigadora, en internet, con más de mil clases grabadas en su canal de YouTube.
De tanto defender las ideologías, los científicos
han perdido de vista la ciencia, es decir, sus propios conocimientos.
Las
ciencias tienen como objetivo el conocimiento objetivo de la realidad. Un
conocimiento que por su naturaleza ha de ser científico, crítico y sistemático.
Por su parte, ideologías, filosofías y religiones tienen, contra las ciencias,
un objetivo muy diferente, que no consiste en conocer ―ni reconocer― la
realidad, sino en cómo intervenir sobre los conocimientos científicos para
manipularlos y adulterarlos según sus propios intereses ideológicos,
filosóficos o religiosos.
La independencia de las ciencias del poder de
religiones, filosofías e ideologías es absolutamente necesario para preservar
la vida humana en las mejores condiciones posibles de libertad e inteligencia.
Es la historia sin final de Platón contra Homero, de Belarmino contra Galileo,
de Kant contra Newton, del protestantismo contra Darwin, de Nietzsche contra
Maxwell, de Heidegger contra Einstein... es la lucha, también, de la literatura
contra sus enemigos, pasados y presentes.
Porque la literatura, que no es en
absoluto una ciencia, tiene en común con las ciencias el hecho de enfrentarse a
una triple alianza de adversarios: ideólogos, filósofos y gurús.
El Estado, como configuración política constituida
en la Edad Moderna, no es que se encuentre en crisis, es que de hecho y de
derecho es una institución totalmente impotente para enfrentarse a los
acontecimientos actuales, y aún más a los que nos precipita la globalización
del siglo XXI.
Del mismo modo y de forma simultánea, la democracia es un
sistema de gobierno igualmente impotente para resolver conflictos que rebasan
sus posibilidades jurídicas, económicas y políticas.
Sin embargo, el ser humano
no es capaz de encontrar ni una alternativa al Estado, como institución
política, ni una restauración de la democracia. No hablemos ya de su necesaria
transformación o reconversión en un régimen político más favorable a las
libertades de la gente honrada y trabajadora, y mucho más respetuoso con todos
y cada uno de nosotros.
La vida humana es un autoengaño individual. La vida
política es un autoengaño, pero colectivo.
De cualquier modo, todos sabemos que
ni el Estado ni la democracia son eternos ni eviternos.
Y también sabemos que
esta certeza es perfectamente compatible con el autoengaño, individual y
colectivo.
Hay una generación con la que internet ha hecho todo tipo de experimentos: los milenaristas. No son ellos los que experimentan con internet, no, sino internet con ellos. Se han convertido, sin saberlo, en la primera generación con la que la anglosfera ha saturado impunemente su laboratorio psíquico y social. Pero no lo saben.
El presente resulta demasiado divertido como para detenerse a pensar en cualquier cosa que nos distraiga. Los ensayos internáuticos son múltiples y a grandísima escala. Los milenaristas son el patrón de los nuevos tiempos. Han sido elegidos como recursos humanos con los que se testa y comprueba la primera y principal manipulación de la globalización del siglo XXI. Son los principales protagonistas del mayor ensayo jamás ejecutado hasta el presente sobre dominio, engaño y artificio.
Las consecuencias de esta radiación informática sólo están a la vista de algunos profesionales de ciertos sectores. Pero esto es sólo el preámbulo. Porque el ensayo ha funcionado maravillosamente. Y sigue activísimo. Los acures, por el momento, están preservados.
Sólo hay dos movimientos generacionales que son vórtice de nuestro tiempo: boomers y millennials o milenaristas. Lo demás son arrequives que participan de uno u otro centrifugado y se asimilan o integran en uno de los dos remolinos. Y no nos olvidemos de que los milenaristas son una construcción diseñada por los boomers.
Cuando una presunta persona inteligente sitúa el origen del racionalismo moderno en la Ilustración, nos dice mucho acerca de su formación, pensamiento y originalidad.
Nos dice, ante todo, que carece de pensamiento original y formación propia. Nos dice, ante todo, que no dispone de alterativa a la educación convencionalmente recibida, y que se ha instalado en ella, de forma acrítica e irresponsable, como podría enquistarse en un kitsch cualquiera, en eviterna hibernación.
Nos dice, también, que no es capaz de percibir, identificar, y ni mucho menos de interpretar, el racionalismo esencial de la Edad Moderna, es decir, el racionalismo del Barroco.
Identificar la razón con la Ilustración es pacer en el yermo del esperma infértil del idealismo anglosajón. En particular, de la más estéril de todas las semillas, la del idealismo alemán. Y ―con permiso de Rubén―, nos declara, muy claramente, «no saber a dónde vamos, ni de dónde venimos».
Quien explica el racionalismo de Cervantes a través del racionalismo ilustrado y romántico, no es que haya perdido la razón: es que nunca la ha tenido. Ni sabe lo que es razonar. Quien no se da cuenta de que Quevedo es más racional que Rousseau, no es que le falte un verano: es que le faltan tres siglos decisivos de Edad Moderna, Siglos de Oro incluidos, por supuesto.
Esta es la forma de «pensar» de la casi totalidad de nuestros intelectuales, filósofos, profesores, y de más familia. Un disco rayado que emite y recita, desde hace más de 300 años, el mismo mensaje. La misma tontería. El eclipse ilustrado.
Jesús G. Maestro
El eclipse ilustrado. Sobre la ignorancia de los ilustrados y el timo de la Ilustración europea y europeísta
El siglo XXI parece imponer, con ofidia sutileza, un concepto de propiedad muy diferente al que hemos conocido históricamente, al menos hasta el siglo XX. Hoy parece que la idea de propiedad privada se ha desplazado desde la titularidad al uso o la ocupación.
La vivienda deja de ser propiedad de su titular para ser propiedad de quien la ocupa... Acaso de quien la habita. Podemos llamarlo de muchas formas.
Un texto deja de ser propiedad de su autor para ser de dominio público, aun contra las leyes convencionales de la propiedad intelectual, que nadie en internet parece cumplir, bien en nombre de la cultura libre y gratuita, bien en nombre de la piratería informática... La mayor parte de investigadores académicos y profesores universitarios publica sus trabajos de forma abierta, en múltiples páginas y repositorios.
Algo así se percibe como una forma de promoción personal, que evita al posible lector el obstáculo de pagar. Pero en realidad oculta algo inconfesable: nadie pagaría un céntimo por leer lo que se escribe, porque no vale nada. Prueba de ello es la agonía actual del periodismo digital. Las personas inteligentes leen la prensa más por esperanza que por curiosidad. Y no pagan por ello, pues consideran que la prensa no vale lo que cuenta, y no necesitan las emociones de la pseudoinformación, porque disponen de otras. Hablo de las personas inteligentes, no se confundan.
El mundo académico ha renunciado a la titularidad de derechos a cambio del narcisismo de verse en un espacio público, que, en realidad, es una biblioteca sin lectores ni transeúntes. Un callejón sin salida. Sólo hay curiosos del ocio y maledicentes morbosos. Los nuevos investigadores. La propiedad intelectual se ha desvanecido en la Universidad.
¿Cuántas personas escriben, sin firmar con su nombre propio, lo que escriben en enciclopedias internáuticas globales y en múltiples páginas de internet? ¿Cuántos de nuestros colegas renuncian, por narcisismo estéril, a la titularidad de su propiedad intelectual, e incluso a su propio nombre, y apellidos, reemplazando su onomástica por la anonimia más absoluta?
Las relaciones sociales y comunicativas del siglo XXI han destruido el sentido de la propiedad en todos los órdenes de la vida humana, social y política, científica e ideológica, comunicativa y escrituraria, artística y también oral.
Hoy es posible clonar la voz y la imagen de cualquiera de forma libre, impune y graciosa. Lo que es peligroso no sólo no se percibe como tal, sino se exhibe y promueve como gracioso y libertino. Los tontos siempre juegan con fuego... en el pajar de su propia vida. Sin saberlo. En suma, hoy puede decirse que nadie es dueño ni de su propia voz, ni de su propio rostro, ni de su propia imagen, que cualquiera puede usurpar, utilizar y ostentar rápida y fácilmente.
La impotencia de las leyes y de sus responsables es absoluta. E inédita en la Historia que vivimos y nos espera.
Una obra musical deja de ser titularidad del compositor para serlo de quien la interpreta públicamente.
Crisis y consumo, con todo tipo de urgencias y necesidades económicas, disponen el desenlace.
En Estados Unidos, el país del capitalismo por excelencia, muchas personas compartían lavadora y lavandería en sus condominios y residencias desde siempre. En muchos casos, en condiciones semejantes a las de la fracasada Unión Soviética. Algo así resultó inconfesable durante décadas, pero no por ello incierto. Fue y es innegable.
Hoy, estos hechos han llegado al corazón y a la vida urbana de las ciudades europeas, el continente de las supuestas clases medias. Hoy se vende, como un logro del progreso, el coliving. Sin duda es un logro del progreso de la miseria, de las necesidades inesquivables y de las más bajas dependencias humanas. Hoy las gentes comparten ya en cada barrio lavadora y lavandería.
Las más recientes generaciones deben compartir piso. A la fuerza, que no por placer ni por devoción. Pronto, compartirán también habitación. Y tampoco será por placer. Siempre ocurrió en conventos, cuarteles y hospitales. Tres lugares en los que la vida nunca es una vida normal, sino aislada, belicosa o enferma. Sin embargo, algo así no se había generalizado antes, como hoy, como ahora, en la vida cotidiana y normalizada. Al menos, no se había generalizado como imperativo de los «amigos del comercio».
Porque la vida del siglo XXI, diseñada por Estados Unidos para todo el mundo global, deja de ser privada, para resultar cada día más pública, y no sólo por el narcisismo infantil de las redes sociales e internet. Se comienza compartiendo lavadora, y se acaba compartiendo piso, habitación y cama. Una cama compartida, sí, pero ya no con la pareja, sino con el enemigo. Ése es el destino futuro de los más jóvenes: compartir su insomnio con el enemigo. Y fingir que algo así es hermoso y feliz. Y terapéutico.
La nómina salarial de los trabajadores ya no tendrá los complementos retributivos conocidos, sino que tendrá chistes y gracias propios de un meme. El meme tiene nombre feliz, y se llama «salario emocional». ¿Cuál es el contenido de esta memez denominada «salario emocional»? Pues el habitual: creatividad, voluntariado, conectividad, liderazgo proactivo, movilidad, inteligencia emocional... y cuantas simplezas se le ocurran al actor de turno contratado para difundirlas.
No olvidemos que el voluntariado es una forma de esclavitud, consentida en hombre de un supremacismo moral, en virtud del cual se trabaja gratis para un desconocido. Algo así como el «Dios te lo pague» de los tiempos de antes, pero con más cinismo y gracejo. Por otro lado, hablar de inteligencia emocional es lo mismo que hablar de ignorancia emocional, es decir, nada y lo contrario, porque uno y otro es lo mismo, y al unísono. La movilidad oculta realmente el zarandeo del trabajador, reducido a títere o pelele de la república internacional del dinero.
Las fronteras entre lo propio y lo ajeno se esfuman, legal o ilegalmente, y las diferencias entre lo mío y lo tuyo se desvanecen. Todo es de todos, porque nada es, en realidad, de nadie. Y cuando algo es de todos, lo es porque nadie tiene nada. Disfruten de la globalización del nihilismo. Pero no pretendan que yo me lo crea.
Jesús G. Maestro
El timo del «salario emocional» y la pérdida de toda propiedad privada
Las ideologías se han convertido hoy en el timo de las democracias. En su origen, las ideologías respondían de forma sintética a intereses gremiales, esencialmente laborales y económicos. Hoy son sólo consignas emocionales y neuróticas. En ocasiones, incluso, imperativos psicóticos.
Su destino no es resolver los problemas, sino preservar el enfrentamiento y la división. Negar la experiencia compartida.
Toda ideología contiene de forma oculta, disimulada y por supuesto latebrosa, objetivos contrarios a los de la mayor parte de la población, la misma población que se adhiere, ignorante, a la promoción de esas capciosas ideologías ablativas y limitantes.
Miedo, mentira y culpa forman parte de la comparsa mediática y masiva. El magnetismo del abismo, es decir, la mayor paradoja de las democracias: administrar la discordia emocional de la población a través de las ideologías.
Todos los debates y conflictos políticos actuales remiten a una única cuestión, que nadie se atreve a plantear explícitamente: ¿hay en realidad algún interés en la globalización por mantener la democracia? ¿Para qué quiere un mercado internacional ese conjunto de Estados que sólo molestan en la posesión exclusiva de un monopolio mercantil ajeno a todos ellos? El mercado no quiere división de poderes. El mercado hoy solo quiere su propio poder. Y sólo negocia con su propio poder.
Imposibilitar la propiedad privada no es lo mismo que prohibirla: es algo mucho peor. Es servirse seductoramente del procedimiento contrario a la prohibición para llegar al mismo objetivo: privar al ser humano de libertad y de supervivencia autónoma. Antonio Escohotado llamó a estos últimos «comunistas», mientras que Paolo Prodi calificó a los primeros de «tramposos». Unos y otros representan sendos caminos para alcanzar el mismo destino: el totalitarismo de la globalización. En suma, estas son las cuatro formas esenciales de hurto a lo largo de la Historia: robo, trampa, corrupción y... negación de la propiedad privada.
Jesús G. Maestro
Cuatro formas esenciales de robar a lo largo de la Historia: a la última no podrás sobrevivir...
De acuerdo con la más
autorizada bibliografía sobre la Historia del comercio, la economía y el
Derecho, el concepto de «hurto» en la civilización europea ―y por analogía
Occidental― ha sido objeto de tres estadios evolutivos e integradores muy
atractivos: 1) el robo en sentido estricto, como apropiación ilegal de
pertenencias ajenas; 2) la trampa y el fraude en las relaciones contrafactuales
y mercantiles, como contrapunto de la ley e incluso del mismísimo Derecho
Mercantil; y 3) la corrupción política y la adulteración del Estado de Derecho
mediante la transgresión de las leyes civiles y administrativas, merced al
poder supremo ―y sin alternativa― de un mercado global y un capitalismo
planetario.
Hoy el totalitarismo no lo ejerce el Estado, sino el mercado. Pero
esto no es todo. De hecho, esto no es ni siquiera lo esencial. Lo importante,
acaso por irreversible ―e irremisible―, es lo siguiente.
Hay un cuarto estadio
en la evolución histórica del «hurto». Una cuarta etapa que ni siquiera Paolo
Prodi en su libro sobre el séptimo mandamiento y el sacro imperativo, tan categórico
antes de Kant, «no robarás» ―Hurto y mercado en la Historia de Occidente
(2009)―, llega a sospechar, ni a intuir.
Me refiero, a título propio y sin
equívocos, a la negación de la propiedad privada. No hablo de marxismo. El
marxismo es hoy ―y desde hace décadas― un espejismo histórico sólo visible
desde una adolescencia crónica y acaso incurable, aún perdurable en seminarios
religiosos y facultades ―con minúscula― de filosofía o autoayuda. Hablo de
globalización.
Hoy el mundo se encamina hacia la negación de la propiedad
privada. Es la forma más sofisticada de hurto: impedir al ser humano el acceso
a los recursos esenciales, a cualquier recurso que le permita valerse por sí
mismo y poseer algo propio, con seguridad legal y estabilidad económica.
La
ocupación de vivienda ―amparada por la ley―, la imposibilidad financiera de
adquirirla, la incapacidad de acceder a alquileres para vivir, la limitación de
movilidad individual o personal mediante el uso de vehículo propio, o incluso
la defensa de la propia vida ―como propiedad privada esencial e irreversible―, son
sólo algunos de los pasos que preludian, a título de vanguardias mercantiles,
este proyecto global y objetivo totalitario: la negación de la propiedad
privada en todos los órdenes de la vida humana. Incluida la propia vida, es
decir, la supervivencia biológica personal. O de lo que quede de ella. Porque
no habrá Derecho que te ampare, si no es el Derecho Mercantil, cuyo objetivo no
es ampararte a ti, sino al mercado que te explota laboral y económicamente.
La
globalización del siglo XXI tiene como meta y propósito imposibilitar al ser
humano el acceso a la producción privada de todo tipo de bienes, desde la
extirpación de la soberanía alimenticia ―no podrá cultivar nada propio (la
concentración de la vida en las ciudades persigue desde hace décadas ese
desenlace)― hasta la incapacidad para acceder a ningún recurso que pueda
dotarle de una mínima autonomía o libertad.
Aislado en una urbe, su sobrevivencia
es y será totalmente vulnerable y abatible. Eso sí, se podrá pasear el perrito y se tendrá
acceso a un simulacro de «huerto» urbano: podrás jugar a los ascetas y
practicar el narcisismo de la humildad. Y a obedecer sin alternativas ni inteligencia posibles. Sentirás mucho, y no pensarás en nada, porque desde décadas llevan educándote para sentir, no para pensar. Sentirás, o no, la felicidad, pero no pensarás en tu libertad.
El ser humano de finales
del siglo XXI no será dueño de nada. Y no dispondrá de recursos para hacerse
dueño de nada. No se lo negará el Estado, pues el Estado entonces ya no existirá. Se lo negará el comercio global y sin fronteras.
El principal déficit
de recursos comienza con una educación que está por debajo de las exigencias de
la vida a la que ha de enfrentarse y de la realidad contra la que habrá de
luchar. La fragilidad de recursos sanitarios viene inmediatamente después o
incluso es simultánea. Los autónomos serán franquiciados, y el parasitismo será
lo que ya es: una forma de supervivencia extrema y por completo dependiente.
Hoy aún vive un breve repertorio de generaciones que ha hecho de su vida una
realidad de bienes privados, y que ha tenido la posibilidad ―no por todos
aprovechada con la misma legalidad y fortuna― de haber forjado sus mejores o
peores patrimonios. Son las últimas generaciones que han luchado, estudiado y
trabajado como las nuevas ya no lo pueden hacer, ni acaso saben hacer. Porque
no se les ha enseñado ni inducido a hacerlo. Ni mucho menos, exigido.
Los más jóvenes,
auténticos «Mowglis» o «niños de la selva» del siglo XXI, usan este verbo ―exigir―
como sujetos, nunca como complementos indirectos. Estos descendientes pagarán
más por recibir la herencia ―si la hubiere, destino muy dudoso, pues sus padres
no están para muchas verbenas― que legalmente les corresponde que lo que esa
misma herencia vale en efectivo. Muchos de estos «Mowglis» se verán obligados
incluso a renunciar a ella por falta de liquidez.
Téngase en cuenta que la
fiscalización, como el pago de impuestos ―incontables―, es la forma legal que
los Estados democráticos, en el estertor de su actual agonía política, utilizan
para apropiarse ―naturalmente de forma tan legal como abusiva― de la producción
personal ―y de la propiedad privada― del ser humano.
Si esto no es «hurto»,
usen el diccionario de Orwell (la Academia no se ocupa de estas cosillas). En todos los cementerios reina el idealismo, y el de los elefantes no es una excepción. Advierte además que el Derecho Mercantil no es un diccionario, sino algo que, cada
día, se parece más a una apagóresis. Internet, redes sociales y medios de comunicación masiva ya se encargan de recordarte diariamente que a la globalización conviene llegar con la agenda muy bien aprendida.
Jesús G. Maestro
Hacia la negación de la propiedad privada en la globalización del siglo XXI
No es el comercio el que necesita la democracia para su supervivencia, puesto que antes y después de cualquier democracia ha habido siempre comercio. Es la democracia la que necesita el Estado, para su supervivencia y para la supervivencia de los demócratas. Sin democracia, hay comercio, pero sin Estado, no hay democracia.
El futuro está marcado por un mercado sin Estado, es decir, por un comercio sin democracia. Éste es el imperativo nuclear de la nueva globalización.
Jesús G. Maestro
Historia del capitalismo: orígenes de la globalización comercial del siglo XXI. Paolo Prodi y su teoría del mercado
El miedo es una fuerza que impide al ser humano convertirse en lo que desea ser. Es la distancia que separa tu vida de los objetivos y consecuencias que pretendes conseguir.
La fuerza de esa impedimenta bélica se puede superar de varias formas.
Una de ellas es el fanatismo gregario, que desvía el miedo hacia el desarrollo de ciertas patologías encubiertas y muy eficaces. Éste suele ser el itinerario fácil de los cobardes acomplejados y timoratos empoderados.
Otra forma de superarlo es servirse de la razón individual, mucho más difícil de desarrollar que la adhesión gremial, y que exige mucho más valor, fuerza sostenida y extremada astucia e inteligencia.
El ser humano casi siempre supera el miedo, pero no en todos los casos de forma saludable y positiva. Unas veces lo desactiva con estrategias operatorias racionales y efectivas, pero otras veces desarrolla estrategias patológicas que, negadoras idealmente del miedo, convierten a quien lo sufre en una criatura desviada de sus intenciones y objetivos originales.
El miedo extravía la vida y la arruina. La exaltación gregaria de un ideal es siempre la tapadera estratégica de un miedo que se pretende conjurar o contrarrestar. Sin éxito.
El feminismo es el miedo a sufrir ―sin alternativas posibles― las libertades, con frecuencia idealizadas, del varón. El inconsciente es ―como el narcisismo colectivo y gregario― el miedo a las razones, ideas y costumbres de quien vive de modo diferente ―pero próximo― a nosotros. La Ilustración europeísta del siglo XVIII es el miedo al poder de España, a su Historia, su ciencia y su literatura, que la leyenda negra anglosajona desacreditó con una fuerza propagandística que llega incluso a nuestros días.
Detrás de cada idealista exaltado hay un miedo ―matriz y soterrado―, que ha extraviado y desviado patológicamente el curso de una intención fracasada, a la que este idealismo se adscribe con ceguera y sin desengaño posible.
El desengaño exige superar el miedo a asumir la realidad. Renunciar al desengaño equivale a perpetuarse en el idealismo y en el miedo. Es la cronificación de una vida equivocada. Porque el miedo ―como el fanatismo― te hace renunciar antes a la vida que al error.
Hoy, el triunfo del miedo es el fracaso de la democracia.
Jesús G. Maestro
¿Qué es el miedo? Una definición y tres ejemplos sintéticos y útiles
El miedo es una experiencia psicológica que, causante de ansiedad, está provocada por la incapacidad de gestionar las consecuencias de determinados hechos ―reales o imaginarios― que escapan a nuestro conocimiento, poder y voluntad.
Esta incapacidad se manifiesta en situaciones habituales, inesperadas o recurrentes, y normalmente se supera o se evita. Pero, si no se dispone de facultades o recursos para superar un miedo recurrente, tal vez esta incapacidad puede proceder de una vulnerabilidad específica, que suele verse estimulada y potenciada por determinadas formas de conducta, exposición y relación, que nos sitúan en tiempos y espacios inconvenientes y peligrosos. Es el cronotopo maligno.
Indudablemente, el miedo es una reacción de alerta, que opera como un vector preventivo y defensivo, y que conviene gestionar y controlar lo antes posible. Cuando el miedo se convierte en una reacción que no logra sofocarse ni reorganizarse, puede desembocar en una experiencia patológica creciente.
Algo así debe evitarse ―o potenciarse, si el propósito es destruir a una sociedad o a una persona―, por la sencilla razón de que, si crece, destruye de forma perversa y enfermiza al sujeto ―o al colectivo gregario― que lo padece, le somete a voluntades ajenas y le inocula sentimientos de culpa que no le pertenecen.
Hoy se habla más del narcisismo que del miedo, cuando este último es un polizón que acompaña todos nuestros actos, sentimientos, pensamientos y omisiones.
El miedo a la libertad del prójimo explica el origen y pervivencia de todo tipo de religiones, filosofías e ideologías.
El ser humano se agrupa en órdenes religiosas, escuelas filosóficas y grupos ideológicos para sentirse más seguro frente a la libertad de los demás. Y, por supuesto, para limitarla, contrarrestarla o exterminarla, siempre que sea posible.
El inconsciente mismo, tal como lo plantea Freud, es el miedo a la razón de los demás. El inconsciente es siempre muy consciente de las razones ajenas.
Explicar el miedo exige ponerlo en relación con hechos de los que hasta hoy nadie ha hablado con claridad suficiente. El miedo es el tabú de las personas inteligentes.
La estupidez dispone de una fuerza demasiado
inteligente como para subsistir por sí sola. Algo más hay en ella que no se
confiesa.
Que millones de personas sean diariamente devoradas por las redes
sociales y el consumo de contenidos absolutamente estériles e improductivos,
cuya emoción los absorbe y ciega, es algo que se produce por algo más que
estupidez... Hay algo más, algo más hondo y más potente que la misma
estulticia, trabajando sin descanso en la mente necia de un inútil.
Esta
autoanulación del ser humano sólo se produce en un mundo sin salidas. En un
mundo sellado, sin puertas ni ventanas. Nada más irónico y malévolo que llamar
«ventana» a la pantalla de un callejón sin salida, llamado también ordenador.
Un mundo que ha perdido la consciencia o exigencia de satisfacer necesidades
más urgentes y vitales.
Por muy idiota que seas, hay cosas a las que no te
dedicas a menos que vivas en un anémico y anómico callejón sin salida en el que
no es posible ninguna revolución. El mundo parece ya una cárcel, una jaula o
pecera sin objetivos ni esperanzas. No puede ser cierto algo así, todavía.
Sin
embargo, hay cosas que sólo tienen lugar bajo una especie de coma emocional o
intelectual. Cualquier cosa vale más que hacer de tu vida un estercolero de
emoticonos.
Cuando la gente ve tonterías y dedica su tiempo a las estupideces
de internet ―desde la geopolítica hasta la pornografía, pasando por supuesto
por la filosofía y la autoayuda―, es por alguna razón más que la idiotez.
Hay
algo más... Algo que ha estallado justamente en nuestro tiempo, y que no se
daba antes de igual modo... Es una necesidad básica morbosamente satisfecha...
un no tener que hacer nada inteligente para mantener vivas ciertas constantes
vitales básicas y parásitas... un no tener que cazar, sembrar la tierra o
luchar por la vida.
Un suicidio colectivo para que otros ―desconocidos y
poderosos― vivan mejor que tú.
El flautista de Hamelin no está en ninguna red
social. Los ratones están en todas.
Jesús G. Maestro
La nueva represión sexual del siglo XXI: contra miedo, mentira y culpa
Ninguna debilidad se amerita nunca exhibiendo fracasos.
La fuerza es una razón que los débiles minusvaloran mucho más de lo debido, por no pensar seriamente qué es lo que ha convertido a alguien que razona supuestamente peor que ellos en una persona más fuerte y poderosa.
Cuando alguien es más fuerte que tú, lo es por razones que tú seguramente desconoces.
Y esas razones, para ti ignotas, son la clave de tu propia debilidad.
Jesús G. Maestro
La nueva represión sexual del siglo XXI: contra miedo, mentira y culpa
Si la democracia cuenta hoy con el apoyo de los amigos del comercio, no es porque el gran capital sea demócrata, sino porque la democracia les ofrece más consumidores que otro sistema político. Por el momento.
Es una cuestión de cantidad. El día en que un totalitarismo les ofrezca más consumidores que la democracia, los amigos del comercio apoyarán a ese ―o a cualquier otro― totalitarismo. No es una cuestión de principios, sino de consecuencias. El mercado quiere consumidores, no demócratas. Y la consecuencia es el dinero, no la democracia, ni mucho menos los principios.
Hoy, la mayoría de los consumidores quieren ser demócratas. Bien. A los amigos del comercio les parece bien.
Cuando la mayoría de los consumidores se identifiquen con un totalitarismo, y sean mayoritariamente partidarios de un régimen totalitario, a los amigos del comercio les parecerá igual de bien.
Los amigos del comercio no tienen prejuicios, a diferencia de la gente que los odia o los detesta, a la vez que los persigue y alimenta. Los amigos del comercio no tienen prejuicios ni ideología: tienen dinero. La ideología, como los prejuicios, se diseñan para ti. Para tu dieta y tu consumo habituales. Y para que te comportes como es debido, jugando a cambiar el mundo y todas esas cosillas.
Además de tener dinero, los amigos del comercio acostumbran a razonar mucho más y mejor que tú. Disponen de un racionalismo que con excesiva y arriesgada frecuencia sus enemigos ignoran.
La mayoría siempre gana. La razón viene, vuelve y se transforma después, una y otra vez, y se adapta, fácilmente, a lo que haga falta. Para eso están la prensa y la publicidad, el Derecho, las leyes, la filosofía, la religión y la política. La ciencia está mejor entre bastidores, circulando como un secreto más o menos bien guardado. La literatura... La literatura es mejor que se llame «escritura creativa», y que sea, como en los Estados Unidos de hoy, uno de esos ―naturalmente comerciales― géneros de autoayuda y autoengaño. Y todos contentos, es decir, felices. Es mejor que el Quijotesiga siendo un libro incomprensible para los idealistas.
Los amigos del comercio no son idealistas. Idealista es el que ignora cómo funciona la realidad.
Cuando Pérez Reverte dice que nos equivocamos de
Dios, ¿habla del imperio español o del imperio romano? Porque desde Edward
Gibbon, fueron precisamente los ilustrados ―a quienes Pérez admira
consuetudinariamente― los que afirmaron que quienes se equivocaron de Dios
fueron los romanos, al renunciar a sus propios valores y a su politeísmo
mitológico en favor de la teocracia de Pablo de Tarso.
Y no hará falta añadir
que el Dios de Lutero muere en brazos de Nietzsche, en el fragmento 125 de La
gaya ciencia, en una fecha tan tardía como 1882. Faltaban sólo dos años
para la publicación de La Regenta de «Clarín».
Si Nietzsche hubiera
leído a Cervantes ―¿he de citar aquí también a Pérez?― con la debida atención,
se habría percatado de que ya en el Quijote, las Novelas ejemplares y, sobre todo en La
Numancia, la literatura cervantina es una literatura deicida.
Mucho antes
que Nietzsche, Cervantes ha reemplazado en su literatura la razón teológica por
la razón antropológica.
En el Siglo de Oro español hay más racionalismo y
crítica ―y dialéctica― que en toda la Ilustración anglosajona y afrancesada
juntas.
Jesús G. Maestro
Pérez Reverte, tu punto débil y el mito de los niños lectores
Cuando los curas escribían pornografía, porque
sabían hacerlo mejor que nadie, en el Siglo de Oro español, había novelas que
se titulaban La lozana andaluza (1528), como la de Francisco Delicado,
clérigo cordobés, editor y humanista.
Seguimos hoy esperando encontrar títulos
equivalentes a La Celestina o Lazarillo de Tormes, La señora
Cornelia, El celoso extremeño o El viejo celoso, por no
hablar de El coloquio de los perros o El amante liberal, en el
puritano y liberal (valga la antanaclasis) mundo protestante.
No diré el Quijote,
pues algo así ya sería un golpe bajo innecesario, superior incluso al sarcasmo
y el escarnio. No hace falta exhibir constantemente que el único as de la
literatura universal lo tenemos nosotros.
Lo cierto es que hoy, los extremos,
de nuevo, se tocan, y no sólo para hacer manitas.
Los problemas sexuales
comenzaron con Lutero, el Gran Hermano contemporáneo de filosofías, religiones
e ideologías totalitarias.
Hoy, Lutero, como siempre, quiere mandar más que
Dios, pero, también como siempre, ignora que no puede organizar la vida mejor
de lo que la vio y contó un español como Cervantes.
La literatura es lo único
que, desde siempre, puede defendernos de filosofías, religiones e ideologías,
es decir, del miedo, la mentira y la culpa. La virtud sólo existe allí donde
hay un vicio que ocultar.
Háganse un favor, sobre todo si les gusta la autoayuda: cuando hablen de escritura creativa, créanse literatos, siéntanse poetas, considérense novelistas, repútense dramaturgos..., pero sepan que no lo son, so pena de autoengaño y narcisismo intensos. Porque «hacer» o «perpetrar» (no hay otros verbos) escritura creativa, creyendo escribir literatura, es como beber leche en polvo en lugar de leche de vaca, consumir carne sintética en vez de solomillo o respirar aire acondicionado en lugar de brisa marina o aire de monte limpios. La originalidad no consiste en desarrollar una patología, sino en saber evitarla.
El idealismo científico no
es posible sin la intervención fanática y extrema de las ideologías. Es un
fenómeno que se manifiesta en la Historia de forma periódica, y deja como
consecuencia una resaca de frustración, impotencia y resentimiento, cuya
venganza, contras las ciencias, asumen inmediatamente la religión, la filosofía
y la autoayuda ideológica más irascible. La ansiedad que provocó el positivismo
decimonónico se saldó con el éxito de Nietzsche, Freud y Heidegger, entre otros
gurús y hechiceros del más allá que profetizaban ―apocalípticos― en el más
acá.
Cuanto más débil es
psicológicamente el ser humano, más vulnerable es a caer en la red que tejen
para él las religiones, las filosofías y las ideologías. Las personas fuertes
no son susceptibles del mismo modo a estas formas retóricas de dominio y
sumisión. En realidad, no suelen serlo apenas de ningún modo: las ignoran y
desprecian. La religión condena a quien no la profesa, la filosofía minusvalora
a quien no la aprecia y las ideologías declaran la guerra a quien no las
secunda. Unas ofrecen salvación eterna, otras prometen una forma de vida
superior y engreída, y las últimas aseguran derechos gremiales a quienes se
unen a ellas. Son modos de incurrir en megalomanías, narcisismos y gregarismos.
Son los tres géneros históricos del autoengaño colectivo: religión, filosofía e
ideologías. Placebos de fortaleza exterior y gregaria que disimulan una
superlativa debilidad psicológica individual e íntimamente inconfesable.
Algunas personas consideran,
no sin razones, que hay algo peor que un Estado totalitario, y piensan en la República
de Platón, en la Ciudad de Dios de Agustín de Hipona o en la utopía socialista
de Carlos Marx. No nos olvidemos, tampoco, de la globalización trazada hoy por
los «amigos del comercio». Todas ellas son las diferentes máscaras del mismo
totalitarismo, en el que una y otra vez religiones, filosofías e ideologías se
dan la mano de forma latebrosa y permanente.
Hoy las ideologías exigen a
las ciencias ir contra natura. El comercio ha encontrado aquí un
importante mercado. A diferencia de lo ocurrido en el siglo XIX, hoy el
imperativo no es ir más allá de lo posible, sino en contra de lo necesario.
Ésta es la preceptiva posmoderna: hacer creer que es factible científicamente
invertir sin consecuencias el curso de la naturaleza. Foucault, lejos de
resolver el problema, lo legitimó en una de sus formulaciones más fanáticas: el
narcisismo de un ego sexualmente idealista y absoluto, con propio derecho
a todo, incluido el derecho a alterar, en su individualista y exclusivo
beneficio, el curso natural de la naturaleza, ignorando fabulosamente todas las
consecuencias reales.
El ser humano es un diseño
de la naturaleza, no un diseño de la ciencia. La interacción entre ciencia y
naturaleza no puede llevarse gratuitamente a extremos que desemboquen en la
destrucción de uno de ambos polos. La ingeniería de la naturaleza dispone que
los seres humanos se complementen mutuamente en su anatomía, psicología y
fisiología. Nótese que religiones, filosofías e ideologías siempre han nacido y
crecido con la obsesión patológica de intervenir en las relaciones sexuales
humanas de un modo obstinado e insaciable.
No hay religión, ni
filosofía, ni ideología, que no haya tratado de pontificar cómo deben ser,
imperativamente, las relaciones ―por supuesto sexuales― entre los seres humanos.
Y lo han hecho siempre para dañarlo todo, es decir, para estropear y adulterar
―con sus creencias, ideas y prejuicios― la unidad que, al fin y al cabo, el
macho y la hembra naturales y biológicos protagonizan en su desarrollo vital.
Esta unidad que el macho y la hembra buscan, de forma natural, y por instinto
humano esencial, es lo que hace posible la vida en la Tierra.
Una de las formas más
sofisticadamente astutas y recurrentes de destruir la vida en la Tierra es
intervenir en las relaciones sexuales de las especies ―sobre todo la especie
humana― para dañarlas, estropearlas y malograrlas. Siempre en nombre de una
religión, una filosofía o una ideología. Es difícil exterminar la vida, porque
la biología se abre paso sobre todas las cosas, y, por supuesto, sobre los
venenos de la religión, la filosofía y las ideologías, las cuales, hay que
constatarlo, se transforman históricamente, una y otra vez, para seguir hastiando
a todos y cada uno de nosotros,es decir
―dicho en crudo― jodiendo a todo dios.
Ansiedad de idealismo científico: intervención fanática y extrema de religión, filosofía e ideología