Hace ya más de dos siglos, por lo menos, si no recuerdo mal, logré recuperar unos manuscritos que me interesaban enormemente. Se trataba de tres relaciones o testimonios escritos por personas que tuvieron el infortunio de tropezarse conmigo en un momento dado de sus vidas.
Durante un largo tiempo me atribuí a mí mismo, fraudulentamente, por supuesto, la autoría de estos relatos. Disponían de algún ingenio, y la verdad es que en cierto modo, y no por casualidad, tengo razones para considerarme artífice de todo cuanto en ellos se relata y se delata. Sin embargo, sus verdaderos autores fueron otros, seres un tanto singulares, como se verá, y muy desafortunados, pues se empeña-ron en dejarse seducir hasta sus tuétanos por mis palabras e influencias poderosas. Me imaginaban, como todos los seres emocionalmente deficientes, tal como me necesitaban, mas nunca cual yo realmente era. Los idealistas son así, carne de mercado. Su cabeza es un mellón de paja ardiente.
Aquí dejo ya estos testimonios de ciertos momentos reveladores de mi vida. Para mí no tienen hoy la menor importancia, pero algunas de mis víctimas se entretenían con ellos antes de acabar sus horas como los protagonistas de tan impensables desenlaces. Aunque dijera quién soy, nadie me creería. La gente no mira la verdad, porque está enamorada de la apariencia y la mentira, del idealismo y la traición. Tantos siglos de espera han valido la pena. Soy muy afortunado de vivir en democracia.