Los idealistas no saben qué hacer con la
literatura. Realmente, nunca han sabido qué hacer con la literatura. Cuando se
enfrentan a ella, se encuentran en un laberinto. En todos los casos, fingen
ante sus lectores una inteligencia de la que carecen, y que sólo resulta
alucinante para quienes, peores aún que ellos, por su ignorancia, se dejan
encantar y fascinar por palabras que les suenan bien simplemente porque no las
entienden. Y no las entienden porque nada significan. Lo peor de un ignorante
no es que no sepa distinguir un redondel de una circunferencia, según la
geometría, o un Mi sostenido de un Fa natural, según la escala cromática. Lo
peor es que no permite ni tolera que los demás sean capaces de distinguirlo y de
explicárselo.
La crítica literaria está sobresaturada,
sobre todo desde la Ilustración y el Romanticismo, de gentes que creen que
interpretar la literatura es escribir y publicar «cosas bonitas» sobre
literatura, desde citas ectópicas de metáforas ajenas hasta frases de autoayuda
que sólo se pueden cultivar en las emociones más básicas de un tercer mundo
semántico y bobalicón.
A la gente se la seduce por sus deficiencias emocionales, no por su inteligencia. Eso lo sabe muy bien todo tipo de sofistas, intelectuales y amigos del comercio. Y de este modo se la conduce hacia los laberintos del siglo XXI, de modo que nadie pueda salir de ellos. La ignorancia individual desemboca en la hipnosis colectiva. Porque hay algo peor que un ignorante que desconoce lo que la literatura es: hablo del impostor que utiliza la literatura para engañar a sus posibles lectores. Servirse de la literatura para timar al prójimo es algo acaso tan infame como servirse de la medicina para privar de vida a un ser humano contra su voluntad y conocimiento. Porque privar a alguien de una vida inteligente es uno de los mayores actos de crueldad y vileza que pueden darse en este mundo.
Jesús G. Maestro
A la gente se la seduce por sus deficiencias emocionales,
no por su inteligencia: los timadores