Cada cierto tiempo algún medio de comunicación habla de la endogamia en la Universidad[1], como si esta endogamia hubiera aparecido hoy, careciera de historia y genealogía, y no formara parte de la esencia de la democracia, de los intereses de un Estado desigualado por autonomías injustas e incoherentes, y por una vocación de privilegiar intereses colectivos totalmente ajenos a la ciencia, la investigación y la calidad académica.
El problema de la endogamia universitaria española está totalmente relacionado con la partición del Estado en comunidades autónomas, enrocadas unas contra otras e impermeables absolutamente a toda presencia ajena de quien ha nacido o se ha formado en el pueblo de al lado. Es imposible pretender una Universidad no endogámica, o aspirar a ella, cuando la estructura territorial y política de un país está totalmente endogamizada, y de forma irreversible, acaso irrecuperable.
Se trata, pues, de un problema que no tiene solución. Es una herida, una lesión, inherente a la propia democracia. Nuestro sistema político tiene tumores que le costarán la supervivencia, pero esto es algo que hoy nadie quiere ver, ni oír, ni mentar. Ni mucho menos curar.
Algunos dinosaurios universitarios, que han formado parte de la endogamia desde que nacieron, fingen ataques de histeria académica cuando oyen hablar a otros de endogamia universitaria, como si semejante peste no les debiera a ellos la fertilidad, el cuidado y las garantías de preservación de la que gozan en grupo y se jactan, individualmente, en privado. En público, por supuesto, se rasgan las vestiduras. No son malos actores, pero son mejores agentes. Porque en privado siguen fertilizando la endogamia. Pero es bonito decir, en público, que la endogamia deteriora la calidad de la Universidad. ¿Y...? ¿Y qué? ¿Acaso no es lo que la democracia ha dispuesto? ¿Hay alguna universidad que haga lo contrario?
Yo estudié en la Universidad de Oviedo la licenciatura y el doctorado. Oposité en la Universidad de Vigo, sin endogamia, hace justo 30 años, para optar al curso 1994-1995 como profesor. Las posibilidades que la democracia me dio y me da para cambiar de Universidad, gracias a la endogamia, son nulas. De aquí, a la jubilación.
El extranjero es aún peor. Mucho peor. He trabajado en varias universidades de varios países extranjeros y sé de qué hablo. No creo en los fantasmas ni en los relatos de emigrantes frustrados. Al emigrante no le queda más remedio que reconocer que lo peor del extranjero es lo mejor del mundo. Fui, vi y volví. No creo en historias foráneas. Allí la endogamia no es geográfica o territorial, sino que se articula mediante camarillas extraterritoriales y globalistas, y resulta aún mucho más cruda, letal y obstaculizante.
Que levanten la mano mis colegas españoles que, demócratas todos, no trabajen como docentes en la misma Universidad en que han estudiado licenciatura y doctorado. Puedo poner incluso un ejemplo de universidad suiza donde ha ocurrido lo mismo. Este mediterráneo lleva descubierto milenios.
Si yo, hoy, como catedrático, opositara a un puesto de titular en mi área de conocimiento en cualquier universidad de mi Estado, España, mis colegas votarían en contra y, como catedrático, no conseguiría ni una plaza de titular. Mis propios colegas y amigos votarían por la endogamia antes que por mí. Porque la amistad es gratuita, y fingida, y los intereses profesionales, no. Y porque yo me iré un día, pero la endogamia, no. La endogamia es más rentable que yo y que cualquiera de nosotros. La endogamia es más valiosa que la democracia.
Y si adujera, como mérito en una oposición, haber escrito y publicado una obra como la Crítica de la razón literaria, peor aún. Ningún colega reconoce, si no es a regañadientes, el éxito ajeno. La envidia es la forma más siniestra de admiración. Lo sabemos. Y nos la pela. Vivir en el desengaño tiene sus ventajas. No es amargura, no, ni mucho menos. Amargura es la que tienen quienes envidian, desengaño es lo que preserva a quienes no tenemos ninguna razón para envidiar a los demás. El desengaño es la sala vip de las capacidades profesionales. Se llama conocimiento del medio para la supervivencia.
Me río yo de la meritocracia, de la libertad y de la calidad científica o investigadora propuesta por agencias nacionales o internacionales, terrestres o extraterrestres, burocráticas todas, y nacidas para obstaculizar la carrera académica de las personas más valiosas y trabajadoras, así como también me río de todas sus exigencias, tan inútiles como pseudoacadémicas. Es ridículo. Me recuerda a los chistes de Voltaire, ese pedante del humor, que quiso ser Quevedo, y acabó siendo un Woody Allen de la época, una caricatura de esa Francia ilustrada y maquillada cursimente bajo los efectos de su propio espejismo.
Quien conoce la realidad en que trabaja no necesita ni sueños ni mentiras que justifiquen nada. No necesita agencias de evaluación que midan su trabajo: no necesita que le juzgue quien tiene menos currículum que el suyo propio. Es el mundo al revés.
El autoengaño es el consuelo de los impotentes. Y la endogamia es la forma suprema de autoengaño en la Universidad, tanto española como extranjera. Porque quien no conoce cómo funciona la Universidad fuera de España es un inocente y un incauto respecto a las formas más perversas, letales y globalistas de endogamia académica.
Sin embargo, nada se justifica, y menos aún mutuamente. Nuestras democracias, lejos de combatir la endogamia, la preservan latebrosamente. Busquen en internet estos términos endogamia y universidad. Su disco duro quedará saturado. Su cabeza, también. Y la vista, nublada. Llevamos así décadas. Y nada va a cambiar. Nada.
Más les
diré: en una generación, acaso antes, ninguna Universidad tendrá en plantilla
profesores que no hayan nacido, crecido y estudiado en la misma comunidad
autónoma y, por supuesto, en la misma Universidad, en la que han cursado sus
estudios. El onanismo académico será absoluto. Y, como es bien sabido, el
precio de la autonomía es la esterilidad. Pero de esto, nuestra democracia no
quiere saber nada. Hay Estados, no sólo de ánimo, a los que la infertilidad
parece hacerles felices. Sarna, con gusto, no pica, dice el refrán. Y si pica,
no mortifica.
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NOTA
[1] «La
Rey Juan Carlos adjudica de forma endogámica el 70% de sus plazas de profesor»,
afirma un medio de comunicación el 4 de noviembre de 2024, como si el mundo
hubiera comenzado ese día.
Hablemos de la endogamia universitaria