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Hablemos de la endogamia universitaria

 




Cada cierto tiempo algún medio de comunicación habla de la endogamia en la Universidad[1], como si esta endogamia hubiera aparecido hoy, careciera de historia y genealogía, y no formara parte de la esencia de la democracia, de los intereses de un Estado desigualado por autonomías injustas e incoherentes, y por una vocación de privilegiar intereses colectivos totalmente ajenos a la ciencia, la investigación y la calidad académica. 

El problema de la endogamia universitaria española está totalmente relacionado con la partición del Estado en comunidades autónomas, enrocadas unas contra otras e impermeables absolutamente a toda presencia ajena de quien ha nacido o se ha formado en el pueblo de al lado. Es imposible pretender una Universidad no endogámica, o aspirar a ella, cuando la estructura territorial y política de un país está totalmente endogamizada, y de forma irreversible, acaso irrecuperable. 

Se trata, pues, de un problema que no tiene solución. Es una herida, una lesión, inherente a la propia democracia. Nuestro sistema político tiene tumores que le costarán la supervivencia, pero esto es algo que hoy nadie quiere ver, ni oír, ni mentar. Ni mucho menos curar. 

Algunos dinosaurios universitarios, que han formado parte de la endogamia desde que nacieron, fingen ataques de histeria académica cuando oyen hablar a otros de endogamia universitaria, como si semejante peste no les debiera a ellos la fertilidad, el cuidado y las garantías de preservación de la que gozan en grupo y se jactan, individualmente, en privado. En público, por supuesto, se rasgan las vestiduras. No son malos actores, pero son mejores agentes. Porque en privado siguen fertilizando la endogamia. Pero es bonito decir, en público, que la endogamia deteriora la calidad de la Universidad. ¿Y...? ¿Y qué? ¿Acaso no es lo que la democracia ha dispuesto? ¿Hay alguna universidad que haga lo contrario? 

Yo estudié en la Universidad de Oviedo la licenciatura y el doctorado. Oposité en la Universidad de Vigo, sin endogamia, hace justo 30 años, para optar al curso 1994-1995 como profesor. Las posibilidades que la democracia me dio y me da para cambiar de Universidad, gracias a la endogamia, son nulas. De aquí, a la jubilación. 

El extranjero es aún peor. Mucho peor. He trabajado en varias universidades de varios países extranjeros y sé de qué hablo. No creo en los fantasmas ni en los relatos de emigrantes frustrados. Al emigrante no le queda más remedio que reconocer que lo peor del extranjero es lo mejor del mundo. Fui, vi y volví. No creo en historias foráneas. Allí la endogamia no es geográfica o territorial, sino que se articula mediante camarillas extraterritoriales y globalistas, y resulta aún mucho más cruda, letal y obstaculizante. 

Que levanten la mano mis colegas españoles que, demócratas todos, no trabajen como docentes en la misma Universidad en que han estudiado licenciatura y doctorado. Puedo poner incluso un ejemplo de universidad suiza donde ha ocurrido lo mismo. Este mediterráneo lleva descubierto milenios. 

Si yo, hoy, como catedrático, opositara a un puesto de titular en mi área de conocimiento en cualquier universidad de mi Estado, España, mis colegas votarían en contra y, como catedrático, no conseguiría ni una plaza de titular. Mis propios colegas y amigos votarían por la endogamia antes que por mí. Porque la amistad es gratuita, y fingida, y los intereses profesionales, no. Y porque yo me iré un día, pero la endogamia, no. La endogamia es más rentable que yo y que cualquiera de nosotros. La endogamia es más valiosa que la democracia. 

Y si adujera, como mérito en una oposición, haber escrito y publicado una obra como la Crítica de la razón literaria, peor aún. Ningún colega reconoce, si no es a regañadientes, el éxito ajeno. La envidia es la forma más siniestra de admiración. Lo sabemos. Y nos la pela. Vivir en el desengaño tiene sus ventajas. No es amargura, no, ni mucho menos. Amargura es la que tienen quienes envidian, desengaño es lo que preserva a quienes no tenemos ninguna razón para envidiar a los demás. El desengaño es la sala vip de las capacidades profesionales. Se llama conocimiento del medio para la supervivencia. 

Me río yo de la meritocracia, de la libertad y de la calidad científica o investigadora propuesta por agencias nacionales o internacionales, terrestres o extraterrestres, burocráticas todas, y nacidas para obstaculizar la carrera académica de las personas más valiosas y trabajadoras, así como también me río de todas sus exigencias, tan inútiles como pseudoacadémicas. Es ridículo. Me recuerda a los chistes de Voltaire, ese pedante del humor, que quiso ser Quevedo, y acabó siendo un Woody Allen de la época, una caricatura de esa Francia ilustrada y maquillada cursimente bajo los efectos de su propio espejismo. 

Quien conoce la realidad en que trabaja no necesita ni sueños ni mentiras que justifiquen nada. No necesita agencias de evaluación que midan su trabajo: no necesita que le juzgue quien tiene menos currículum que el suyo propio. Es el mundo al revés. 

El autoengaño es el consuelo de los impotentes. Y la endogamia es la forma suprema de autoengaño en la Universidad, tanto española como extranjera. Porque quien no conoce cómo funciona la Universidad fuera de España es un inocente y un incauto respecto a las formas más perversas, letales y globalistas de endogamia académica. 

Sin embargo, nada se justifica, y menos aún mutuamente. Nuestras democracias, lejos de combatir la endogamia, la preservan latebrosamente. Busquen en internet estos términos endogamia y universidad. Su disco duro quedará saturado. Su cabeza, también. Y la vista, nublada. Llevamos así décadas. Y nada va a cambiar. Nada. 

Más les diré: en una generación, acaso antes, ninguna Universidad tendrá en plantilla profesores que no hayan nacido, crecido y estudiado en la misma comunidad autónoma y, por supuesto, en la misma Universidad, en la que han cursado sus estudios. El onanismo académico será absoluto. Y, como es bien sabido, el precio de la autonomía es la esterilidad. Pero de esto, nuestra democracia no quiere saber nada. Hay Estados, no sólo de ánimo, a los que la infertilidad parece hacerles felices. Sarna, con gusto, no pica, dice el refrán. Y si pica, no mortifica.




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NOTA

[1] «La Rey Juan Carlos adjudica de forma endogámica el 70% de sus plazas de profesor», afirma un medio de comunicación el 4 de noviembre de 2024, como si el mundo hubiera comenzado ese día.



Hablemos de la endogamia universitaria



Estado y democracia

 


El Estado, como configuración política constituida en la Edad Moderna, no es que se encuentre en crisis, es que de hecho y de derecho es una institución totalmente impotente para enfrentarse a los acontecimientos actuales, y aún más a los que nos precipita la globalización del siglo XXI. 

Del mismo modo y de forma simultánea, la democracia es un sistema de gobierno igualmente impotente para resolver conflictos que rebasan sus posibilidades jurídicas, económicas y políticas. 

Sin embargo, el ser humano no es capaz de encontrar ni una alternativa al Estado, como institución política, ni una restauración de la democracia. No hablemos ya de su necesaria transformación o reconversión en un régimen político más favorable a las libertades de la gente honrada y trabajadora, y mucho más respetuoso con todos y cada uno de nosotros. 

La vida humana es un autoengaño individual. La vida política es un autoengaño, pero colectivo. 

De cualquier modo, todos sabemos que ni el Estado ni la democracia son eternos ni eviternos. 

Y también sabemos que esta certeza es perfectamente compatible con el autoengaño, individual y colectivo.


Jesús G. Maestro



El timo del «salario emocional» y la pérdida de toda propiedad privada

 





El siglo XXI parece imponer, con ofidia sutileza, un concepto de propiedad muy diferente al que hemos conocido históricamente, al menos hasta el siglo XX. Hoy parece que la idea de propiedad privada se ha desplazado desde la titularidad al uso o la ocupación. 

La vivienda deja de ser propiedad de su titular para ser propiedad de quien la ocupa... Acaso de quien la habita. Podemos llamarlo de muchas formas.

Un texto deja de ser propiedad de su autor para ser de dominio público, aun contra las leyes convencionales de la propiedad intelectual, que nadie en internet parece cumplir, bien en nombre de la cultura libre y gratuita, bien en nombre de la piratería informática... La mayor parte de investigadores académicos y profesores universitarios publica sus trabajos de forma abierta, en múltiples páginas y repositorios. 

Algo así se percibe como una forma de promoción personal, que evita al posible lector el obstáculo de pagar. Pero en realidad oculta algo inconfesable: nadie pagaría un céntimo por leer lo que se escribe, porque no vale nada. Prueba de ello es la agonía actual del periodismo digital. Las personas inteligentes leen la prensa más por esperanza que por curiosidad. Y no pagan por ello, pues consideran que la prensa no vale lo que cuenta, y no necesitan las emociones de la pseudoinformación, porque disponen de otras. Hablo de las personas inteligentes, no se confundan. 

El mundo académico ha renunciado a la titularidad de derechos a cambio del narcisismo de verse en un espacio público, que, en realidad, es una biblioteca sin lectores ni transeúntes. Un callejón sin salida. Sólo hay curiosos del ocio y maledicentes morbosos. Los nuevos investigadores. La propiedad intelectual se ha desvanecido en la Universidad. 

¿Cuántas personas escriben, sin firmar con su nombre propio, lo que escriben en enciclopedias internáuticas globales y en múltiples páginas de internet? ¿Cuántos de nuestros colegas renuncian, por narcisismo estéril, a la titularidad de su propiedad intelectual, e incluso a su propio nombre, y apellidos, reemplazando su onomástica por la anonimia más absoluta? 

Las relaciones sociales y comunicativas del siglo XXI han destruido el sentido de la propiedad en todos los órdenes de la vida humana, social y política, científica e ideológica, comunicativa y escrituraria, artística y también oral. 

Hoy es posible clonar la voz y la imagen de cualquiera de forma libre, impune y graciosa. Lo que es peligroso no sólo no se percibe como tal, sino se exhibe y promueve como gracioso y libertino. Los tontos siempre juegan con fuego... en el pajar de su propia vida. Sin saberlo. En suma, hoy puede decirse que nadie es dueño ni de su propia voz, ni de su propio rostro, ni de su propia imagen, que cualquiera puede usurpar, utilizar y ostentar rápida y fácilmente. 

La impotencia de las leyes y de sus responsables es absoluta. E inédita en la Historia que vivimos y nos espera. 

Una obra musical deja de ser titularidad del compositor para serlo de quien la interpreta públicamente.

Crisis y consumo, con todo tipo de urgencias y necesidades económicas, disponen el desenlace. 

En Estados Unidos, el país del capitalismo por excelencia, muchas personas compartían lavadora y lavandería en sus condominios y residencias desde siempre. En muchos casos, en condiciones semejantes a las de la fracasada Unión Soviética. Algo así resultó inconfesable durante décadas, pero no por ello incierto. Fue y es innegable. 

Hoy, estos hechos han llegado al corazón y a la vida urbana de las ciudades europeas, el continente de las supuestas clases medias. Hoy se vende, como un logro del progreso, el coliving. Sin duda es un logro del progreso de la miseria, de las necesidades inesquivables y de las más bajas dependencias humanas. Hoy las gentes comparten ya en cada barrio lavadora y lavandería. 

Las más recientes generaciones deben compartir piso. A la fuerza, que no por placer ni por devoción. Pronto, compartirán también habitación. Y tampoco será por placer. Siempre ocurrió en conventos, cuarteles y hospitales. Tres lugares en los que la vida nunca es una vida normal, sino aislada, belicosa o enferma. Sin embargo, algo así no se había generalizado antes, como hoy, como ahora, en la vida cotidiana y normalizada. Al menos, no se había generalizado como imperativo de los «amigos del comercio». 

Porque la vida del siglo XXI, diseñada por Estados Unidos para todo el mundo global, deja de ser privada, para resultar cada día más pública, y no sólo por el narcisismo infantil de las redes sociales e internet. Se comienza compartiendo lavadora, y se acaba compartiendo piso, habitación y cama. Una cama compartida, sí, pero ya no con la pareja, sino con el enemigo. Ése es el destino futuro de los más jóvenes: compartir su insomnio con el enemigo. Y fingir que algo así es hermoso y feliz. Y terapéutico. 

La nómina salarial de los trabajadores ya no tendrá los complementos retributivos conocidos, sino que tendrá chistes y gracias propios de un meme. El meme tiene nombre feliz, y se llama «salario emocional». ¿Cuál es el contenido de esta memez denominada «salario emocional»? Pues el habitual: creatividad, voluntariado, conectividad, liderazgo proactivo, movilidad, inteligencia emocional... y cuantas simplezas se le ocurran al actor de turno contratado para difundirlas. 

No olvidemos que el voluntariado es una forma de esclavitud, consentida en hombre de un supremacismo moral, en virtud del cual se trabaja gratis para un desconocido. Algo así como el «Dios te lo pague» de los tiempos de antes, pero con más cinismo y gracejo. Por otro lado, hablar de inteligencia emocional es lo mismo que hablar de ignorancia emocional, es decir, nada y lo contrario, porque uno y otro es lo mismo, y al unísono. La movilidad oculta realmente el zarandeo del trabajador, reducido a títere o pelele de la república internacional del dinero. 

Las fronteras entre lo propio y lo ajeno se esfuman, legal o ilegalmente, y las diferencias entre lo mío y lo tuyo se desvanecen. Todo es de todos, porque nada es, en realidad, de nadie. Y cuando algo es de todos, lo es porque nadie tiene nada. Disfruten de la globalización del nihilismo. Pero no pretendan que yo me lo crea.


Jesús G. Maestro



El timo del «salario emocional»
y la pérdida de toda propiedad privada



La paradoja de la democracia






Las ideologías se han convertido hoy en el timo de las democracias. En su origen, las ideologías respondían de forma sintética a intereses gremiales, esencialmente laborales y económicos. Hoy son sólo consignas emocionales y neuróticas. En ocasiones, incluso, imperativos psicóticos. 

Su destino no es resolver los problemas, sino preservar el enfrentamiento y la división. Negar la experiencia compartida. 

Toda ideología contiene de forma oculta, disimulada y por supuesto latebrosa, objetivos contrarios a los de la mayor parte de la población, la misma población que se adhiere, ignorante, a la promoción de esas capciosas ideologías ablativas y limitantes. 

Miedo, mentira y culpa forman parte de la comparsa mediática y masiva. El magnetismo del abismo, es decir, la mayor paradoja de las democracias: administrar la discordia emocional de la población a través de las ideologías.


Jesús G. Maestro



Democracia y globalización

 





Todos los debates y conflictos políticos actuales remiten a una única cuestión, que nadie se atreve a plantear explícitamente: ¿hay en realidad algún interés en la globalización por mantener la democracia? ¿Para qué quiere un mercado internacional ese conjunto de Estados que sólo molestan en la posesión exclusiva de un monopolio mercantil ajeno a todos ellos? El mercado no quiere división de poderes. El mercado hoy solo quiere su propio poder. Y sólo negocia con su propio poder.


Jesús G. Maestro



Estas son las 4 formas esenciales de hurto a lo largo de la Historia

 





Imposibilitar la propiedad privada no es lo mismo que prohibirla: es algo mucho peor. Es servirse seductoramente del procedimiento contrario a la prohibición para llegar al mismo objetivo: privar al ser humano de libertad y de supervivencia autónoma. Antonio Escohotado llamó a estos últimos «comunistas», mientras que Paolo Prodi calificó a los primeros de «tramposos». Unos y otros representan sendos caminos para alcanzar el mismo destino: el totalitarismo de la globalización.  En suma, estas son las cuatro formas esenciales de hurto a lo largo de la Historia: robo, trampa, corrupción y... negación de la propiedad privada.


Jesús G. Maestro


Cuatro formas esenciales de robar a lo largo de la Historia:
a la última no podrás sobrevivir...



¿Se encuentra actualmente la democracia en un laberinto o en un callejón sin salida?

 




La democracia es una palabra que designa un sistema de gobierno. Nada más, o nada menos. Sólo cuando ese sistema de gobierno se materializa y actúa como tal, es decir, sólo cuando la democracia adquiere un contenido y una realización políticos, sólo entonces podemos decir de qué tipo de democracia hablamos y en qué consiste la ejecución de ese sistema de gobierno denominado «democracia».

Todo sistema de gobierno entre seres humanos, sea democrático o no, es un sistema político. La política es la organización del poder, es decir, la administración de la libertad, en un Estado, entre los miembros de ese Estado y en relación con otros Estados. 

En nuestros días, en la mayor parte de Occidente, esta organización del poder político, esta administración de la libertad bajo el Estado, y entre otros Estados, se denomina «democrática». Pero las cosas no son sólo según su nombre, y no son sólo cuestión de lenguaje, filología o lingüística. Las cosas exigen para su conocimiento y uso algo más que palabras. Y la democracia no es solamente una cuestión de palabras. ¿Puede la democracia sobrevivir a la desaparición de los Estados a los largo de este siglo XXI?

En Occidente, la organización del poder político del Estado, que actualmente llamamos así, «democracia», está intervenida por un contenido hoy determinante, que funciona como un auténtico disolvente de la propia democracia. Este contenido se llama posmodernidad, y cuenta, además, con componentes muy específicos y potentes, a los que voy a referirme a continuación, en este libro, Ensayo sobre el fracaso histórico de la democracia en el siglo XXI. Los contenidos de la posmodernidad son los principales disolventes y emulsionantes de los sistemas de gobierno llamados democráticos. Son su cáncer. Dicho de otro modo: los objetivos de la posmodernidad son los principales desvertebradores de los Estados modernos y democráticos, constituidos desde el Renacimiento europeo, desde los siglos XV y XVI.

Esto equivale a afirmar que la permeabilidad y tolerancia que la democracia muestra hacia la posmodernidad desembocan en la descomposición y destrucción de los Estados modernos y democráticos. La democracia, como continente político, se destruye a sí misma, al saturarse de contenidos antidemocráticos.

El proceso es lento, pero seguro e irreversible, porque en nuestros días la democracia, gracias a la posmodernidad, se encuentra en un callejón sin salida, del que sin duda nada ni nadie la sacará ni por donde entró ―pues la Historia no permite desandar lo andado: es irreversible siempre―, ni de forma pacífica ―pues los cambios políticos son violentos, por más que la violencia no sea nunca (como la Justicia) igual para todos―. 


Jesús G. Maestro



¿Se encuentra actualmente la democracia
en un laberinto o en un callejón sin salida?



La negación de la propiedad privada en la globalización del siglo XXI

 





De acuerdo con la más autorizada bibliografía sobre la Historia del comercio, la economía y el Derecho, el concepto de «hurto» en la civilización europea ―y por analogía Occidental― ha sido objeto de tres estadios evolutivos e integradores muy atractivos: 1) el robo en sentido estricto, como apropiación ilegal de pertenencias ajenas; 2) la trampa y el fraude en las relaciones contrafactuales y mercantiles, como contrapunto de la ley e incluso del mismísimo Derecho Mercantil; y 3) la corrupción política y la adulteración del Estado de Derecho mediante la transgresión de las leyes civiles y administrativas, merced al poder supremo ―y sin alternativa― de un mercado global y un capitalismo planetario. 

Hoy el totalitarismo no lo ejerce el Estado, sino el mercado. Pero esto no es todo. De hecho, esto no es ni siquiera lo esencial. Lo importante, acaso por irreversible ―e irremisible―, es lo siguiente. 

Hay un cuarto estadio en la evolución histórica del «hurto». Una cuarta etapa que ni siquiera Paolo Prodi en su libro sobre el séptimo mandamiento y el sacro imperativo, tan categórico antes de Kant, «no robarás» ―Hurto y mercado en la Historia de Occidente (2009)―, llega a sospechar, ni a intuir. 

Me refiero, a título propio y sin equívocos, a la negación de la propiedad privada. No hablo de marxismo. El marxismo es hoy ―y desde hace décadas― un espejismo histórico sólo visible desde una adolescencia crónica y acaso incurable, aún perdurable en seminarios religiosos y facultades ―con minúscula― de filosofía o autoayuda. Hablo de globalización. 

Hoy el mundo se encamina hacia la negación de la propiedad privada. Es la forma más sofisticada de hurto: impedir al ser humano el acceso a los recursos esenciales, a cualquier recurso que le permita valerse por sí mismo y poseer algo propio, con seguridad legal y estabilidad económica. 

La ocupación de vivienda ―amparada por la ley―, la imposibilidad financiera de adquirirla, la incapacidad de acceder a alquileres para vivir, la limitación de movilidad individual o personal mediante el uso de vehículo propio, o incluso la defensa de la propia vida ―como propiedad privada esencial e irreversible―, son sólo algunos de los pasos que preludian, a título de vanguardias mercantiles, este proyecto global y objetivo totalitario: la negación de la propiedad privada en todos los órdenes de la vida humana. Incluida la propia vida, es decir, la supervivencia biológica personal. O de lo que quede de ella. Porque no habrá Derecho que te ampare, si no es el Derecho Mercantil, cuyo objetivo no es ampararte a ti, sino al mercado que te explota laboral y económicamente. 

La globalización del siglo XXI tiene como meta y propósito imposibilitar al ser humano el acceso a la producción privada de todo tipo de bienes, desde la extirpación de la soberanía alimenticia ―no podrá cultivar nada propio (la concentración de la vida en las ciudades persigue desde hace décadas ese desenlace)― hasta la incapacidad para acceder a ningún recurso que pueda dotarle de una mínima autonomía o libertad. 

Aislado en una urbe, su sobrevivencia es y será totalmente vulnerable y abatible. Eso sí, se podrá pasear el perrito y se tendrá acceso a un simulacro de «huerto» urbano: podrás jugar a los ascetas y practicar el narcisismo de la humildad. Y a obedecer sin alternativas ni inteligencia posibles. Sentirás mucho, y no pensarás en nada, porque desde décadas llevan educándote para sentir, no para pensar. Sentirás, o no, la felicidad, pero no pensarás en tu libertad.

El ser humano de finales del siglo XXI no será dueño de nada. Y no dispondrá de recursos para hacerse dueño de nada. No se lo negará el Estado, pues el Estado entonces ya no existirá. Se lo negará el comercio global y sin fronteras. 

El principal déficit de recursos comienza con una educación que está por debajo de las exigencias de la vida a la que ha de enfrentarse y de la realidad contra la que habrá de luchar. La fragilidad de recursos sanitarios viene inmediatamente después o incluso es simultánea. Los autónomos serán franquiciados, y el parasitismo será lo que ya es: una forma de supervivencia extrema y por completo dependiente. 

Hoy aún vive un breve repertorio de generaciones que ha hecho de su vida una realidad de bienes privados, y que ha tenido la posibilidad ―no por todos aprovechada con la misma legalidad y fortuna― de haber forjado sus mejores o peores patrimonios. Son las últimas generaciones que han luchado, estudiado y trabajado como las nuevas ya no lo pueden hacer, ni acaso saben hacer. Porque no se les ha enseñado ni inducido a hacerlo. Ni mucho menos, exigido. 

Los más jóvenes, auténticos «Mowglis» o «niños de la selva» del siglo XXI, usan este verbo ―exigir― como sujetos, nunca como complementos indirectos. Estos descendientes pagarán más por recibir la herencia ―si la hubiere, destino muy dudoso, pues sus padres no están para muchas verbenas― que legalmente les corresponde que lo que esa misma herencia vale en efectivo. Muchos de estos «Mowglis» se verán obligados incluso a renunciar a ella por falta de liquidez. 

Téngase en cuenta que la fiscalización, como el pago de impuestos ―incontables―, es la forma legal que los Estados democráticos, en el estertor de su actual agonía política, utilizan para apropiarse ―naturalmente de forma tan legal como abusiva― de la producción personal ―y de la propiedad privada― del ser humano. 

Si esto no es «hurto», usen el diccionario de Orwell (la Academia no se ocupa de estas cosillas). En todos los cementerios reina el idealismo, y el de los elefantes no es una excepción. Advierte además que el Derecho Mercantil no es un diccionario, sino algo que, cada día, se parece más a una apagóresis. Internet, redes sociales y medios de comunicación masiva ya se encargan de recordarte diariamente que a la globalización conviene llegar con la agenda muy bien aprendida.


Jesús G. Maestro


Hacia la negación de la propiedad privada
en la globalización del siglo XXI



Es mentira afirmar que el comercio necesita la democracia

 



No es el comercio el que necesita la democracia para su supervivencia, puesto que antes y después de cualquier democracia ha habido siempre comercio. Es la democracia la que necesita el Estado, para su supervivencia y para la supervivencia de los demócratas. Sin democracia, hay comercio, pero sin Estado, no hay democracia. 

El futuro está marcado por un mercado sin Estado, es decir, por un comercio sin democracia. Éste es el imperativo nuclear de la nueva globalización.


Jesús G. Maestro


Historia del capitalismo:
orígenes de la globalización comercial del siglo XXI.
Paolo Prodi y su teoría del mercado



El triunfo del miedo es el fracaso de la democracia

 




El miedo es una fuerza que impide al ser humano convertirse en lo que desea ser. Es la distancia que separa tu vida de los objetivos y consecuencias que pretendes conseguir. 

La fuerza de esa impedimenta bélica se puede superar de varias formas. 

Una de ellas es el fanatismo gregario, que desvía el miedo hacia el desarrollo de ciertas patologías encubiertas y muy eficaces. Éste suele ser el itinerario fácil de los cobardes acomplejados y timoratos empoderados. 

Otra forma de superarlo es servirse de la razón individual, mucho más difícil de desarrollar que la adhesión gremial, y que exige mucho más valor, fuerza sostenida y extremada astucia e inteligencia. 

El ser humano casi siempre supera el miedo, pero no en todos los casos de forma saludable y positiva. Unas veces lo desactiva con estrategias operatorias racionales y efectivas, pero otras veces desarrolla estrategias patológicas que, negadoras idealmente del miedo, convierten a quien lo sufre en una criatura desviada de sus intenciones y objetivos originales. 

El miedo extravía la vida y la arruina. La exaltación gregaria de un ideal es siempre la tapadera estratégica de un miedo que se pretende conjurar o contrarrestar. Sin éxito. 

El feminismo es el miedo a sufrir ―sin alternativas posibles― las libertades, con frecuencia idealizadas, del varón. El inconsciente es ―como el narcisismo colectivo y gregario― el miedo a las razones, ideas y costumbres de quien vive de modo diferente ―pero próximo― a nosotros. La Ilustración europeísta del siglo XVIII es el miedo al poder de España, a su Historia, su ciencia y su literatura, que la leyenda negra anglosajona desacreditó con una fuerza propagandística que llega incluso a nuestros días. 

Detrás de cada idealista exaltado hay un miedo ―matriz y soterrado―, que ha extraviado y desviado patológicamente el curso de una intención fracasada, a la que este idealismo se adscribe con ceguera y sin desengaño posible. 

El desengaño exige superar el miedo a asumir la realidad. Renunciar al desengaño equivale a perpetuarse en el idealismo y en el miedo. Es la cronificación de una vida equivocada. Porque el miedo ―como el fanatismo― te hace renunciar antes a la vida que al error.

Hoy, el triunfo del miedo es el fracaso de la democracia.


Jesús G. Maestro



¿Qué es el miedo?
Una definición y tres ejemplos sintéticos y útiles



Amigos y enemigos del comercio

 



Si la democracia cuenta hoy con el apoyo de los amigos del comercio, no es porque el gran capital sea demócrata, sino porque la democracia les ofrece más consumidores que otro sistema político. Por el momento. 

Es una cuestión de cantidad. El día en que un totalitarismo les ofrezca más consumidores que la democracia, los amigos del comercio apoyarán a ese ―o a cualquier otro― totalitarismo. No es una cuestión de principios, sino de consecuencias. El mercado quiere consumidores, no demócratas. Y la consecuencia es el dinero, no la democracia, ni mucho menos los principios. 

Hoy, la mayoría de los consumidores quieren ser demócratas. Bien. A los amigos del comercio les parece bien. 

Cuando la mayoría de los consumidores se identifiquen con un totalitarismo, y sean mayoritariamente partidarios de un régimen totalitario, a los amigos del comercio les parecerá igual de bien. 

Los amigos del comercio no tienen prejuicios, a diferencia de la gente que los odia o los detesta, a la vez que los persigue y alimenta. Los amigos del comercio no tienen prejuicios ni ideología: tienen dinero. La ideología, como los prejuicios, se diseñan para ti. Para tu dieta y tu consumo habituales. Y para que te comportes como es debido, jugando a cambiar el mundo y todas esas cosillas.

Además de tener dinero, los amigos del comercio acostumbran a razonar mucho más y mejor que tú. Disponen de un racionalismo que con excesiva y arriesgada frecuencia sus enemigos ignoran.

La mayoría siempre gana. La razón viene, vuelve y se transforma después, una y otra vez, y se adapta, fácilmente, a lo que haga falta. Para eso están la prensa y la publicidad, el Derecho, las leyes, la filosofía, la religión y la política. La ciencia está mejor entre bastidores, circulando como un secreto más o menos bien guardado. La literatura... La literatura es mejor que se llame «escritura creativa», y que sea, como en los Estados Unidos de hoy, uno de esos ―naturalmente comerciales― géneros de autoayuda y autoengaño. Y todos contentos, es decir, felices. Es mejor que el Quijote siga siendo un libro incomprensible para los idealistas.

Los amigos del comercio no son idealistas. Idealista es el que ignora cómo funciona la realidad. 


Jesús G. Maestro



Amigos y enemigos del comercio
ante el fracaso de la democracia en el siglo XXI



Essay on the Historical Failure of Democracy in the 21st Century

 


The democracy of the late 20th century has been more beneficial to the friends of commerce than to the democrats. Its advantages and successes have turned it into a political regime that is now anachronistic and untimely. Democracy is the name inherited from a past imperfect and recent, which used to manage our way of life. Today, that life of ours is managed by commerce and the friends of commerce. If politics is the organization of power, that is to say, the administration of freedom, the rights of the democratic citizen are moving away from the legal framework of the States. With the historical failure of democracy in the 21st century, three realities with which humans have lived since the Renaissance also fail: the modern State, political freedom, and civil laws. A post-democratic society is one in which the State fades away, political freedom disintegrates, and civil laws fit onto a complaint form, because the rights of the citizen are the rights of the consumer, in the hands of the friends of commerce, which is to say, nothing. People have not yet internalized the failure of democracy. The market does not want democrats; it wants consumers.


CONTENTS

FOREWORD


  1. A Post-Democratic Society.
  2. Reverse Globalization.
  3. Idealism and Democracy. The 21st Century will be History's Greatest Caricature.
  4. Have You Wondered Why You Tolerate Those Who Deny Your Freedom?
  5. What Is Democracy?
  6. Why Has Democracy Failed?
  7. Democracy, Anglosphere, and Postmodernity.
  8. Is a Democracy Without Freedom Possible?
  9. Fiction, Democracy, and Freedom.
  10. Democracy's Greatest Betrayal Is Negotiating the Denial of Democrats' Freedom.
  11. Democracy and Supragentilic Societies.
  12. The Myth of Freedom in Postmodern Democracies.
  13. Culture, Censorship, and Democracy.
  14. Democracy, University, and Barbarism.
  15. Three Reasons Why Current Academic Education Is and Will Be a Failure for Democracy.
  16. The 7 Horsemen of the Teaching Apocalypse in the Postmodern University.
  17. Democracy's Silence in the Postmodern Destruction of Academic Freedom in Today's University.
  18. Ignorance, Democracy, and Mental Illness.
  19. Mythologies of Democracy. Four Great Narratives of Postmodernity.
  20. Democratic Elections as the Only Encounter of Politicians with Reality.
  21. The Limits of Democracy.
  22. Europe of the Peoples, as the "Democracy of Peoples," Couldn't Handle the Coronavirus. Why Is the State Always Indispensable?
  23. Catholicism and Protestantism Facing the Coronavirus: Two Democratic Ways of Being and Dealing with the Illness?
  24. Democracy Imprisons the Planet: The Pandemic as a Political Experiment.
  25. The People of Spain Facing the Coronavirus and Against the Ruling Elites.
  26. Democracy in its Deadlock: Historical and Irreversible Failure of a System of Government.
  27. Postmodern Democratic Society: A Society of Failures.
  28. Spain Interpreted... from the People's Republic of China.
  29. The Disintegration of Democracy as a Political System: China, the Sole Alternative.
  30. The Denial of Utopia.


COLOPHON



Foreword


The future, which excludes nothing, is History's best-kept secret. Anyone claiming to know it declares themselves for what they are: an impostor.

This book contains no prophecies or forecasts, but rather a realistic proposal for surviving the failure of democracy as a political system. Above all, it aims to raise awareness. Our contemporaries remain unaware that democracy, as a political system, has failed in the West since the early 21st century, resulting in a new regime of political organization – a post-democratic nature where the reality of the State, human freedom, and the global economy function quite differently from just two or three decades ago.

The aim of this essay is modest: it seeks to present to interested readers a perspective on what is perceived as the historical failure of democracy in the 21st century.

Here, we will speak critically of democracy beyond democracy itself, that is, independently of contemporary ideologies that mythologize and politicize it from the "left" or "right," or any other philosophical, often unreal, options. These ideologies do not explain what democracy truly is but rather adulterate it fictitiously under utopian, speculative, or idealistic interests, which are actually foreign to democracy itself.

It remains wearisome that philosophers, or those who consider themselves as such, and who understand the reality of the world least — because they live in the idealism of their philosophies, no matter how materialistic they may perceive them — are the ones who, since the emergence of the Modern Age, talk most about politics (they talk about everything, but say nothing: about anything). Before the 18th century, religion was philosophy's favorite subject. Today, in competition with politics and various ideologies, it is mostly self-help.

Naturally, readers of this book will agree with some observations and disagree with others, but this is frankly irrelevant, albeit "entertaining" and "useful" for useless debates leading nowhere. Agreement, like disagreement, remains an emotional state, somewhat witty, causing psychological and sociological reactions rather than enduring necessities or demands capable of fostering broader and more consistent thinking. Let us not forget that "left" and "right" are emotional ways of collectively organizing people's ignorance today.

One of the main problems faced by any interpreter striving for rigor these days is the denial of objectivity. The public has been educated, since the 18th century due to the influence of German and Anglo-Saxon idealism, in the idea that objectivity is impossible in critical interpretation. Even objectivity in the sciences is denied, and, of course, the possibility of interpreting scientifically facts intervened by opinion, which is the virus of ignorance, is denied or even proscribed. Opinion's right eclipses scientific rationalism to denial or even interdiction. Ideological or biological involvement is demanded for the exercise of interpretation or profession, so only a man can practice urology or a woman intervene in gynecology. In sum, it seems one must be an insect to interpret insects since the objectivity of the entomologist is not admitted simply because they don't know how to be an entomologist. And others are not allowed to be so. Insects do not want entomologists. They prefer their own predators.

I insist that this essay aims to present the reader, dispassionately and objectively, that is, rationally and without emotions, with the reality of democracy beyond idealisms, philosophies, and utopias, and entirely apart from political myths typical of any era, beliefs, or ideologies.

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Ensayo sobre el fracaso histórico de la democracia en el siglo XXI

 


El futuro, del que nada está excluido, es el secreto mejor guardado de la Historia. Quien finja conocerlo se nos declara como lo que es: un impostor.

Este libro no contiene ninguna profecía, ni siquiera un pronóstico, sino una propuesta realista para sobrevivir al fracaso de la democracia como sistema político. Y, sobre todo, para tomar conciencia de ello. Porque nuestros contemporáneos siguen todavía sin darse cuenta de que la democracia, como sistema político, ha fracasado en Occidente desde los comienzos más tempranos del siglo XXI, y ha dado lugar, de hecho y de Derecho, a un nuevo régimen de organización política, de naturaleza posdemocrática, en el que la realidad del Estado, la libertad humana y la economía planetaria funcionan ya de forma muy diferente a como lo hacían hace apenas dos o tres décadas.

El objetivo de este ensayo es muy modesto: se limita a exponer al lector que lo desee un punto de vista ante lo que se advierte como el fracaso histórico de la democracia en el siglo XXI.

La democracia de finales del siglo XX ha sido más útil a los amigos del comercio que a los demócratas. Sus grandes ventajas y sus insólitos éxitos la han convertido en un régimen político hoy completamente anacrónico e intempestivo. Sus propios logros la han destruido.

Hoy la democracia es una forma de gobierno extemporánea. Pertenece al pasado. Nadie lo cree, porque nadie quiere admitirlo. Es irrelevante: a la realidad nunca le ha importado la opinión del ser humano que carece de poder. La democracia es el nombre que, heredado de un pretérito imperfecto y reciente, gestionaba nuestra forma de vida. Hoy, esa vida nuestra la gestionan el comercio y los amigos del comercio.

Si la política es la organización del poder, es decir, la administración de la libertad, los derechos del ciudadano demócrata se alejan del ordenamiento jurídico de los Estados, y se parecen cada día más a los derechos que caben en una «hoja de reclamaciones».

Con el fracaso histórico de la democracia en el siglo XXI fracasan también tres realidades con las que el ser humano ―mejor o peor― convivía desde el Renacimiento: el Estado moderno, la libertad política y las leyes civiles. Una sociedad posdemocrática es aquella en la que el Estado se desvanece, la libertad política se desintegra y las leyes civiles caben en una hoja de reclamaciones, porque los derechos del ciudadano son los derechos del consumidor, en manos de los amigos del comercio, es decir, nada. Un papel cuyo destino es la papelera más cercana.

La gente todavía no ha interiorizado el fracaso de la democracia. Digámoslo directamente: una sociedad posdemocrática es una sociedad totalitaria. ¿Para qué queremos democracia, si no tenemos libertad? El mercado no quiere demócratas, quiere consumidores.

Jesús G. Maestro


ÍNDICE

PRELIMINARES

  1. Una sociedad posdemocrática.
  2. La globalización inversa.
  3. Idealismo y democracia. El siglo XXI será la mayor caricatura de la Historia.
  4. ¿Te has preguntado por qué eres tolerante con quien te niega la libertad?
  5. ¿Qué es la democracia?
  6. ¿Por qué ha fracasado la democracia?
  7. Democracia, anglosfera y posmodernidad.
  8. ¿Es posible una democracia sin libertad?
  9. Ficción, democracia y libertad.
  10. La mayor traición de la democracia es negociar la negación de la libertad de los demócratas.
  11. Democracia y sociedades gentilicias.
  12. El mito de la libertad en las democracias posmodernas.
  13. Cultura, censura y democracia.
  14. Democracia, Universidad y barbarie.
  15. Tres razones por las que la educación académica actual es y será un fracaso para la democracia.
  16. Los 7 jinetes del apocalipsis docente en la universidad posmoderna.
  17. El silencio de la democracia ante la destrucción posmoderna de la libertad de cátedra en la universidad actual.
  18. Ignorancia, democracia y enfermedades mentales.
  19. Mitologías de la democracia. Cuatro grandes relatos de la posmodernidad.
  20. Las elecciones democráticas como única cita de los políticos con la realidad.
  21. Los límites de la democracia.
  22. La Europa de los pueblos, como «democracia de los pueblos», no pudo con el coronavirus. ¿Por qué el Estado es imprescindible siempre?
  23. Catolicismo y protestantismo ante el coronavirus: ¿Dos formas democráticas de ser y de estar ante la enfermedad?
  24. La democracia encarcela al planeta: la pandemia como experimento político.
  25. El pueblo de España frente al coronavirus y contra las élites gobernantes.
  26. La democracia en su callejón sin salida: fracaso histórico e irreversible de un sistema de gobierno.
  27. La sociedad democrática posmoderna: una sociedad de fracasados.
  28. España interpretada... desde la República Popular China.
  29. La desintegración de la democracia como sistema político: China, alternativa única.
  30. La negación de la utopía.

COLOFÓN

Una sociedad posdemocrática



Jesús G. Maestro



La democracia de finales del siglo XX ha sido más útil a los amigos del comercio que a los demócratas. Sus grandes ventajas y sus insólitos éxitos la han convertido en un régimen político hoy completamente anacrónico e intempestivo. Sus propios logros la han destruido.

Hoy la democracia es una forma de gobierno extemporánea. Pertenece al pasado. Nadie lo cree, porque nadie quiere admitirlo. Es irrelevante: a la realidad nunca le ha importado la opinión del ser humano que carece de poder. La democracia es el nombre que, heredado de un pretérito imperfecto y reciente, gestionaba nuestra forma de vida. Hoy, esa vida nuestra la gestionan el comercio y los amigos del comercio.

Si la política es la organización del poder, es decir, la administración de la libertad, los derechos del ciudadano demócrata se alejan del ordenamiento jurídico de los Estados, y se parecen cada día más a los derechos que caben en una «hoja de reclamaciones».

Con el fracaso histórico de la democracia en el siglo XXI fracasan también tres realidades con las que el ser humano ―mejor o peor― convivía desde el Renacimiento: el Estado moderno, la libertad política y las leyes civiles. Una sociedad posdemocrática es aquella en la que el Estado se desvanece, la libertad política se desintegra y las leyes civiles caben en una hoja de reclamaciones, porque los derechos del ciudadano son los derechos del consumidor, en manos de los amigos del comercio, es decir, nada. Un papel cuyo destino es la papelera más cercana.

La gente todavía no ha interiorizado el fracaso de la democracia. Digámoslo directamente: una sociedad posdemocrática es una sociedad totalitaria. ¿Para qué queremos democracia, si no tenemos libertad? El mercado no quiere demócratas, quiere consumidores.


Jesús G. Maestro,
Ensayo sobre el fracaso histórico de la democracia en el siglo XXI.



Una sociedad posdemocrática