El Estado, como configuración política constituida en la Edad Moderna, no es que se encuentre en crisis, es que de hecho y de derecho es una institución totalmente impotente para enfrentarse a los acontecimientos actuales, y aún más a los que nos precipita la globalización del siglo XXI.
Del mismo modo y de forma simultánea, la democracia es un sistema de gobierno igualmente impotente para resolver conflictos que rebasan sus posibilidades jurídicas, económicas y políticas.
Sin embargo, el ser humano no es capaz de encontrar ni una alternativa al Estado, como institución política, ni una restauración de la democracia. No hablemos ya de su necesaria transformación o reconversión en un régimen político más favorable a las libertades de la gente honrada y trabajadora, y mucho más respetuoso con todos y cada uno de nosotros.
La vida humana es un autoengaño individual. La vida política es un autoengaño, pero colectivo.
De cualquier modo, todos sabemos que ni el Estado ni la democracia son eternos ni eviternos.
Y también sabemos que esta certeza es perfectamente compatible con el autoengaño, individual y colectivo.
Jesús G. Maestro