Catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, como profesor universitario, autor de la Crítica de la razón literaria, dispone de forma abierta, libre y gratuita, de toda su actividad docente, académica e investigadora, en internet, con más de mil clases grabadas en su canal de YouTube.
Si la democracia cuenta hoy con el apoyo de los amigos del comercio, no es porque el gran capital sea demócrata, sino porque la democracia les ofrece más consumidores que otro sistema político. Por el momento.
Es una cuestión de cantidad. El día en que un totalitarismo les ofrezca más consumidores que la democracia, los amigos del comercio apoyarán a ese ―o a cualquier otro― totalitarismo. No es una cuestión de principios, sino de consecuencias. El mercado quiere consumidores, no demócratas. Y la consecuencia es el dinero, no la democracia, ni mucho menos los principios.
Hoy, la mayoría de los consumidores quieren ser demócratas. Bien. A los amigos del comercio les parece bien.
Cuando la mayoría de los consumidores se identifiquen con un totalitarismo, y sean mayoritariamente partidarios de un régimen totalitario, a los amigos del comercio les parecerá igual de bien.
Los amigos del comercio no tienen prejuicios, a diferencia de la gente que los odia o los detesta, a la vez que los persigue y alimenta. Los amigos del comercio no tienen prejuicios ni ideología: tienen dinero. La ideología, como los prejuicios, se diseñan para ti. Para tu dieta y tu consumo habituales. Y para que te comportes como es debido, jugando a cambiar el mundo y todas esas cosillas.
Además de tener dinero, los amigos del comercio acostumbran a razonar mucho más y mejor que tú. Disponen de un racionalismo que con excesiva y arriesgada frecuencia sus enemigos ignoran.
La mayoría siempre gana. La razón viene, vuelve y se transforma después, una y otra vez, y se adapta, fácilmente, a lo que haga falta. Para eso están la prensa y la publicidad, el Derecho, las leyes, la filosofía, la religión y la política. La ciencia está mejor entre bastidores, circulando como un secreto más o menos bien guardado. La literatura... La literatura es mejor que se llame «escritura creativa», y que sea, como en los Estados Unidos de hoy, uno de esos ―naturalmente comerciales― géneros de autoayuda y autoengaño. Y todos contentos, es decir, felices. Es mejor que el Quijotesiga siendo un libro incomprensible para los idealistas.
Los amigos del comercio no son idealistas. Idealista es el que ignora cómo funciona la realidad.
El idealismo no puede tolerar la realidad. Ni puede permitir que tú lo hagas. No la soporta. Ni puede permitir que tú la soportes. Es incompatible con ella. Y es incompatible contigo, a menos que le obedezcas ciegamente. Fanáticamente.
El idealismo es intolerante a la realidad, mucho más crudamente de lo que un polínico lo es al polen, desde el momento en que todo idealista vive de espaldas a la realidad y se declara enemigo de ella, y por eso mismo exige censurarla. Exterminarla, esto es, etimológicamente, quitarle la semilla.
No por casualidad los idealistas son los principales recursos humanos del totalitarismo. De todos los tiempos, desde los seguidores del idealismo político de la República de Platón, ese libro espeluznante y aberrante, hasta los cegados y obsesionados adictos al nazismo hitleriano, cuya genealogía luterana, kantiana y darwinista resultó determinante. La filosofía, la más bienquista de las cortesanas y la más socorrida concubina de los moralistas, siempre en la corte de los tiranos, siempre en la cama de las religiones, con todos yace y a todos seduce e ilumina con sus ideales.
Hoy, en el siglo XXI, los idealistas se han apoderado de la democracia. Se han adueñado de ella de forma exclusiva y excluyente. De modo que si no eres idealista, no eres demócrata. Así, el idealismo preserva a la democracia. Temible preservativo. ¿Y la realidad de la democracia, en manos de quién está? ¿Quién la preserva?
Pero ocurre que los idealistas se han apoderado también de los ideales de los enemigos de la democracia. Unos y otros ―idealistas todos― se han apropiado y adueñado de todo, es decir, del control de la realidad y de sus interpretaciones posibles, sean institucionales, políticas y hasta científicas, y nos conducen de hecho y de derecho por un mundo que se declara incompatible con la realidad.
El comercio global, con absoluto virtuosismo y profesionalidad, gestiona la compraventa de idealismos extremos, e incluso incompatibles con nuestra propia supervivencia biológica y con la de cualesquiera especies y ecosistemas. La compraventa de bulas en el Renacimiento cristiano, durante el siglo XVI europeo, es un chiste al lado de la compraventa de idealismos en la posmodernidad del siglo XXI.
El racionalismo humano no idealista carece de toda potestad política y publicitaria. Y duerme en vida, totalmente silenciado e impotente, el sueño de los justos. Acaso más bien duerme el placer, morboso y cómplice, de la cobardía. Sólo los sueños de los idealistas producen insomnio.
No quiero ni pensar en cuál podrá ser ―y lo será sin duda y sin reservas― la respuesta de la realidad a tan desmesurado irracionalismo, una realidad que jamás se queda de brazos cruzados, que es insensible a todo, como lo es el más fiero de los animales, y que siempre ha destruido, tanto individual como colectivamente, a quien actúa de forma incompatible con ella.
No es el apocalipsis, es la realidad. Una realidad que resulta inmortal porque es imperecedera, e inextinguible ―y también intolerante, no lo olvidemos―, es decir, eterna o eviterna, si se prefiere. Y capaz de una violencia siempre inédita e inesperada, por invisible e impredecible. Los mortales somos nosotros. Sorprende que sea necesario tener que advertir y hacer constar una evidencia como ésta.
La realidad siempre gana y sobrevive, pese a las aberraciones de todos los idealismos. Y sobrevive a costa de tu propia supervivencia. La realidad siempre se cobra sus deudas. No en vano el fracaso es la distancia que separa a los idealistas de la realidad.
Y el máximo fracaso es el nihilismo, es decir, el mayor de todos los idealismos: la negación del sentido de la realidad, una realidad y un sentido con los que el ser humano idealista es totalmente incompatible.
No olvidemos que la realidad, o es material, o no es. Hablar de espíritus, de almas y de sentidos ocultos, es ya invocar fantasmas, incurrir, una vez más en la Historia, en ideales morales y utopías seductoras, en discursos supremacistas y en tiranías emocionales e intelectuales, y, en suma, en prácticas filosóficas, es decir, en conjuros de infinitos espectros, la coreografía de que disponen religiones, ideologías e idealismos de todo pelaje y peligro.
Jesús G. Maestro
Los idealistas son los principales recursos humanos del totalitarismo
La filosofía es aquella actividad humana que permite organizar los conocimientos que tienen aquellas personas que no tienen conocimientos científicos.
Dicho de otro modo más ―o menos― sutil: filosofía es lo que practican quienes no disponen de conocimientos científicos.
Sucedió en las Edades Antigua y Media, y también en la Edad Contemporánea. No así en la ―excepcional― Edad Moderna.
¿Por qué hoy los científicos no son filósofos, ni los filósofos científicos? Tal vez porque la ciencia hace de la filosofía, como de la religión, algo innecesario. Y completamente prescindible. ¿Un reservorio de sofistas? Procede ser cauteloso, sin dejar de ser observador.
Todos conocemos a muchas personas que, sin saber nada de filosofía, sin haberla estudiado ni cursado jamás, han organizado su vida muchísimo mejor de lo que han conseguido hacerlo artífices de grandes e históricos sistemas ―o asistemas― filosóficos.
Junto al fundamentalismo científico también cabe hablar de un fundamentalismo religioso, y por supuesto de un fundamentalismo filosófico. Y político. Porque cada actividad humana tiene ―invisible a sus practicantes y cofrades― su propio fundamentalismo.
No es casualidad que filosofía, sofística y religión hayan nacido y ―sobre todo― crecido, como hermanas nefelibatas, de la mano: siempre en busca del poder y su legitimación, del conocimiento y su administración, de la libertad y su organización… política, terrenal y humana. Jíbara.
Toda religión tiene su Dios; toda filosofía, su Gran Hermano; toda sofística, su líder carismático, su caudillo o Führer furibundo.
Platón y su descendencia… en la corte de los tiranos. Acaso un buen título para un libro que nunca escribió María Zambrano. Ni Hannah Arendt. Ni Simone de Beauvoir. Terrible imagen, Martin y Adolfo. Y no es menos casual que las tres ―filosofía, religión y sofística (dejemos ahora a María, Ana y Simona)―, nacidas de un afán por iluminarnos, revelarnos, explicarnos ―dando por supuesto que somos tontos― lo que tenemos delante, nos conduzcan casi siempre a la metafísica, a lo desconocido, a lo espiritual, a lo «interior», a lo «profundo», es decir, a lo que no tenemos delante, porque con frecuencia no existe, pero hay que inventarlo, porque el cebo (ideológico) es más atractivo que el anzuelo (desnudo).
Gorgias, Platón y los profetas…, como dicen de sí mismos algunos olvidados rockandrolleros, «nunca mueren». Son ―como la democracia― formas perpetuas de seducción para engañar a las personas más inteligentes (me refiero ahora a Platón y cía., no exactamente a los rockeros…). Y también para seducir a las personas más insatisfechas. Y también ―y muy especialmente― a las más insaciables. De nuevo, Martin y Adolfo.
Los simples no necesitan tanta seducción ni tanta inversión financiera. Les basta ―y atrae― cualquier totalitarismo. La democracia comienza a resultar uno de los más caros. Pese a ser uno de los más atractivos. Y posmodernos.
Entrevista de Alonso
Rabí Do Carmo a Jesús G. Maestro
1. [Alonso Rabí Do Carmo]: En un mundo
dominado por la tecnología, la inmediatez, el pragmatismo sin ética y la
banalidad sin fin, ¿cuál es el destino de la literatura? ¿Está acaso en peligro
de muerte?
[Jesús G. Maestro]: La literatura
no tiene ningún destino específico. El futuro se construye, no se adivina. El
futuro de la literatura y el futuro de cualquier otra cosa. Presuponerle a la
literatura un destino es un idealismo. Acaso también una presunción. La
literatura, como el sentido del humor o de lo trágico, se escribe y se
construye según la inteligencia de la que se dispone. Cuando el mundo era
diferente a lo que hoy es, y me permito dudar de que esencialmente haya sido
alguna vez diferente a lo que actualmente es, la literatura era indiferente a
las pretensiones del destino y de las utopías de los seres humanos. La
literatura no depende del destino del mundo: la literatura depende de la
inteligencia humana. En todo caso, es innegable que en una sociedad sin
tecnología, sin prisas y sin pragmatismo, hay literatura igual que la hay en
una sociedad de signo contrario. Este hecho lo he explicado en mi obra Genealogía de la literatura, donde se interpreta la literatura según una conjunción de
conocimientos críticos o acríticos, racionales o irracionales. Una sociedad
pragmática no da lugar necesariamente a una literatura ni mejor ni peor que la
que se puede originar en una sociedad estéril. Por otro lado, la banalidad, sea
del bien, sea del mal, no asegura por sí misma una buena literatura, ni tampoco
una mala literatura. La banalidad del mal, como la banalidad del bien, en sí
misma no significa nada. Vincular el valor de una obra literaria a un
determinado tipo de sociedad es algo que en sí mismo tampoco explica nada.
Sugerir que un mundo no sometido a la tecnología o a la inmediatez, por
suscribirme a los términos de la pregunta, da lugar a una literatura de menor
calidad que la que genera otra sociedad es un error. Por otro lado, aplicar a
la literatura la idea de un «peligro de muerte» es algo más humano que
literario, más apocalíptico que realista. La literatura aparece y desaparece a
lo largo de la geografía y de la historia, como aparecen y desaparecen, crecen
o disminuyen, muchos otros aspectos y variables, como son la libertad, la
inteligencia, la razón o simplemente la estupidez. Tocante a literatura,
estamos hoy como siempre. Rodeados de parásitos, de tontos charlatanes y de
inteligentes que, atentos a su astucia, esperan su momento. Los genios lucen
más después de muertos. Sobre todo, una vez que el poder ha controlado las
consecuencias de su genialidad. La literatura atrae a todo tipo de parásitos,
sofistas, charlatanes y apocalípticos, que viven de ella como cualquier
vendedor de humo vive de sus vacuidades, desde la felicidad o la geopolítica
hasta la aruspicina o el tarot.
2. [ARDC]. Humanoides
letrados: ¿Pesadilla o próxima realidad? ¿Qué es lo peor y lo mejor que tiene
la inteligencia artificial que ofrecerle a la literatura?
[JGM] La literatura
y la inteligencia artificial no tienen nada que ver. La literatura es obra de
la inteligencia natural humana y de sus posibilidades de racionalismo. La
inteligencia artificial es una pseudointeligencia, una programación de
combinaciones infinitas y selectas que ofrece al ser humano determinados
resultados y posibilidades optimizadas. En el caso de la literatura, la llamada
inteligencia artificial es útil a los autores de kitsch y modelos
ortodoxos de pseudoarte. Sirve al mercado y a la producción mecanizada de
textos y productos cualesquiera. La literatura, la verdadera literatura, valga
la redundancia, es totalmente indiferente a la inteligencia artificial. Quien
no es indiferente a las tentaciones que le ofrece la inteligencia artificial es
quien carece de la inteligencia natural necesaria para escribir obras
literarias. El lector que, sin formación literaria, no desea adquirirla es y
será siempre indiferente a la literatura. Y para este tipo de lector cualquier
cosa puede pasar por literatura, desde un código de barras hasta el prospecto
de un medicamento, lo elabore una inteligencia artificial o lo redacte un
chimpancé tecleando una pantalla digital.
3. [ARDC].En el mundo
de hoy la educación se orienta cada vez más a alimentar el mundo laboral,
olvidando que la educación toda es un proceso formativo en el que se adquieren
conocimientos, claro, pero también valores fundamentales como el pensamiento
crítico. ¿Qué hacer?
[JGM]Pues cada uno
hace lo que puede, lo que sabe y no lo que quiere, sino lo que le dejan hacer.
Yo no creo que la educación organizada de espaldas al mundo laboral sea mejor,
ni más valiosa, que la educación orientada en función del mundo laboral,
empresarial o mercantil. Es, simplemente, una educación diferente. Es común
entre determinados idealistas de una supuesta educación humanista considerar
que una educación ajena a intereses empresariales es más valiosa. Eso es un
espejismo más, entre muchos otros espejismos. Es incluso una forma de
narcisismo gremial, muy propio de humanistas y académicos, y también una forma
de supremacismo moral, intelectual y hasta clasista. Algo en realidad ridículo
y también grotesco, sobre todo porque resulta irrelevante y económicamente muy empobrecedor.
La sofística enriquece más y mejor que el humanismo. Y hay que advertir que la
mayor parte de los humanistas son unos sofistas profesionales y de medio pelo.
Esta actitud o creencia de que una educación en valores ajenos a lo mercantil
resulta más valiosa que otras es en el fondo una forma de legitimar un
ascetismo idealista y fabuloso, es decir, de justificar erróneamente una vida
irreal, y francamente empobrecida, al margen del mercado y de sus exigencias. No
hay que olvidar que, hasta cierto punto, las exigencias del mercado son las
exigencias de la realidad, sobre todo en un mundo como el actual, donde el mercado
se ha apoderado del Estado, globalmente y acaso con intenciones seculares, es
decir, durante los próximos siglos. Los humanistas han sido (casi) siempre así:
narcisistas, parasitarios y engreídos en su propia esterilidad. Erasmo es un
magnífico ejemplo. Siempre han recelado de todo aquello que puede hacerles
competencia, sea el dominio de la Iglesia (a la que se subordinaron cuando les
hizo falta), sea el poder del Estado (con el que colaboran siempre que pueden y
del que reciben subvenciones, ayudas y premios), sea el afán depredador del
mercado (al que se venden felices y contentos de la forma más barata que puede
constatarse tan pronto como pueden), sea el poder de ciencias cuyo desarrollo
les hace sombra (ciencias a las que fingen interpretar desde una ignorancia con
frecuencia supina y absoluta). En realidad, todo saber es útil y necesario,
venga del mercado, o de cualquier otra parte, si nos permite hacernos
compatibles con la realidad y conocerla para preservar nuestra supervivencia
biológica. Lo que se haga con la vida es ya otra cuestión, que afecta a la
moral (la vida del grupo) y a la ética (la vida del individuo), entre otras
muchas cosas. Por otro lado, cuando se habla de «pensamiento crítico», confieso
que no sé realmente de qué se habla. Pensamiento crítico, ¿de qué? Hoy se
observa que muchas personas que se declaran críticas por su forma de pensar,
cuando exponen lo que dicen pensar, dejan en evidencia que ni piensan ni saben
lo que es la crítica. Sus pensamientos son emociones en el vacío, o más
simplemente aún: son reacciones emocionales suscitadas por ilusiones,
espejismos o ideologías. Y sus críticas son ocurrencias fugaces, pasajeras o
completamente ridículas. Yo recomendaría a muchas personas que pierden su
tiempo prestando atención a quienes dicen dedicarse o ejercer el pensamiento
crítico, que se pregunten en qué trabajan estos pensantes críticos, y que
constaten que estos timadores, en la mayor parte de los casos, no trabajan en
nada útil. Entre otras cosas, porque lo que dicen pensar no son, en realidad,
más que tonterías y ocurrencias. Eso sí, muy seductoras. Téngase en cuenta que
cuando se admira en demasía la inteligencia ajena, tal vez la causa es que,
simplemente, se carece de inteligencia propia. A veces, la inteligencia del prójimo es sólo un espejismo resultante de la
ignorancia en la que uno mismo vive sin saberlo.
4. [ARDC].Es muy
claro el retroceso de las Humanidades, tanto en las escuelas como en las
universidades. Se las considera imprácticas, verbosas, incapaces de resolver
problemas concretos. Tengo la incómoda impresión de que en estos días ser
profesor de literatura es pertenecer a una especie en extinción, o en la
versión más mejorada de este pesimismo, alguien excéntrico.
[JGM]A las
humanidades se las considera así, inútiles, porque los humanistas son también así,
inútiles. La mayor parte de los humanistas ni son humanistas ni son nada, y no
sirven ni a las lenguas ni a las literaturas, ni absolutamente a nada ni a
nadie. Son parásitos. Hoy ser profesor de literatura es ser lo de siempre. Hay
profesores de literatura muy bien formados, pero son poquísimos. Como siempre
ha ocurrido. La mayor parte, como Vd. dice de las humanidades, son personas
rábulas, inútiles, irresponsables incapaces de resolver cualquier tipo de
problema. Esto es una realidad totalmente innegable. El fracaso de las
humanidades es resultado del fracaso de quienes se dedican a ellas. La mayor
parte es gente que no sirve para nada, y se mete en esta profesión, la de
profesor de literatura, para disimular su inutilidad. Es una forma de
parasitismo. La crisis de la clerecía ha provocado un crecimiento del
parasitismo humanista y académico. La gente ha cambiado el seminario por la
universidad. La filosofía es una secularización de la religión. Las Iglesias
están vacías y las Facultades de Filosofía están saturadas de gentes que en
otro tiempo no serían otra cosa que seminaristas. En una generación más, esto
también habrá cambiado, y los llamados filósofos se dedicarán a la autoayuda,
es decir, a vender humo. De hecho, la filosofía siempre ha vendido humo: lo que
ha cambiado es su clientela. Primero han sido los creyentes en dioses,
divinidades y criaturas metafísicas. Es la etapa en la que la filosofía está al
servicio de la religión. Después, con el triunfo de la Ilustración y de la
razón secular, la filosofía se pone al servicio del Estado y de las ideologías
políticas. Sus nuevos clientes son los votantes y los partidos políticos: las
creencias ya no religiosas, sino políticas. Los nuevos dioses son los
estadistas, los superhombres, los duces, Führer y caudillos. Hoy,
agotados todos los productos religiosos y políticos, la filosofía vende el humo
de la autoayuda. Son los nuevos clientes. De buscadores de dioses, los
filósofos han pasado a ser inventores de superhombres, y hoy, actúan como
ingenieros de la felicidad y otras monsergas por el estilo. Eso es la filosofía:
un timo atractivo y seductor, con atavío académico, retórica solemne y un lenguaje
casi onírico y quimérico. El resultado es una forma acomodada de ejercer la
pseudociencia.
5. [ARDC].En una
conversación con un intelectual de mi país, surgió la idea de que hacer y
practicar humanidades era una forma de ejercer resistencia. ¿Suscribiría esto?
[JGM]Pues no lo sé,
porque para poder suscribir algo así tendría que saber a qué se resisten las
actuales humanidades, cuáles son sus contenidos y contra qué se oponen. ¿A qué
se resisten? Yo en las humanidades y en los humanistas solamente veo
colaboración con el poder. Concretamente, con el poder que más calienta. Un
poder cambiante y mutante, por supuesto, al igual que los intelectuales y
humanistas, perfectos heliotropos del amo de cada época y lugar. En realidad,
veo todo lo contrario a resistencia: constato sumisión, obsecuencia y
servilismo. Hoy cualquiera de nosotros puede observar que bajo el rótulo de
«humanidades» cabe cualquier cosa: filosofía (pero... ¿qué filosofía?, porque
unas son incompatibles con otras), ideologías (pero... ¿qué ideologías?, porque
hay muchísimas, y casi todas luchan también unas contra otras), credos,
fideísmos, culturas, indigenismos, fanatismos y hasta religiones... Por lo
tanto, habrá que delimitar muy bien cuáles son los contenidos de esas
humanidades de las que hablamos. Por otro lado, observo igualmente que quienes
dicen hablar en nombre de las humanidades son gentes bien acomodadas en el
sistema, trabajan en colaboración con diferentes poderes. Veo, sin ser
visionario, profesores de universidades del primer mundo muy bien pagados por
un aparato político e ideológico que los promociona, edita y galardona
globalmente. Por eso me pregunto, no sin razones, en dónde está esa
resistencia, y contra quién se ejerce. La supuesta resistencia de las
humanidades es una farsa, un idealismo, un autoengaño, un timo o un mito, si se
permite el anagrama. Muchos humanistas ―no generalicemos acríticamente― viven
en perfecta consonancia con el poder. Hoy, como ayer. No necesitan oponerse ni
resistirse a nada. No hay ninguna razón para ellos ni para ello. Hoy una gran
mayoría de intelectuales europeos animan a las multitudes a ir a una guerra.
Lejos de rechazar la guerra, estos intelectuales exigen que Europa se rearme, y
agitan a las masas a guerrear. Pero no veo que ninguno de estos intelectuales
se haya alistado en ningún ejército ni frente de guerra. ¿Dónde está, entonces,
la resistencia de las humanidades? Yo sólo veo colaboracionismo de estos
humanistas con el poder político. Si tanto quieren proteger al pueblo de una
guerra, en lugar de animarlo a guerrear, deberían ser ellos quienes lo
defendieran alistándose en el ejército que consideren oportuno. ¿Por qué no rehabilitan,
con el ejemplo, la clásica tradición de las armas y las letras? Si quieren
guerra, que vayan ellos al frente de guerra, pero que dejen al pueblo en paz,
nunca mejor dicho. Porque hoy el pueblo sabe que la guerra es la distancia que
separa a los idealistas de la realidad. Y lo saben mejor que todos esos
intelectuales y humanistas que incitan a la guerra en tiempos de paz. Hoy, como
ayer, muchos de estos intelectuales ―insisto en no generalizar― son los mayores
idealistas de una sociedad. Y los idealistas son los más peligrosos recursos
humanos de cualesquiera totalitarismos. Son sus fuerzas armadas básicas.
6. [ARDC].¿Cómo se
explica usted estos retrocesos educativos? ¿El solo poder de las agendas
conservadoras es suficiente para eso o hay más? Se cambian los finales de obras
clásicas para no ofender a ciertos auditorios, en el peor de los escenarios se
prohíben y censuran libros y autores. ¿A dónde vamos?
[JGM]Vamos a donde
siempre hemos estado: a una lucha constante por la libertad. Los retrocesos
educativos, como los avances educativos, son ciclos históricos, geográficos y
políticos, como son todas las cosas, y también la literatura misma. Los
programas y las agendas conservadores, como los de sus adversarios, son
cambiantes y mutantes, como sus propias denominaciones (Ilustración, idealismo,
marxismo, krausismo, socialismo, comunismo, globalización, «woke», etc.). La
polionomasia es infinita. Hoy son unos y mañana otros. Las gentes de cada época
y lugar hipotecan sus vidas defendiendo a unos o a otros según momentos,
circunstancias y variables. Pero en esencia todo sigue igual: unos oprimen y
otros son reprimidos, unos hacen de inquisidores y otros de herejes. En todas
las épocas se ha interpretado el pasado, y también el presente, según el poder
imperante. Hoy, igual. Cambia quien ejerce el poder y cambia el contenido de la
censura, pero el poder como tal y el acto de censurar como tal siguen vigentes.
Hoy, como siempre. Esperar lo contrario es un idealismo, una vana espera. Si
alguien pensaba que la democracia era un sistema político diferente a otros, en
nuestro presente siglo XXI tiene las respuestas necesarias para desengañarse.
Cada cual que haga y que piense lo que quiera, pero lo cierto es que, en plena
democracia, la censura se impone con la misma fuerza que en siglos pasados bajo
absolutismos feroces y reprobables. Digo con la misma fuerza, pero no siempre con
las mismas consecuencias. Hoy no se quema a la gente viva en una hoguera, ni se
la guillotina en una plaza pública. Por el momento. Pero no es menos cierto que
muchas personas esperamos de la democracia algo más que la derogación de
hogueras y guillotinas. Ha sido un paso decisivo, pero sospechamos que es
insuficiente, y tememos que puede resultar reversible. ¿A dónde vamos? Yo no lo
sé. No manejo la presciencia ni la aruspicina. Pero espero que no volvamos a
revivir feroces tragedias como las del pasado más reciente, tragedias como las
de una Alemania que legitimó en el poder a los ingenieros del nazismo tras la
primera posguerra mundial y hasta su derrota en mayo de 1945. Acaso vamos hacia
un mundo en el que la democracia se comporta ya de hecho y de derecho como un
nuevo totalitarismo, pero con formas insólitas y tal vez no tan cruentas como
en otros tiempos pasados. Eso lo sabrán quienes sobrevivan a la primera mitad
del siglo XXI. Porque cuando la democracia se comporta como si fuera un
totalitarismo es posible que la democracia sea ya un totalitarismo que finge
ser una democracia.
7. [ARDC].Pasemos a
un tema quizá más grato. Cervantes y el Quijote. Usted subraya la plena
vigencia del Quijote. Parecería un acto contradictorio en la medida en
que Don Quijote se lee de verdad ―si es que se lee― recién en el punto
más temprano de la adultez…
[JGM]No sé a qué
edad la gente que lee el Quijote lee el Quijote. Yo lo leí con 14 años, y lo seguí
leyendo desde entonces en varios momentos de la vida. Lo he estudiado a fondo,
según mis posibilidades, y he dado cuenta de ello en mi obra Crítica de la razón literaria, en
concreto en el volumen 20 de los 25 de que consta esta obra, titulado Anatomía
del Quijote. No
creo que una persona adulta, por el hecho de ser adulta, tenga más capacidad de
comprensión que otra joven por ser joven al leer esta novela. La capacidad de
interpretación depende de la formación adquirida, y no tanto de la experiencia
o de los años acumulados. El diablo no sabe más por viejo que por diablo. Eso
es una gran mentira disfrazada de paremia. El diablo nace viejo, podríamos
decir, y, como todo ser humano, nace sabiendo maldades innatas. El diablo sabe
más por humano que por diablo. Y los diablos no leen el Quijote. De
hecho, el ser humano deja de ser una criatura diabólica cuando comienza a
comprender lo que es la literatura.
8. [ARDC].Hay
múltiples maneras de interpretar la vida de Alonso Quijano, luego don Quijote.
El idealismo, la locura, la ilusión barroca, etc. ¿Qué se lee
contemporáneamente, hacia donde van las recientes lecturas del Quijote?
[JGM]A donde han
ido desde la Ilustración y el Romanticismo: hacia el idealismo más estúpido.
Cuando alguien me dice que ha leído el Quijote y con él ha aprendido a soñar, en
primer lugar, me pregunto qué tipo de chorradas puede soñar, y en segundo lugar
me digo (a mí mismo, porque a tal interlocutor no tengo nada que decirle)... «otro
que no se ha enterado de nada».El
idealismo es esencialmente una invención germana, luterana primero y kantiana
después. Hitler creyó en ella atrozmente. Y ya sabemos cómo acabó esa
monstruosísima barbaridad. Los sueños de los idealistas provocan insomnio. Son
salubérrimos para enloquecer y fracasar. Creer en las utopías de los idealistas
conduce a horrendos mataderos humanos. Los griegos homéricos inventaron la
ficción, pero no el idealismo. Los hebreos patentaron las Sagradas Escrituras.
Es el idealismo del dogma. Pero la literatura es otra cosa. La literatura no es
ni dogma ni utopía. Es ficción. El sentido de la ficción es algo de lo que
carecen los curas y los filósofos. Les cuesta trabajo comprender la ficción. De
hecho, no la comprenden. Se toman la ficción en serio. Se siente deslegitimados
y ofendidos por la ficción. El dogma y la utopía los atenaza y no les deja ver
más allá de lo que les ofrecen sus propios fantasmas, a los que tratan como
entes y criaturas reales. Los filósofos ven mónadas, noúmenos, espíritus
absolutos, demiurgos, dioses ―como los curas―, cosas pensantes, superhombres,
inconscientes, figuras como el Da-Sein y espectros de todo tipo. El
mundo hispanogrecolatino depositó la ficción en el arte, no en la política. Ningún
hombre de Iglesia puede admitir que su Dios es una ficción literaria. La
política nunca creyó en la religión, sino que la usó como un medio de organizar
la vida social. Con frecuencia de forma cruenta. Hoy, sin embargo, un gozque es
más terapéutico que un cura.
9. [ARDC].En la
universidad un profesor muy entusiasta definía el Quijote como libro de
libros, libro para lectores y manual para escritores. ¿Sigue siendo así?
[JGM]Del Quijote
cualquiera puede decir cualquier cosa. Es una forma de hacerse publicidad. Esa
afirmación de que «el Quijote es un libro de libros, un libro para
lectores y un manual para escritores» puede decirse del Quijote, del derecho penal o de un código
de barras. Es propio de un profesor de universidad hacer ese tipo de
afirmaciones. Me recuerda a las de Tomás Rueda, ese personaje cervantino que se
creía de vidrio sólo porque se comió el membrillo de una cortesana y su
inmadurez sexual no le permitió estar a la altura, un tontaina que llena la
novela que lleva su nombre de un cúmulo de afirmaciones estúpidas y vacuas, que
causan la admiración simplona de los profesores, doctores y teólogos
universitarios que dicen haberle dado clase. Una burla pavorosa de Cervantes a
lo que hay dentro de la Universidad.
10. [ARDC].Hay muchas
audacias en el Quijote. Me parece ver que en la relación entre Cervantes
y Cide Hamete, como autores, está el germen de ese famoso cuento de Borges
titulado «Pierre Menard, autor del Quijote».
[JGM]Ese cuento de
Borges es una soberana tomadura de pelo. Sirve para que con él se entretengan
teóricos de la literatura de alto voltaje, cuyo objetivo es resolver problemas
que no existirían si no existiera la Teoría de la Literatura. Borges es una
castalia de sofismas. Un venero de ocurrencias para teóricos y parásitos de la
literatura. Es muy rentable. Una cita de Borges queda bien en cualquier parte. Sirve
para todo porque no sirve realmente para nada.
11. [ARDC].El corpus
de biografías de Cervantes es muy considerable en volumen. ¿Usted como lector,
cuál de ellas recomendaría y por qué?
[JGM]Todas dicen lo
mismo. Leyendo una, una cualquiera, se han leído todas. No en vano todas se
refieren al mismo autor: una persona genial que escribió la más valiosa
literatura de todos los tiempos como si él mismo, Miguel de Cervantes, no
hubiera existido ni vivido jamás en ninguna parte. Sospecho que Cervantes era
de origen gallego. No puedo demostrarlo, pero intuyo que su genealogía está en
Galicia. Y digo lo que he dicho ya muchas veces: todos los españoles comunes y
corrientes, aquellos que no formamos ni hemos formado nunca parte de las
élites, somos un Cervantes que no ha escrito el Quijote.
12. [ARDC].¿Qué obra
de autor español contemporáneo le parece particularmente destacable desde su
punto de vista?
[JGM]Después de Cien
años de soledad no se ha escrito nada superior a esta epopeya contemporánea
del mundo hispano. A partir de aquí, cada cual puede hablar de sus gustos ―y
disgustos― personales y literarios como le venga en gana. Yo digo lo que pienso.
13. [ARDC].Se han
discutido largamente los méritos científicos de la teoría literaria. ¿Es
ciencia la literatura o puede aspirar a serlo? Suponga que se lo pregunta un
párvulo…
[JGM]La tesis 4 de
la Crítica de la razón literaria dice
explícitamente que «la literatura no es una ciencia», y lo explica con las
siguientes palabras: «La literatura no es una ciencia ni una filosofía, aunque
pueda contener informaciones científicas o aseveraciones filosóficas: la
literatura es una obra de arte poética y ficticia, que exige, más allá de lo
sensible, una interpretación inteligible, en términos racionales, críticos,
científicos, dialécticos y sistemáticos, la cual constituye un desafío
permanente a la inteligencia humana». Afirmar que la literatura es una ciencia
es una absurdidad del tipo «el agua oxigenada es una ciencia» o «un podenco es
una ciencia». Pero los filósofos tienen más ocurrencias que los poetas. Cada
cual se gana la vida como puede. Lo comprendo. Los párvulos no preguntan sobre
lo que ignoran, porque no son conscientes de lo que ignoran. Los párvulos
preguntan ocurrencias, con frecuencia filosóficas: ¿si un árbol se cae y nadie
lo oye caer, hace ruido o no hace ruido? Dos filósofos podrían estar siglos
debatiendo al respecto. Una persona trabajadora no puede permitirse tal
ergotismo: tiene que ganarse la vida. Una pregunta que plantea si la literatura
es o no una ciencia revela, esencialmente, una incapacidad previa y duradera
ante la literatura y ante las ciencias. Una pregunta así implica, ante todo,
una pésima digestión y estudio de ideas y conocimientos en relación con la
literatura y con las ciencias. Una pregunta así es el resultado de una
intoxicación filosófica grave. La filosofía, con frecuencia, estropea todo lo
que toca. La filosofía, por desgracia, y es muy triste decirlo y aún más
lamentable constatarlo, está muy adulterada por la ignorancia de la mayor parte
de las personas que se dedican a ella.
14. [ARDC].Usted ha
dicho una frase polémica: «Los ricos no tienen ideologías, tienen dinero» y ha
dejado la ideología en manos de los pobres. ¿Podría dar más detalle sobre esto?
[JGM]Sí, lo que
dije exactamente, y está escrito en mi libro Una filosofía para sobrevivir en el siglo XXI, es que «los ricos no tienen
ideología, tienen dinero: la ideología es la emoción de los pobres». Es tan
evidente que no necesita en realidad ninguna explicación. Las ideologías son
formas de organizar emocionalmente la ignorancia colectiva. En el pasado, la
ignorancia colectiva se administraba a través de las religiones, la ortodoxia y
la heterodoxia, las sectas y los heresiarcas, las inquisiciones y las hogueras.
Lo hemos dicho. Hoy esta labor la llevan a cabo no las Iglesias, sino los
partidos políticos, al menos en las democracias occidentales. A los ricos les
importa muy poco la ideología que elijan los pobres. De hecho, promueven la
libertad de elección y de cambio entre múltiples ideologías posibles. Para que los
pobres escojan, muten y se entretengan bien hormonados emocionalmente con
ellas. Lo que les interesa a los ricos, como es lógico, es gestionar el dinero particular
y globalmente. Las ideologías son un medio más de ejecutar esas y otras
gestiones. Antes era la religión, hoy es la ideología. Advierta que la
filosofía siempre anda por el medio, buscando también su lugar y comedero.
Antaño, la filosofía se ocupaba de los dioses ―que eran el instrumento del
poder, el látigo―, y lo suyo ―me refiero a la filosofía― era coquetear con la
religión, las sectas y las creencias metafísicas. Con el fracaso de las
religiones y el éxito de la secularización de las creencias, la filosofía
cambió de bando, y comenzó a coquetear con las ideologías, que daban más dinero
y visibilidad que las religiones. Hoy el látigo son las ideologías. Unas y
otras se flagelan entre sí, y todas ellas flagelan ante todo a sus miembros y
seguidores. La secta vigila más a sus miembros que a sus enemigos, he oído
decir. Es entonces cuando la filosofía se convierte en el motor y el
combustible de la política. El siglo XVIII es el momento histórico en el que la
cortesana cambia de cama. De la Iglesia al Estado. El marxismo es, en este
punto, un movimiento clave. Los seminarios se vacían para llenar de recursos
humanos a las Facultades de Filosofía. El resultado, como el objetivo, es el
mismo: la gestión de las creencias colectivas, primero en nombre de la
religión, después en nombre de la ideología. Hoy, en nombre de la autoayuda. Fíjese
que la filosofía está en todas partes. Ayer, confesionalizada en las Iglesias,
bajo la cobertura de la teología; hoy, secularizada y politizada en los
partidos políticos, bajo la indumentaria plural de las ideologías. La
democracia posmoderna hace el resto. ¿En dónde están los ricos? Donde han
estado siempre: trabajando en sus negocios, haciendo caja. Los ricos trabajan
mucho más de lo que los pobres imaginan. Y su vida no es tan fácil como se
cree, ni como se idealiza desde las clases más bajas. ¿En dónde están los
pobres? Donde siempre, sobreviviendo como pueden, haciendo milagros para llegar
a fin de mes, y siempre hablando de política, e hipotecando su vida en nombre
de una o varias de las religiones o ideologías que los administradores de
emociones diseñan para ellos. Da igual que se les diga con palabras claras y
precisas: la mayor parte de la gente no se entera de nada. La verdad se puede
publicar a los cuatro vientos. Da lo mismo. La verdad no interesa a nadie. Y
menos que a nadie a los filósofos. Con frecuencia se jactan de afirmar que son
más amigos de la verdad que de Platón. En realidad, son, como todo ser humano,
más amigos de los vicios que más virtuosamente dicen combatir, como lo es todo
hijo de vecino. Sin duda, la gente prefiere la mentira. Siempre. El prejuicio
es mucho más rentable que cualquier otra cosa. Entre el original y el
sucedáneo, la gente compra el sucedáneo. El éxito del low-cost no es una
casualidad.
15. [ARDC].Usted
tiene una clara vocación por la docencia y por la crítica. Me pica la
curiosidad por saber si ha incursionado en la ficción, si a lo mejor es autor
de una obra secreta…
[JGM]Sí, he escrito
dos cuentos totalmente irrelevantes, que están disponibles en mi canal de
YouTube, en estos dos enlaces. Se titulan Yo soy casi luzbelina (https://youtu.be/7bUXLlIZV0A) y Yo no soy una ficción (https://youtu.be/5ZqrlO8KKbU). Cualquiera puede acceder a ellos.
He escrito más. Los publicaré cuando me parezca. Y aclaro acaso algo
importante: yo no tengo vocación en absoluto ni por la docencia ni por la
crítica. Yo tengo interésen que la
literatura tenga valor y en que el ser humano sea capaz de interpretar esos
valores. Y hasta tal punto tengo interés en eso que he hipotecado mi vida para
cumplir esos objetivos. Lo que cada persona haga con mis ideas ya no es
responsabilidad mía. Yo hablo para que la literatura tenga valor, no para tener
seguidores. No soy el flautista de Hamelín, ni trato a mis oyentes como a
criaturas musoritas para exhibir estadísticas. Eso ya lo hacen los demás. Yo sé
distinguir entre seguidores e intérpretes. Me quedo con los segundos, que, para
mí son los primeros.
16. [ARDC].¿Le queda
tiempo para leer por placer, más allá de las obligaciones de la academia?
[JGM]Nunca he leído
por placer. Y nunca he leído con prisa. Por placer hago otras cosas que no
tienen nada que ver con la literatura, ni con la lectura, ni ―desde luego― con el
trabajo, que es aquello, el trabajo, que sólo hago por dinero. Es un grandísimo
error considerar que la literatura tiene como fin el placer, porque considerar
que la literatura es placer supone ignorar todo acerca de la literatura y,
sinceramente, no tener ni la menor idea de lo que es el placer. La literatura
no es un consolador. La idea de literatura como placer es, una vez más, una
idea ilustrada y romántica, no absolutamente genuina del idealismo anglosajón,
porque ya estaba en clásicos como Horacio, pero combinada en el mundo
hispanogrecolatino con la exigencia de conocimiento. Esta exigencia de
conocimiento la anglosfera la niega totalmente, porque ni la ve ni es capaz de
afrontarla. De ahí que niegue, también, la posibilidad de interpretar
científicamente la literatura y el arte, y reduzca ambas actividades humanas a
una finalidad placentera, prostibularia o simplemente estúpida. Pero eso sí:
siempre comercial. El mundo anglosajón convierte en dinero todo lo que no puede
destruir. No por casualidad prohíbe todo aquello que no es rentable, desde el
conocimiento científico de las artes hasta la sexualidad humana en contextos no
mercantiles. Era Borges quien decía que sus noches estaban llenas de Virgilio. Pobre
hombre. Yo no me voy a la cama con Virgilio, desde luego.
17. [ARDC].¿Qué ve en
el futuro del libro y la lectura?
[JGM]Veo gente convertida en una hemorragia
de emoticonos.
* * *
Entrevista de Alonso Rabí Do Carmo a Jesús G. Maestro: 17 preguntas clave sobre Una filosofía para sobrevivir en el siglo XXI
Imposibilitar la propiedad privada no es lo mismo que prohibirla: es algo mucho peor. Es servirse seductoramente del procedimiento contrario a la prohibición para llegar al mismo objetivo: privar al ser humano de libertad y de supervivencia autónoma. Antonio Escohotado llamó a estos últimos «comunistas», mientras que Paolo Prodi calificó a los primeros de «tramposos». Unos y otros representan sendos caminos para alcanzar el mismo destino: el totalitarismo de la globalización. En suma, estas son las cuatro formas esenciales de hurto a lo largo de la Historia: robo, trampa, corrupción y... negación de la propiedad privada.
Jesús G. Maestro
Cuatro formas esenciales de robar a lo largo de la Historia: a la última no podrás sobrevivir...
Ha de
advertirse, sin embargo, que la filosofía se convierte con frecuencia en una
actividad muy susceptible de actuar al servicio de todo tipo de ideologías.
Incluso podríamos afirmar que la filosofía, en muchos momentos y usos, funciona
como una forma excéntrica de ejercer la sofística, es decir, de prostituirse
como tal al servicio de una u otra ideología. Sócrates no era menos sofista que
Gorgias. Ni Platón menos manipulador ni maniobrero que cualquier otro de sus
adversarios retóricos, presuntamente democráticos y libertinos. De hecho, todas
las ideologías encuentran en algún momento dado de su trayectoria, genealogía o desenlace, el apoyo de uno o varios sistemas filosóficos.
El ergotismo filosófico
hormona la mente adolescente del filósofo[1] y alimenta el idealismo en que fertiliza toda ideología. El ergotista
es a la filosofía lo que el rétor a la sofística. En cierto modo, cabe definir
las ideologías como una forma aberrante de uso e interpretación de una
filosofía preexistente. Desde esta perspectiva, toda ideología es una
degeneración práctica y acrítica de un sistema filosófico. Lo que hace rentable
la ideología, y por lo tanto también la deturpación de un pensamiento filosófico,
es el poder que proporciona su ejercicio, fundamentalmente en el terreno político
y económico. Es la razón de ser de la propaganda y la publicidad, sístole y
diástole del periodismo.
La verdad nunca ha sido rentable, ni política ni
económicamente. La verdad es el consuelo de los impotentes. La verdad sólo
interesa a los inútiles. Lo verdaderamente práctico es la mentira, la
propaganda y el idealismo. Y no hay que olvidar que el sofista, el ideólogo y,
con frecuencia también, el filósofo, son gentes que no consumen lo que venden:
la mentira. Gestionan el mercado de la falacia, el idealismo y el error, pero
no caen en él. Diseñan, como buenos ingenieros, el fracaso de los demás, sobre
el cual ellos rentabilizan su éxito vital, profesional y político. Si algo
saben los listos es que la energía y el trabajo de los tontos
mueve el mundo. El combustible del capital es el dinero de los pobres.
Nótese que las
democracias actuales han explotado al máximo los peores recursos de la
ideología, sobre todo desde su formato posmoderno y anglosajón. La literatura
del siglo XXI no se atreve ―todavía― a cuestionar la democracia. Pero no
tardará en hacerlo. Los totalitarismos germinan como respuesta política a las
crisis económicas que una democracia no es capaz de resolver.
Lo más
inquietante de nuestra situación actual, desde los comienzos del siglo XXI, es
que hace años que las democracias no son capaces de generar riqueza económica.
Algo así conduce a un siniestro callejón sin salida. La Historia demuestra que
de los callejones sin salida las sociedades humanas sólo se «liberan» mediante
revoluciones terribles y conflictos bélicos extremadamente violentos. China ha
demostrado que su forma política de ejercer el totalitarismo es más rentable
económicamente que la de los regímenes democráticos, que parecen haber perdido
todos los criterios y poderes.
El futuro, del que nada está excluido, resulta
hoy mucho más inquietante para cualquiera de nosotros que hace décadas. Hemos
sido educados en la idolatría de la democracia, pero esta situación puede
cambiar en cualquier momento. Violentísimamente.
El idealismo científico no
es posible sin la intervención fanática y extrema de las ideologías. Es un
fenómeno que se manifiesta en la Historia de forma periódica, y deja como
consecuencia una resaca de frustración, impotencia y resentimiento, cuya
venganza, contras las ciencias, asumen inmediatamente la religión, la filosofía
y la autoayuda ideológica más irascible. La ansiedad que provocó el positivismo
decimonónico se saldó con el éxito de Nietzsche, Freud y Heidegger, entre otros
gurús y hechiceros del más allá que profetizaban ―apocalípticos― en el más
acá.
Cuanto más débil es
psicológicamente el ser humano, más vulnerable es a caer en la red que tejen
para él las religiones, las filosofías y las ideologías. Las personas fuertes
no son susceptibles del mismo modo a estas formas retóricas de dominio y
sumisión. En realidad, no suelen serlo apenas de ningún modo: las ignoran y
desprecian. La religión condena a quien no la profesa, la filosofía minusvalora
a quien no la aprecia y las ideologías declaran la guerra a quien no las
secunda. Unas ofrecen salvación eterna, otras prometen una forma de vida
superior y engreída, y las últimas aseguran derechos gremiales a quienes se
unen a ellas. Son modos de incurrir en megalomanías, narcisismos y gregarismos.
Son los tres géneros históricos del autoengaño colectivo: religión, filosofía e
ideologías. Placebos de fortaleza exterior y gregaria que disimulan una
superlativa debilidad psicológica individual e íntimamente inconfesable.
Algunas personas consideran,
no sin razones, que hay algo peor que un Estado totalitario, y piensan en la República
de Platón, en la Ciudad de Dios de Agustín de Hipona o en la utopía socialista
de Carlos Marx. No nos olvidemos, tampoco, de la globalización trazada hoy por
los «amigos del comercio». Todas ellas son las diferentes máscaras del mismo
totalitarismo, en el que una y otra vez religiones, filosofías e ideologías se
dan la mano de forma latebrosa y permanente.
Hoy las ideologías exigen a
las ciencias ir contra natura. El comercio ha encontrado aquí un
importante mercado. A diferencia de lo ocurrido en el siglo XIX, hoy el
imperativo no es ir más allá de lo posible, sino en contra de lo necesario.
Ésta es la preceptiva posmoderna: hacer creer que es factible científicamente
invertir sin consecuencias el curso de la naturaleza. Foucault, lejos de
resolver el problema, lo legitimó en una de sus formulaciones más fanáticas: el
narcisismo de un ego sexualmente idealista y absoluto, con propio derecho
a todo, incluido el derecho a alterar, en su individualista y exclusivo
beneficio, el curso natural de la naturaleza, ignorando fabulosamente todas las
consecuencias reales.
El ser humano es un diseño
de la naturaleza, no un diseño de la ciencia. La interacción entre ciencia y
naturaleza no puede llevarse gratuitamente a extremos que desemboquen en la
destrucción de uno de ambos polos. La ingeniería de la naturaleza dispone que
los seres humanos se complementen mutuamente en su anatomía, psicología y
fisiología. Nótese que religiones, filosofías e ideologías siempre han nacido y
crecido con la obsesión patológica de intervenir en las relaciones sexuales
humanas de un modo obstinado e insaciable.
No hay religión, ni
filosofía, ni ideología, que no haya tratado de pontificar cómo deben ser,
imperativamente, las relaciones ―por supuesto sexuales― entre los seres humanos.
Y lo han hecho siempre para dañarlo todo, es decir, para estropear y adulterar
―con sus creencias, ideas y prejuicios― la unidad que, al fin y al cabo, el
macho y la hembra naturales y biológicos protagonizan en su desarrollo vital.
Esta unidad que el macho y la hembra buscan, de forma natural, y por instinto
humano esencial, es lo que hace posible la vida en la Tierra.
Una de las formas más
sofisticadamente astutas y recurrentes de destruir la vida en la Tierra es
intervenir en las relaciones sexuales de las especies ―sobre todo la especie
humana― para dañarlas, estropearlas y malograrlas. Siempre en nombre de una
religión, una filosofía o una ideología. Es difícil exterminar la vida, porque
la biología se abre paso sobre todas las cosas, y, por supuesto, sobre los
venenos de la religión, la filosofía y las ideologías, las cuales, hay que
constatarlo, se transforman históricamente, una y otra vez, para seguir hastiando
a todos y cada uno de nosotros,es decir
―dicho en crudo― jodiendo a todo dios.
Ansiedad de idealismo científico: intervención fanática y extrema de religión, filosofía e ideología
De acuerdo con la más
autorizada bibliografía sobre la Historia del comercio, la economía y el
Derecho, el concepto de «hurto» en la civilización europea ―y por analogía
Occidental― ha sido objeto de tres estadios evolutivos e integradores muy
atractivos: 1) el robo en sentido estricto, como apropiación ilegal de
pertenencias ajenas; 2) la trampa y el fraude en las relaciones contrafactuales
y mercantiles, como contrapunto de la ley e incluso del mismísimo Derecho
Mercantil; y 3) la corrupción política y la adulteración del Estado de Derecho
mediante la transgresión de las leyes civiles y administrativas, merced al
poder supremo ―y sin alternativa― de un mercado global y un capitalismo
planetario.
Hoy el totalitarismo no lo ejerce el Estado, sino el mercado. Pero
esto no es todo. De hecho, esto no es ni siquiera lo esencial. Lo importante,
acaso por irreversible ―e irremisible―, es lo siguiente.
Hay un cuarto estadio
en la evolución histórica del «hurto». Una cuarta etapa que ni siquiera Paolo
Prodi en su libro sobre el séptimo mandamiento y el sacro imperativo, tan categórico
antes de Kant, «no robarás» ―Hurto y mercado en la Historia de Occidente
(2009)―, llega a sospechar, ni a intuir.
Me refiero, a título propio y sin
equívocos, a la negación de la propiedad privada. No hablo de marxismo. El
marxismo es hoy ―y desde hace décadas― un espejismo histórico sólo visible
desde una adolescencia crónica y acaso incurable, aún perdurable en seminarios
religiosos y facultades ―con minúscula― de filosofía o autoayuda. Hablo de
globalización.
Hoy el mundo se encamina hacia la negación de la propiedad
privada. Es la forma más sofisticada de hurto: impedir al ser humano el acceso
a los recursos esenciales, a cualquier recurso que le permita valerse por sí
mismo y poseer algo propio, con seguridad legal y estabilidad económica.
La
ocupación de vivienda ―amparada por la ley―, la imposibilidad financiera de
adquirirla, la incapacidad de acceder a alquileres para vivir, la limitación de
movilidad individual o personal mediante el uso de vehículo propio, o incluso
la defensa de la propia vida ―como propiedad privada esencial e irreversible―, son
sólo algunos de los pasos que preludian, a título de vanguardias mercantiles,
este proyecto global y objetivo totalitario: la negación de la propiedad
privada en todos los órdenes de la vida humana. Incluida la propia vida, es
decir, la supervivencia biológica personal. O de lo que quede de ella. Porque
no habrá Derecho que te ampare, si no es el Derecho Mercantil, cuyo objetivo no
es ampararte a ti, sino al mercado que te explota laboral y económicamente.
La
globalización del siglo XXI tiene como meta y propósito imposibilitar al ser
humano el acceso a la producción privada de todo tipo de bienes, desde la
extirpación de la soberanía alimenticia ―no podrá cultivar nada propio (la
concentración de la vida en las ciudades persigue desde hace décadas ese
desenlace)― hasta la incapacidad para acceder a ningún recurso que pueda
dotarle de una mínima autonomía o libertad.
Aislado en una urbe, su sobrevivencia
es y será totalmente vulnerable y abatible. Eso sí, se podrá pasear el perrito y se tendrá
acceso a un simulacro de «huerto» urbano: podrás jugar a los ascetas y
practicar el narcisismo de la humildad. Y a obedecer sin alternativas ni inteligencia posibles. Sentirás mucho, y no pensarás en nada, porque desde décadas llevan educándote para sentir, no para pensar. Sentirás, o no, la felicidad, pero no pensarás en tu libertad.
El ser humano de finales
del siglo XXI no será dueño de nada. Y no dispondrá de recursos para hacerse
dueño de nada. No se lo negará el Estado, pues el Estado entonces ya no existirá. Se lo negará el comercio global y sin fronteras.
El principal déficit
de recursos comienza con una educación que está por debajo de las exigencias de
la vida a la que ha de enfrentarse y de la realidad contra la que habrá de
luchar. La fragilidad de recursos sanitarios viene inmediatamente después o
incluso es simultánea. Los autónomos serán franquiciados, y el parasitismo será
lo que ya es: una forma de supervivencia extrema y por completo dependiente.
Hoy aún vive un breve repertorio de generaciones que ha hecho de su vida una
realidad de bienes privados, y que ha tenido la posibilidad ―no por todos
aprovechada con la misma legalidad y fortuna― de haber forjado sus mejores o
peores patrimonios. Son las últimas generaciones que han luchado, estudiado y
trabajado como las nuevas ya no lo pueden hacer, ni acaso saben hacer. Porque
no se les ha enseñado ni inducido a hacerlo. Ni mucho menos, exigido.
Los más jóvenes,
auténticos «Mowglis» o «niños de la selva» del siglo XXI, usan este verbo ―exigir―
como sujetos, nunca como complementos indirectos. Estos descendientes pagarán
más por recibir la herencia ―si la hubiere, destino muy dudoso, pues sus padres
no están para muchas verbenas― que legalmente les corresponde que lo que esa
misma herencia vale en efectivo. Muchos de estos «Mowglis» se verán obligados
incluso a renunciar a ella por falta de liquidez.
Téngase en cuenta que la
fiscalización, como el pago de impuestos ―incontables―, es la forma legal que
los Estados democráticos, en el estertor de su actual agonía política, utilizan
para apropiarse ―naturalmente de forma tan legal como abusiva― de la producción
personal ―y de la propiedad privada― del ser humano.
Si esto no es «hurto»,
usen el diccionario de Orwell (la Academia no se ocupa de estas cosillas). En todos los cementerios reina el idealismo, y el de los elefantes no es una excepción. Advierte además que el Derecho Mercantil no es un diccionario, sino algo que, cada
día, se parece más a una apagóresis. Internet, redes sociales y medios de comunicación masiva ya se encargan de recordarte diariamente que a la globalización conviene llegar con la agenda muy bien aprendida.
Jesús G. Maestro
Hacia la negación de la propiedad privada en la globalización del siglo XXI