Con frecuencia se habla de estética para explicar la literatura, o referirse a ella. No es la única pobreza lingüística asumida por nuestros contemporáneos posmodernos, que también hablan de «escritura creativa» en lugar de literatura, o de «lenguaje musical» en lugar de solfeo. Algunos, los más, se presentan como creadores de contenidos, que es lo mismo que decir que uno es escritor de escrituras, hacedor de hechos o recitador de citas. Cosas curiosas que la gente dice sin pensar realmente en lo que dice, porque habla a través de fórmulas, consignas muy pobres o Kitsch de extrema importación.
«Estético» es término de impronta anglosajona, acuñado por Baumgarten, como es bien sabido, y propio del idealismo filosófico alemán. Es término que reemplaza en la Edad Contemporánea al término genuinamente literario y aristotélico: poética. Aquí nos atenemos al término original y genuino ―poética―, y si hablamos de estética es sólo para hacer comprensible lo que en realidad hay tras la nomenclatura «estética», una deturpación germana del original helénico. Aisthesis es sensación, sensibilidad, percepción. Poética es construcción, elaboración, saber adquirido por procedimientos operatorios, en la línea del imperativo de Vico «la verdad está en los hechos» (verum est factum). El idealismo alemán reduce kantianamente la realidad a sus efectos sensibles. Y en ese sumidero semántico aún vivimos hoy. Es el nuevo formato de la caverna platónica, luminosa y psicodélica, rediseñada por la ingeniería y retórica oscurantistas y seductoras del idealismo filosófico alemán, que los hermeneutas contemporáneos siguen adorando en el pastoforio de una filología cenicienta y fetichista, cuyo clímax más superlativamente cínico se objetiva en la afirmación de que el lenguaje es la casa del ser, y otras metáforas fraudulentas y monsergas varias del mismo estilo.
Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria, 2017-2022.