Ideología y literatura frente a filosofía y democracia






Ha de advertirse, sin embargo, que la filosofía se convierte con frecuencia en una actividad muy susceptible de actuar al servicio de todo tipo de ideologías. Incluso podríamos afirmar que la filosofía, en muchos momentos y usos, funciona como una forma excéntrica de ejercer la sofística, es decir, de prostituirse como tal al servicio de una u otra ideología. Sócrates no era menos sofista que Gorgias. Ni Platón menos manipulador ni maniobrero que cualquier otro de sus adversarios retóricos, presuntamente democráticos y libertinos. De hecho, todas las ideologías encuentran en algún momento dado de su trayectoria, genealogía o desenlace, el apoyo de uno o varios sistemas filosóficos. 

El ergotismo filosófico hormona la mente adolescente del filósofo[1] y alimenta el idealismo en que fertiliza toda ideología. El ergotista es a la filosofía lo que el rétor a la sofística. En cierto modo, cabe definir las ideologías como una forma aberrante de uso e interpretación de una filosofía preexistente. Desde esta perspectiva, toda ideología es una degeneración práctica y acrítica de un sistema filosófico. Lo que hace rentable la ideología, y por lo tanto también la deturpación de un pensamiento filosófico, es el poder que proporciona su ejercicio, fundamentalmente en el terreno político y económico. Es la razón de ser de la propaganda y la publicidad, sístole y diástole del periodismo. 

La verdad nunca ha sido rentable, ni política ni económicamente. La verdad es el consuelo de los impotentes. La verdad sólo interesa a los inútiles. Lo verdaderamente práctico es la mentira, la propaganda y el idealismo. Y no hay que olvidar que el sofista, el ideólogo y, con frecuencia también, el filósofo, son gentes que no consumen lo que venden: la mentira. Gestionan el mercado de la falacia, el idealismo y el error, pero no caen en él. Diseñan, como buenos ingenieros, el fracaso de los demás, sobre el cual ellos rentabilizan su éxito vital, profesional y político. Si algo saben los listos es que la energía y el trabajo de los tontos mueve el mundo. El combustible del capital es el dinero de los pobres.

Nótese que las democracias actuales han explotado al máximo los peores recursos de la ideología, sobre todo desde su formato posmoderno y anglosajón. La literatura del siglo XXI no se atreve ―todavía― a cuestionar la democracia. Pero no tardará en hacerlo. Los totalitarismos germinan como respuesta política a las crisis económicas que una democracia no es capaz de resolver. 

Lo más inquietante de nuestra situación actual, desde los comienzos del siglo XXI, es que hace años que las democracias no son capaces de generar riqueza económica. Algo así conduce a un siniestro callejón sin salida. La Historia demuestra que de los callejones sin salida las sociedades humanas sólo se «liberan» mediante revoluciones terribles y conflictos bélicos extremadamente violentos. China ha demostrado que su forma política de ejercer el totalitarismo es más rentable económicamente que la de los regímenes democráticos, que parecen haber perdido todos los criterios y poderes. 

El futuro, del que nada está excluido, resulta hoy mucho más inquietante para cualquiera de nosotros que hace décadas. Hemos sido educados en la idolatría de la democracia, pero esta situación puede cambiar en cualquier momento. Violentísimamente.


Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria, 2017-2022.




NOTA

[1] Todo filósofo piensa siempre como un adolescente.