Algunas personas poco familiarizadas con la
literatura se pueden sorprender de que se hable de ella como un instrumento de
poder estratégico en el mundo de la empresa y el mercado. Sin embargo, si en
lugar de literatura habláramos de cine, la sorpresa sería menor, porque todos estamos
más acostumbrados a que la gran pantalla nos hable de negocios.
Pero la literatura es una caja de sorpresas.
De sorpresas de Pandora. Quien tiene las llaves de esa caja pandórica, sorprendente
y poderosa, y sabe administrar sus contenidos, dispone de un poder que sus
adversarios ignoran. Y algo así es muy peligroso para quien minusvalora a un
enemigo.
Nunca minusvalores a la literatura. No es tu
enemiga, sino tu aliada. La literatura es incompatible con la inocencia humana.
Lo sabemos. Pero la literatura, como el dinero y el mercado, nunca es
inofensiva. Salvo para quien la ignora. El profesor de
literatura sabe más por diablo que por viejo.
Y muchos de nosotros sabemos que en el mundo
de la empresa, el mercado o el derecho y las obligaciones mercantiles, la
literatura adquiere un poder que sólo puede y sabe usar quien es capaz de
interpretarlo y manejarlo por encima de sus adversarios.
Cualquiera de nosotros recuerda y conoce
varias películas sobre el mundo de los negocios y los riesgos de las peripecias
mercantiles: Wall Street, icono del capitalismo feroz de la década de
1980; Glengarry Glen Ross, ese retrato brutal del mundo de las ventas y
la obsesión por el éxito, y mucho antes la trilogía de El Padrino, de la
que se citan tantas frases y paremias. Podríamos retrotraernos incluso a Citizen
Kane, de 1941, inspirada en la vida de William Randolph Hearst, como
muestra de la ambición empresarial en los medios de comunicación.
Y no faltan las críticas a las posibles
consecuencias de todo esto en Parasite, sobre la desigualdad económica y
las relaciones entre clases sociales, o Sorry We Missed You, donde el trabajo
crudo y precario en la era del capitalismo digital se cobra sus víctimas.
Pero muy pocos sabrían citar obras
literarias donde la inteligencia humana haya gestionado el curso y el
movimiento del dinero con consecuencias no menos críticas y reveladoras.
Desde el Quijote de
Cervantes hasta el Mercader de Venecia de Shakespeare, pasando por las
arcas de oro del Cantar de mio Cid, que el caudillo cristiano arrebata a
unos judíos con curiosa astucia, así como todo el valor que el dinero adquiere
en obras como el Libro de Buen Amor y La Celestina de Rojas, la
literatura ha condenado y maldecido la riqueza, y también la ha exaltado y celebrado,
como una afirmación del individuo, o de un grupo social, identificado con
determinados objetivos. El uso del dinero en La Regenta de Clarín o en Fortunata
y Jacinta de Galdós habla por sí solo de cómo organizar la supervivencia y
la usura de la Iglesia y del Estado en la pugna por el control del poder. No
hablemos de Cien años de soledad y de la intervención del capitalismo
gringo en Macondo.
Seamos francos: la literatura tiene que
pactar con el mercado, la empresa y el mundo financiero, y asegurar de este
modo su propia supervivencia en determinados contextos. La literatura es una
materia cuyo especial y selectivo conocimiento puede resultar muy útil en
instituciones que sepan valorar su uso y su poder como estrategia de gestión
política y financiera.
No hablo de imponer la enseñanza de la
literatura en escuelas empresariales o facultades de economía, algo nada
desestimable. Planteo algo más modesto y asequible, y mucho más práctico: la
presencia como conferenciantes puntuales de profesores especializados en
literatura que sepan extraer de ella conocimientos útiles para determinados
gestores del mercado y del mundo empresarial. La literatura debe salir de la
placenta universitaria y volver a la realidad a la que realmente pertenece: la
sociedad abierta y emprendedora.
La literatura enseña al empresario más
psicología que un psiquiatra, más estrategias humanas que una legión de
matemáticos y más operaciones bélicas que un militar veterano. La literatura es
el sexto sentido de los emprendedores. ¿Creen que idealizo? Lean Guerra y
paz de Tolstoi, el Quijote de Cervantes y la astucia de
Dante recorriendo todos los recovecos del infierno para inventariar los errores
de cuantos fracasaron por haber hecho mal las cosas. Cervantes enseña a los
empresarios a no ser idealistas y a no ir más allá de las ilusiones
financieras. No confundas molinos con gigantes, ni enemigos con ovejas.
No es ningún disparate que las universidades
privadas se planteen la organización puntual o eventual de seminarios o ciclos
de conferencias sobre literatura y gestión empresarial.
Sabemos que entre nuestros lectores hay
personas influyentes, atentas a estrategias de mercado y posibilidades
originales de hacer avanzar nuestro conocimiento y nuestra calidad de vida
financiera e intelectual. Este es un mensaje que piensa en estas personas. En
nuestro entorno más inmediato, en Galicia, en Asturias, en el norte de
Portugal, hay una actividad empresarial muy relevante e influyente, que puede
verse potenciada por la formación literaria de algunos de sus cuadros.
Nadie diga «desta agua no beberé», leemos en
el Quijote (capítulo 55 de la segunda parte). La literatura puede ser el
sexto sentido del empresario. Estamos a vuestra disposición.