La globalización es más que un tema
controvertido. Tiene tantos simpatizantes como detractores, y unos y otros muy
variopintos. Se nos ha impuesto en nombre del bienestar económico, y se
presenta también como una fuerza benigna, que borra las distancias entre
nosotros con el objetivo de unirnos a todos en una fraternidad universal. En
determinadas zonas del planeta, desaparecen los límites territoriales, pero no siempre
para alcanzar mayor libertad. Surgen barreras de otra índole. Fronteras
económicas muy difíciles de atravesar. Son las fronteras invisibles de la
globalización. No se ven con los ojos, pero se sienten en el bolsillo.
Se ha dicho que la tarjeta de crédito ya
sustituye al documento nacional de identidad o al visado internacional. Las
viejas diferencias políticas o geográficas se esfuman, pero en su lugar crecen
abismos financieros. Con las distancias desaparecen también todas las
diferencias. Todas excepto una: la económica.
En esta nueva cartografía, los sistemas
políticos funcionan como engranajes de una maquinaria económica global. Es como
si el derecho mercantil estableciera leyes que corresponden al derecho civil.
Las normas llegan a tu pueblo procedentes de sedes corporativas que no se sabe
en dónde están. No hay fronteras que cruzar, sino lobbies que gestionar.
La movilidad, tan celebrada por los promotores de la globalización, no es tanto
un derecho para todos cuanto un lujo reservado a quienes pueden pagar un pasaporte
dorado.
El resultado es un mundo donde el pobre,
aunque pueda atravesar continentes, no cruza la verdadera frontera: la que
separa a los que deciden de los que obedecen. Unos trabajan para sobrevivir y
otros ganan dinero para ejercer y preservar el poder propio o ajeno. Esa línea,
invisible en los mapas, se dibuja en transacciones bursátiles, algoritmos del
crédito, listas cerradas de directorios y consejos de administración.
1. La
frontera económica. Es la más sólida y evidente. El dinero no sólo compra
bienes: compra tiempo, seguridad, movilidad, salud y, en muchos casos,
justicia. El capital se convierte en el verdadero pasaporte universal, y
quienes no lo tienen quedan confinados a un territorio social que no figura en
los mapas, pero que recorta sus posibilidades de vida.
2. La
frontera tecnológica. El acceso (o no) a la tecnología y a las
infraestructuras digitales determina la posibilidad y la capacidad de
participar en la vida económica, cultural y política global. No se trata sólo
de poseer dispositivos, sino de dominar el conocimiento y el lenguaje digital
que permiten moverse con fluidez en esa esfera. La brecha tecnológica es
también una brecha de poder.
3. La
frontera del conocimiento. No basta con que la información esté disponible
en internet: la verdadera muralla separa a quien sabe interpretarla, filtrarla
y usarla de quien no es capaz de hacerlo. El conocimiento se concentra en
élites académicas, corporativas y científicas que hablan un idioma técnicamente
inaccesible para la mayoría, atrapada en un analfabetismo funcional y feliz, y
excluida de todo lo verdaderamente importante, sin que pueda advertirlo,
entretenida como está haciendo comentarios en redes sociales.
4. La
frontera jurídica. La ley ya no es igual para todos: las grandes
corporaciones y fortunas pueden operar por encima o fuera de los marcos legales
nacionales, mientras que el ciudadano común está sujeto a reglas que no puede
negociar. Esta situación crea un doble espacio de soberanía: uno visible, para
la masa; otro invisible, para quienes tienen poder de fuga legal. El
aforamiento político también desempeña un papel importante en esta muralla
jurídica.
5. La
frontera de la movilidad real. Se nos habla de un mundo sin fronteras
laborales, pero la libre movilidad es privilegio de una minoría. La mayoría se
mueve sólo dentro de un radio limitado, por razones económicas, políticas o
burocráticas. Y de acceso a la vivienda. Las barreras de visados, costes y
permisos invisibilizan un hecho tangible: la movilidad global es un lujo que en
realidad muy pocos pueden permitirse. La movilidad laboral de la globalización
es una forma encubierta de invisibilizar la emigración nativa.
6. La
frontera cultural. Aunque la globalización homogeneiza modas, consumos y
lenguajes, mantiene e incluso refuerza jerarquías culturales. Hay lenguas
dominantes y lenguas marginadas. Hay culturas que circulan globalmente y otras
que se quedan encerradas en la periferia de la atención mediática. La supuesta «cultura
global» es, en realidad, una selección controlada de referentes que excluye a la
mayor parte de la población del planeta, el nuevo lumpemproletariado.
7. La
frontera del acceso al poder. Los centros de decisión política y económica
ya no son visibles ni accesibles. No están en los parlamentos, sino en consejos
de administración de empresas, foros privados y redes corporativas que no
rinden cuentas ante la ciudadanía. Es una frontera blindada: no se cruza por
mérito democrático, sino por cooptación.
En definitiva,
estas fronteras no están hechas de piedra ni de alambre de espino, pero son muy
difíciles de atravesar, porque se ocultan de forma intencional. El siglo XXI no
las llama fronteras: las disfraza de condiciones de acceso, estándares de
calidad o criterios de admisión. Pero en realidad son murallas invisibles que
clasifican a la humanidad en compartimentos estancos. La globalización, así
considerada, es una nueva forma de organización de la libertad planetaria, no
por países, sino por grupos económicos sin patria definida. ¿Cuál es la patria
del euro?
Jesús G. Maestro
Vocento, 5 de octubre de 2025.