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Las fronteras invisibles de la globalización

 




La globalización es más que un tema controvertido. Tiene tantos simpatizantes como detractores, y unos y otros muy variopintos. Se nos ha impuesto en nombre del bienestar económico, y se presenta también como una fuerza benigna, que borra las distancias entre nosotros con el objetivo de unirnos a todos en una fraternidad universal. En determinadas zonas del planeta, desaparecen los límites territoriales, pero no siempre para alcanzar mayor libertad. Surgen barreras de otra índole. Fronteras económicas muy difíciles de atravesar. Son las fronteras invisibles de la globalización. No se ven con los ojos, pero se sienten en el bolsillo.

Se ha dicho que la tarjeta de crédito ya sustituye al documento nacional de identidad o al visado internacional. Las viejas diferencias políticas o geográficas se esfuman, pero en su lugar crecen abismos financieros. Con las distancias desaparecen también todas las diferencias. Todas excepto una: la económica.

En esta nueva cartografía, los sistemas políticos funcionan como engranajes de una maquinaria económica global. Es como si el derecho mercantil estableciera leyes que corresponden al derecho civil. Las normas llegan a tu pueblo procedentes de sedes corporativas que no se sabe en dónde están. No hay fronteras que cruzar, sino lobbies que gestionar. La movilidad, tan celebrada por los promotores de la globalización, no es tanto un derecho para todos cuanto un lujo reservado a quienes pueden pagar un pasaporte dorado.

El resultado es un mundo donde el pobre, aunque pueda atravesar continentes, no cruza la verdadera frontera: la que separa a los que deciden de los que obedecen. Unos trabajan para sobrevivir y otros ganan dinero para ejercer y preservar el poder propio o ajeno. Esa línea, invisible en los mapas, se dibuja en transacciones bursátiles, algoritmos del crédito, listas cerradas de directorios y consejos de administración.

Me pregunto si la globalización ha perfeccionado la desigualdad. En la posmodernidad del siglo XXI, las fronteras invisibles son mucho más eficaces y determinantes que los límites geográficos de antaño, porque no se cruzan con un pasaporte, sino con dinero que no todo el mundo puede llegar a tener. Entre las fronteras más decisivas e invisibles están, por lo menos, las siete que señalo a continuación.

1. La frontera económica. Es la más sólida y evidente. El dinero no sólo compra bienes: compra tiempo, seguridad, movilidad, salud y, en muchos casos, justicia. El capital se convierte en el verdadero pasaporte universal, y quienes no lo tienen quedan confinados a un territorio social que no figura en los mapas, pero que recorta sus posibilidades de vida.

2. La frontera tecnológica. El acceso (o no) a la tecnología y a las infraestructuras digitales determina la posibilidad y la capacidad de participar en la vida económica, cultural y política global. No se trata sólo de poseer dispositivos, sino de dominar el conocimiento y el lenguaje digital que permiten moverse con fluidez en esa esfera. La brecha tecnológica es también una brecha de poder.

3. La frontera del conocimiento. No basta con que la información esté disponible en internet: la verdadera muralla separa a quien sabe interpretarla, filtrarla y usarla de quien no es capaz de hacerlo. El conocimiento se concentra en élites académicas, corporativas y científicas que hablan un idioma técnicamente inaccesible para la mayoría, atrapada en un analfabetismo funcional y feliz, y excluida de todo lo verdaderamente importante, sin que pueda advertirlo, entretenida como está haciendo comentarios en redes sociales.

4. La frontera jurídica. La ley ya no es igual para todos: las grandes corporaciones y fortunas pueden operar por encima o fuera de los marcos legales nacionales, mientras que el ciudadano común está sujeto a reglas que no puede negociar. Esta situación crea un doble espacio de soberanía: uno visible, para la masa; otro invisible, para quienes tienen poder de fuga legal. El aforamiento político también desempeña un papel importante en esta muralla jurídica.

5. La frontera de la movilidad real. Se nos habla de un mundo sin fronteras laborales, pero la libre movilidad es privilegio de una minoría. La mayoría se mueve sólo dentro de un radio limitado, por razones económicas, políticas o burocráticas. Y de acceso a la vivienda. Las barreras de visados, costes y permisos invisibilizan un hecho tangible: la movilidad global es un lujo que en realidad muy pocos pueden permitirse. La movilidad laboral de la globalización es una forma encubierta de invisibilizar la emigración nativa.

6. La frontera cultural. Aunque la globalización homogeneiza modas, consumos y lenguajes, mantiene e incluso refuerza jerarquías culturales. Hay lenguas dominantes y lenguas marginadas. Hay culturas que circulan globalmente y otras que se quedan encerradas en la periferia de la atención mediática. La supuesta «cultura global» es, en realidad, una selección controlada de referentes que excluye a la mayor parte de la población del planeta, el nuevo lumpemproletariado.

7. La frontera del acceso al poder. Los centros de decisión política y económica ya no son visibles ni accesibles. No están en los parlamentos, sino en consejos de administración de empresas, foros privados y redes corporativas que no rinden cuentas ante la ciudadanía. Es una frontera blindada: no se cruza por mérito democrático, sino por cooptación.

En definitiva, estas fronteras no están hechas de piedra ni de alambre de espino, pero son muy difíciles de atravesar, porque se ocultan de forma intencional. El siglo XXI no las llama fronteras: las disfraza de condiciones de acceso, estándares de calidad o criterios de admisión. Pero en realidad son murallas invisibles que clasifican a la humanidad en compartimentos estancos. La globalización, así considerada, es una nueva forma de organización de la libertad planetaria, no por países, sino por grupos económicos sin patria definida. ¿Cuál es la patria del euro?


Jesús G. Maestro

Vocento, 5 de octubre de 2025.