Catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, como profesor universitario, autor de la Crítica de la razón literaria, dispone de forma abierta, libre y gratuita, de toda su actividad docente, académica e investigadora, en internet, con más de mil clases grabadas en su canal de YouTube.
No es el comercio el que necesita la democracia para su supervivencia, puesto que antes y después de cualquier democracia ha habido siempre comercio. Es la democracia la que necesita el Estado, para su supervivencia y para la supervivencia de los demócratas. Sin democracia, hay comercio, pero sin Estado, no hay democracia.
El futuro está marcado por un mercado sin Estado, es decir, por un comercio sin democracia. Éste es el imperativo nuclear de la nueva globalización.
Jesús G. Maestro
Historia del capitalismo: orígenes de la globalización comercial del siglo XXI. Paolo Prodi y su teoría del mercado
El miedo es una fuerza que impide al ser humano convertirse en lo que desea ser. Es la distancia que separa tu vida de los objetivos y consecuencias que pretendes conseguir.
La fuerza de esa impedimenta bélica se puede superar de varias formas.
Una de ellas es el fanatismo gregario, que desvía el miedo hacia el desarrollo de ciertas patologías encubiertas y muy eficaces. Éste suele ser el itinerario fácil de los cobardes acomplejados y timoratos empoderados.
Otra forma de superarlo es servirse de la razón individual, mucho más difícil de desarrollar que la adhesión gremial, y que exige mucho más valor, fuerza sostenida y extremada astucia e inteligencia.
El ser humano casi siempre supera el miedo, pero no en todos los casos de forma saludable y positiva. Unas veces lo desactiva con estrategias operatorias racionales y efectivas, pero otras veces desarrolla estrategias patológicas que, negadoras idealmente del miedo, convierten a quien lo sufre en una criatura desviada de sus intenciones y objetivos originales.
El miedo extravía la vida y la arruina. La exaltación gregaria de un ideal es siempre la tapadera estratégica de un miedo que se pretende conjurar o contrarrestar. Sin éxito.
El feminismo es el miedo a sufrir ―sin alternativas posibles― las libertades, con frecuencia idealizadas, del varón. El inconsciente es ―como el narcisismo colectivo y gregario― el miedo a las razones, ideas y costumbres de quien vive de modo diferente ―pero próximo― a nosotros. La Ilustración europeísta del siglo XVIII es el miedo al poder de España, a su Historia, su ciencia y su literatura, que la leyenda negra anglosajona desacreditó con una fuerza propagandística que llega incluso a nuestros días.
Detrás de cada idealista exaltado hay un miedo ―matriz y soterrado―, que ha extraviado y desviado patológicamente el curso de una intención fracasada, a la que este idealismo se adscribe con ceguera y sin desengaño posible.
El desengaño exige superar el miedo a asumir la realidad. Renunciar al desengaño equivale a perpetuarse en el idealismo y en el miedo. Es la cronificación de una vida equivocada. Porque el miedo ―como el fanatismo― te hace renunciar antes a la vida que al error.
Hoy, el triunfo del miedo es el fracaso de la democracia.
Jesús G. Maestro
¿Qué es el miedo? Una definición y tres ejemplos sintéticos y útiles
El miedo es una experiencia psicológica que, causante de ansiedad, está provocada por la incapacidad de gestionar las consecuencias de determinados hechos ―reales o imaginarios― que escapan a nuestro conocimiento, poder y voluntad.
Esta incapacidad se manifiesta en situaciones habituales, inesperadas o recurrentes, y normalmente se supera o se evita. Pero, si no se dispone de facultades o recursos para superar un miedo recurrente, tal vez esta incapacidad puede proceder de una vulnerabilidad específica, que suele verse estimulada y potenciada por determinadas formas de conducta, exposición y relación, que nos sitúan en tiempos y espacios inconvenientes y peligrosos. Es el cronotopo maligno.
Indudablemente, el miedo es una reacción de alerta, que opera como un vector preventivo y defensivo, y que conviene gestionar y controlar lo antes posible. Cuando el miedo se convierte en una reacción que no logra sofocarse ni reorganizarse, puede desembocar en una experiencia patológica creciente.
Algo así debe evitarse ―o potenciarse, si el propósito es destruir a una sociedad o a una persona―, por la sencilla razón de que, si crece, destruye de forma perversa y enfermiza al sujeto ―o al colectivo gregario― que lo padece, le somete a voluntades ajenas y le inocula sentimientos de culpa que no le pertenecen.
Hoy se habla más del narcisismo que del miedo, cuando este último es un polizón que acompaña todos nuestros actos, sentimientos, pensamientos y omisiones.
El miedo a la libertad del prójimo explica el origen y pervivencia de todo tipo de religiones, filosofías e ideologías.
El ser humano se agrupa en órdenes religiosas, escuelas filosóficas y grupos ideológicos para sentirse más seguro frente a la libertad de los demás. Y, por supuesto, para limitarla, contrarrestarla o exterminarla, siempre que sea posible.
El inconsciente mismo, tal como lo plantea Freud, es el miedo a la razón de los demás. El inconsciente es siempre muy consciente de las razones ajenas.
Explicar el miedo exige ponerlo en relación con hechos de los que hasta hoy nadie ha hablado con claridad suficiente. El miedo es el tabú de las personas inteligentes.
El origen de las literaturas nacionales no hay que buscarlo en la literatura, sino en el Estado. Porque, aunque el origen de las literaturas nacionales es el Estado,el origen de la literatura misma no es el Estado, sino la barbarie, es decir, las sociedades sin Estado, crecidas al calor del mito, la magia, la religión numinosa y las técnicas de expresión más rudimentarias, desde la oralidad a la más silvestre litografía. Y porque el origen de las literaturas no es político, sino literario, es decir, no es histórico, sino genealógico.
Los Estados, es decir, las sociedades organizadas políticamente, han expropiado a los orígenes de la literatura su naturaleza literaria, para imponer y desplegar sobre ella una intervención política y, con frecuencia, también ideológica.
Las literaturas nacionales son una construcción política, así como las supuestas literaturas nacionalistas son su más regresiva versión mitológica. Laideología, esa organización emocional de la ignorancia colectiva, es el vertedero de la política, del mismo modo que la mitología suele ser su caja fuerte.
En este contexto, todaliteratura programática o imperativaestá indisociablemente comprometida con una determinada idea de Estado, religión o preceptiva artística, y con frecuencia también con un inevitable programa o imperativo político, religioso o estético.
La estupidez dispone de una fuerza demasiado
inteligente como para subsistir por sí sola. Algo más hay en ella que no se
confiesa.
Que millones de personas sean diariamente devoradas por las redes
sociales y el consumo de contenidos absolutamente estériles e improductivos,
cuya emoción los absorbe y ciega, es algo que se produce por algo más que
estupidez... Hay algo más, algo más hondo y más potente que la misma
estulticia, trabajando sin descanso en la mente necia de un inútil.
Esta
autoanulación del ser humano sólo se produce en un mundo sin salidas. En un
mundo sellado, sin puertas ni ventanas. Nada más irónico y malévolo que llamar
«ventana» a la pantalla de un callejón sin salida, llamado también ordenador.
Un mundo que ha perdido la consciencia o exigencia de satisfacer necesidades
más urgentes y vitales.
Por muy idiota que seas, hay cosas a las que no te
dedicas a menos que vivas en un anémico y anómico callejón sin salida en el que
no es posible ninguna revolución. El mundo parece ya una cárcel, una jaula o
pecera sin objetivos ni esperanzas. No puede ser cierto algo así, todavía.
Sin
embargo, hay cosas que sólo tienen lugar bajo una especie de coma emocional o
intelectual. Cualquier cosa vale más que hacer de tu vida un estercolero de
emoticonos.
Cuando la gente ve tonterías y dedica su tiempo a las estupideces
de internet ―desde la geopolítica hasta la pornografía, pasando por supuesto
por la filosofía y la autoayuda―, es por alguna razón más que la idiotez.
Hay
algo más... Algo que ha estallado justamente en nuestro tiempo, y que no se
daba antes de igual modo... Es una necesidad básica morbosamente satisfecha...
un no tener que hacer nada inteligente para mantener vivas ciertas constantes
vitales básicas y parásitas... un no tener que cazar, sembrar la tierra o
luchar por la vida.
Un suicidio colectivo para que otros ―desconocidos y
poderosos― vivan mejor que tú.
El flautista de Hamelin no está en ninguna red
social. Los ratones están en todas.
Jesús G. Maestro
La nueva represión sexual del siglo XXI: contra miedo, mentira y culpa
Los filósofos no interpretan la literatura como
literatura, sino como un material que les permite ―o no― legalizar el idealismo
de su propia filosofía, frente al idealismo de las demás.
Los filósofos se
relacionan con la literatura sólo para convencerse a sí mismos de la ilusoria
legitimidad de sus ideales filosóficos, es decir, para engañarse a sí mismos
malinterpretando obras literarias. Toda filosofía, por muy materialista que se
pretenda, tiende siempre al idealismo.
Lukács es un filósofo ―a ratos― de la
literatura, no un científico de la literatura. Cuando los filósofos se refieren
a la literatura, la convierten en un extraño ideal, utópico y adúltero, hecho a
la medida de su filosofía. Y en nombre de este ideal, tórpido y patológico,
juzgan a la literatura real y verdadera, que es, indudablemente, superior e
irreductible a su idealismo filosófico.
Para ello, es decir, para ejercer este dominio,
quimérico y ladino, en el que por cierto creen ciega y firmemente, proponen una
literatura programática o imperativa, de modo que la totalidad de la
literatura en realidad existente debe convertirse, reducirse y someterse a este
programa o imperativo, naturalmente filosófico, político o religioso. Esto es
Lukács. Al igual que todos los filósofos que lo han precedido o seguido en el
curso de la Historia.
Sin embargo, la literatura no es nada esto. Ni puede
serlo. La literatura tiene vida propia. Una vida y una realidad que no caben en
los términos de ninguna filosofía. Porque, como sugería un Hamlet más atento a
la tradición literaria hispanogrecolatina que a la cultura anglosajona
contemporánea al propio Shakespeare, hay en la realidad del mundo más cosas de
aquellas con las que sueña ―y puede soñar― tu filosofía.
Ninguna debilidad se amerita nunca exhibiendo fracasos.
La fuerza es una razón que los débiles minusvaloran mucho más de lo debido, por no pensar seriamente qué es lo que ha convertido a alguien que razona supuestamente peor que ellos en una persona más fuerte y poderosa.
Cuando alguien es más fuerte que tú, lo es por razones que tú seguramente desconoces.
Y esas razones, para ti ignotas, son la clave de tu propia debilidad.
Jesús G. Maestro
La nueva represión sexual del siglo XXI: contra miedo, mentira y culpa
Si la democracia cuenta hoy con el apoyo de los amigos del comercio, no es porque el gran capital sea demócrata, sino porque la democracia les ofrece más consumidores que otro sistema político. Por el momento.
Es una cuestión de cantidad. El día en que un totalitarismo les ofrezca más consumidores que la democracia, los amigos del comercio apoyarán a ese ―o a cualquier otro― totalitarismo. No es una cuestión de principios, sino de consecuencias. El mercado quiere consumidores, no demócratas. Y la consecuencia es el dinero, no la democracia, ni mucho menos los principios.
Hoy, la mayoría de los consumidores quieren ser demócratas. Bien. A los amigos del comercio les parece bien.
Cuando la mayoría de los consumidores se identifiquen con un totalitarismo, y sean mayoritariamente partidarios de un régimen totalitario, a los amigos del comercio les parecerá igual de bien.
Los amigos del comercio no tienen prejuicios, a diferencia de la gente que los odia o los detesta, a la vez que los persigue y alimenta. Los amigos del comercio no tienen prejuicios ni ideología: tienen dinero. La ideología, como los prejuicios, se diseñan para ti. Para tu dieta y tu consumo habituales. Y para que te comportes como es debido, jugando a cambiar el mundo y todas esas cosillas.
Además de tener dinero, los amigos del comercio acostumbran a razonar mucho más y mejor que tú. Disponen de un racionalismo que con excesiva y arriesgada frecuencia sus enemigos ignoran.
La mayoría siempre gana. La razón viene, vuelve y se transforma después, una y otra vez, y se adapta, fácilmente, a lo que haga falta. Para eso están la prensa y la publicidad, el Derecho, las leyes, la filosofía, la religión y la política. La ciencia está mejor entre bastidores, circulando como un secreto más o menos bien guardado. La literatura... La literatura es mejor que se llame «escritura creativa», y que sea, como en los Estados Unidos de hoy, uno de esos ―naturalmente comerciales― géneros de autoayuda y autoengaño. Y todos contentos, es decir, felices. Es mejor que el Quijotesiga siendo un libro incomprensible para los idealistas.
Los amigos del comercio no son idealistas. Idealista es el que ignora cómo funciona la realidad.
Cuando Pérez Reverte dice que nos equivocamos de
Dios, ¿habla del imperio español o del imperio romano? Porque desde Edward
Gibbon, fueron precisamente los ilustrados ―a quienes Pérez admira
consuetudinariamente― los que afirmaron que quienes se equivocaron de Dios
fueron los romanos, al renunciar a sus propios valores y a su politeísmo
mitológico en favor de la teocracia de Pablo de Tarso.
Y no hará falta añadir
que el Dios de Lutero muere en brazos de Nietzsche, en el fragmento 125 de La
gaya ciencia, en una fecha tan tardía como 1882. Faltaban sólo dos años
para la publicación de La Regenta de «Clarín».
Si Nietzsche hubiera
leído a Cervantes ―¿he de citar aquí también a Pérez?― con la debida atención,
se habría percatado de que ya en el Quijote, las Novelas ejemplares y, sobre todo en La
Numancia, la literatura cervantina es una literatura deicida.
Mucho antes
que Nietzsche, Cervantes ha reemplazado en su literatura la razón teológica por
la razón antropológica.
En el Siglo de Oro español hay más racionalismo y
crítica ―y dialéctica― que en toda la Ilustración anglosajona y afrancesada
juntas.
Jesús G. Maestro
Pérez Reverte, tu punto débil y el mito de los niños lectores