La democracia es una palabra que designa un sistema de gobierno. Nada más, o nada menos. Sólo cuando ese sistema de gobierno se materializa y actúa como tal, es decir, sólo cuando la democracia adquiere un contenido y una realización políticos, sólo entonces podemos decir de qué tipo de democracia hablamos y en qué consiste la ejecución de ese sistema de gobierno denominado «democracia».
Todo sistema de gobierno entre seres humanos, sea democrático o no, es un sistema político. La política es la organización del poder, es decir, la administración de la libertad, en un Estado, entre los miembros de ese Estado y en relación con otros Estados.
En nuestros días, en la mayor parte de Occidente, esta organización del poder político, esta administración de la libertad bajo el Estado, y entre otros Estados, se denomina «democrática». Pero las cosas no son sólo según su nombre, y no son sólo cuestión de lenguaje, filología o lingüística. Las cosas exigen para su conocimiento y uso algo más que palabras. Y la democracia no es solamente una cuestión de palabras. ¿Puede la democracia sobrevivir a la desaparición de los Estados a los largo de este siglo XXI?
En Occidente, la organización del poder político del Estado, que actualmente llamamos así, «democracia», está intervenida por un contenido hoy determinante, que funciona como un auténtico disolvente de la propia democracia. Este contenido se llama posmodernidad, y cuenta, además, con componentes muy específicos y potentes, a los que voy a referirme a continuación, en este libro, Ensayo sobre el fracaso histórico de la democracia en el siglo XXI. Los contenidos de la posmodernidad son los principales disolventes y emulsionantes de los sistemas de gobierno llamados democráticos. Son su cáncer. Dicho de otro modo: los objetivos de la posmodernidad son los principales desvertebradores de los Estados modernos y democráticos, constituidos desde el Renacimiento europeo, desde los siglos XV y XVI.
Esto equivale a afirmar que la permeabilidad y tolerancia que la democracia muestra hacia la posmodernidad desembocan en la descomposición y destrucción de los Estados modernos y democráticos. La democracia, como continente político, se destruye a sí misma, al saturarse de contenidos antidemocráticos.
El proceso es lento, pero seguro e irreversible, porque en nuestros días la democracia, gracias a la posmodernidad, se encuentra en un callejón sin salida, del que sin duda nada ni nadie la sacará ni por donde entró ―pues la Historia no permite desandar lo andado: es irreversible siempre―, ni de forma pacífica ―pues los cambios políticos son violentos, por más que la violencia no sea nunca (como la Justicia) igual para todos―.
Jesús G. Maestro
¿Se encuentra actualmente la democracia
en un laberinto o en un callejón sin salida?