Una sociedad posdemocrática



Jesús G. Maestro



La democracia de finales del siglo XX ha sido más útil a los amigos del comercio que a los demócratas. Sus grandes ventajas y sus insólitos éxitos la han convertido en un régimen político hoy completamente anacrónico e intempestivo. Sus propios logros la han destruido.

Hoy la democracia es una forma de gobierno extemporánea. Pertenece al pasado. Nadie lo cree, porque nadie quiere admitirlo. Es irrelevante: a la realidad nunca le ha importado la opinión del ser humano que carece de poder. La democracia es el nombre que, heredado de un pretérito imperfecto y reciente, gestionaba nuestra forma de vida. Hoy, esa vida nuestra la gestionan el comercio y los amigos del comercio.

Si la política es la organización del poder, es decir, la administración de la libertad, los derechos del ciudadano demócrata se alejan del ordenamiento jurídico de los Estados, y se parecen cada día más a los derechos que caben en una «hoja de reclamaciones».

Con el fracaso histórico de la democracia en el siglo XXI fracasan también tres realidades con las que el ser humano ―mejor o peor― convivía desde el Renacimiento: el Estado moderno, la libertad política y las leyes civiles. Una sociedad posdemocrática es aquella en la que el Estado se desvanece, la libertad política se desintegra y las leyes civiles caben en una hoja de reclamaciones, porque los derechos del ciudadano son los derechos del consumidor, en manos de los amigos del comercio, es decir, nada. Un papel cuyo destino es la papelera más cercana.

La gente todavía no ha interiorizado el fracaso de la democracia. Digámoslo directamente: una sociedad posdemocrática es una sociedad totalitaria. ¿Para qué queremos democracia, si no tenemos libertad? El mercado no quiere demócratas, quiere consumidores.


Jesús G. Maestro,
Ensayo sobre el fracaso histórico de la democracia en el siglo XXI.



Una sociedad posdemocrática