Catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, como profesor universitario, autor de la Crítica de la razón literaria, dispone de forma abierta, libre y gratuita, de toda su actividad docente, académica e investigadora, en internet, con más de mil clases grabadas en su canal de YouTube.
Internet ha conseguido un auténtico milagro:
que la gente inútil, vaga y sobrancera, que no sirve para nada, trabaje gratis
como publicista de los demás. Los ha convertido en agentes publicitarios de
quienes tienen iniciativa y originalidad, sean estas benignas o malignas, según
los fines y criterios que cada individuo o grupo tenga de sí mismo, o de los
demás, y persiga en la red planetaria.
A mi juicio, este es el mayor logro del sedante
esclavismo mercantil jamás habido en la historia del comercio y de la vida
humana. Este procedimiento se permite incluso el lujo de darles algunos
céntimos a fin de estimular y preservar, aún más y mejor, su infeliz,
dependiente y anhelante famulato. Es lo que hacen, sin ser conscientes de ello,
los mercatransmisores.
La dependencia emocional y el magnetismo ideológico que cualquier
mensaje que circula por internet provoca en una mente vulnerable ―y no hay
cerebro que no tenga su talón de Aquiles― es superlativa, de modo que el ansia,
incontenible, de reenviarlo, comentarlo y promoverlo, de forma cada vez más
inconscientemente degradada, beneficia siempre, y más que a nadie, al «gran
capital», que mueve ―sin mover un dedo― las relaciones mercantiles y globales innatas
a la red. Internet convierte a cualquier posible adversario en un publicista. Óptimo.
Seguramente en el mejor publicista. En un mercatransmisor.
Nótese que en
internet no hay intérpretes, sino seguidores y detractores ―no los llamen
odiadores: el odio implica una dosis mínima de voluntarismo―: en internet sólo hay
ingenieros del comercio y comentaristas emocionales y parásitos que recitan textos
ajenos, debidos a los ingenieros del comercio.
Internet es, ante todo,
retransmisión de mensajes previos, que van devaluándose a medida que se
retransmiten, hasta desembocar en una transducción aberrante que se disuelve
por sí misma, en la gomia infinita de la red. Dicho de otro modo: en internet
sólo hay publicistas. Mercatransmisores. Y mucha neurosis, que es el motor de
la pseudoneurona global. Internet ha neurotizado el planeta.
Un internauta es
un publicista que ignora que lo es. En este contexto, los inútiles tienen hoy
una capacidad emocional que el gran capital ha sabido movilizar, hasta convertirlo
en un trabajo rentabilísimo al servicio de sí mismo, esto es, del gran capital.
La mano de obra más barata está en internet. Trabaja devotamente para los
demás, sin que los demás tengan que hacer nada. Y no lo sabe. Lo más admirable
es que esta mano de obra la protagonizan y ejecutan seres humanos que no sirven
absolutamente para nada. Por eso están ahí. Son los mercatransmisores. Los
recursos humanos de la publicidad del siglo XXI.
Jesús G. Maestro
Los mercatransmisores: ¿qué son y para qué sirven?
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El idealismo no puede tolerar la realidad. Ni puede permitir que tú lo hagas. No la soporta. Ni puede permitir que tú la soportes. Es incompatible con ella. Y es incompatible contigo, a menos que le obedezcas ciegamente. Fanáticamente.
El idealismo es intolerante a la realidad, mucho más crudamente de lo que un polínico lo es al polen, desde el momento en que todo idealista vive de espaldas a la realidad y se declara enemigo de ella, y por eso mismo exige censurarla. Exterminarla, esto es, etimológicamente, quitarle la semilla.
No por casualidad los idealistas son los principales recursos humanos del totalitarismo. De todos los tiempos, desde los seguidores del idealismo político de la República de Platón, ese libro espeluznante y aberrante, hasta los cegados y obsesionados adictos al nazismo hitleriano, cuya genealogía luterana, kantiana y darwinista resultó determinante. La filosofía, la más bienquista de las cortesanas y la más socorrida concubina de los moralistas, siempre en la corte de los tiranos, siempre en la cama de las religiones, con todos yace y a todos seduce e ilumina con sus ideales.
Hoy, en el siglo XXI, los idealistas se han apoderado de la democracia. Se han adueñado de ella de forma exclusiva y excluyente. De modo que si no eres idealista, no eres demócrata. Así, el idealismo preserva a la democracia. Temible preservativo. ¿Y la realidad de la democracia, en manos de quién está? ¿Quién la preserva?
Pero ocurre que los idealistas se han apoderado también de los ideales de los enemigos de la democracia. Unos y otros ―idealistas todos― se han apropiado y adueñado de todo, es decir, del control de la realidad y de sus interpretaciones posibles, sean institucionales, políticas y hasta científicas, y nos conducen de hecho y de derecho por un mundo que se declara incompatible con la realidad.
El comercio global, con absoluto virtuosismo y profesionalidad, gestiona la compraventa de idealismos extremos, e incluso incompatibles con nuestra propia supervivencia biológica y con la de cualesquiera especies y ecosistemas. La compraventa de bulas en el Renacimiento cristiano, durante el siglo XVI europeo, es un chiste al lado de la compraventa de idealismos en la posmodernidad del siglo XXI.
El racionalismo humano no idealista carece de toda potestad política y publicitaria. Y duerme en vida, totalmente silenciado e impotente, el sueño de los justos. Acaso más bien duerme el placer, morboso y cómplice, de la cobardía. Sólo los sueños de los idealistas producen insomnio.
No quiero ni pensar en cuál podrá ser ―y lo será sin duda y sin reservas― la respuesta de la realidad a tan desmesurado irracionalismo, una realidad que jamás se queda de brazos cruzados, que es insensible a todo, como lo es el más fiero de los animales, y que siempre ha destruido, tanto individual como colectivamente, a quien actúa de forma incompatible con ella.
No es el apocalipsis, es la realidad. Una realidad que resulta inmortal porque es imperecedera, e inextinguible ―y también intolerante, no lo olvidemos―, es decir, eterna o eviterna, si se prefiere. Y capaz de una violencia siempre inédita e inesperada, por invisible e impredecible. Los mortales somos nosotros. Sorprende que sea necesario tener que advertir y hacer constar una evidencia como ésta.
La realidad siempre gana y sobrevive, pese a las aberraciones de todos los idealismos. Y sobrevive a costa de tu propia supervivencia. La realidad siempre se cobra sus deudas. No en vano el fracaso es la distancia que separa a los idealistas de la realidad.
Y el máximo fracaso es el nihilismo, es decir, el mayor de todos los idealismos: la negación del sentido de la realidad, una realidad y un sentido con los que el ser humano idealista es totalmente incompatible.
No olvidemos que la realidad, o es material, o no es. Hablar de espíritus, de almas y de sentidos ocultos, es ya invocar fantasmas, incurrir, una vez más en la Historia, en ideales morales y utopías seductoras, en discursos supremacistas y en tiranías emocionales e intelectuales, y, en suma, en prácticas filosóficas, es decir, en conjuros de infinitos espectros, la coreografía de que disponen religiones, ideologías e idealismos de todo pelaje y peligro.
Jesús G. Maestro
Los idealistas son los principales recursos humanos del totalitarismo
Lo primero que hizo la Ilustración anglogermana y afrancesada fue cargarse la literatura. La suya y la de los demás. Destruir la suya propia no fue algo difícil, hemos de reconocerlo. No obstante, cada 23 de abril, aprovechando que se cumple el aniversario de la eternidad de Cervantes, nos sacan a Shakespeare en procesión. Shakespeare, el mejor amigo de los fantasmas.
Sin embargo, como decía, la Ilustración, aunque arruina por sí sola la interpretación de sus propias literaturas, e intenta también la ruina de las demás, no pudo abatir la literatura española, ni mucho menos el Siglo de Oro. Antes al contrario, el resultado fue admirativo. Una sublimación que, pese a todo su cacareado racionalismo, Alemania nunca supo explicar más allá epifonemas y exclamaciones místicas derramadas en páginas y páginas de Goethe, Schiller y los fraternales Schlegel. Todos ellos figuras multiuso para citas varias de alto valor emocional, sobre todo cuando no se sabe qué decir.
Es lo que la Ilustración debe al Romanticismo, su resonancia verborreica, su eufonía académica de trovas vacuas, tras la que se eclipsa un vacío literario sin precedentes. Con todo, no hay exigencias filosóficas capaces de hacer enmudecer a la literatura. Como tampoco hay interdicción religiosa, ni política, que la acalle o intimide.
Por eso mismo tampoco hay nada más irónico y ridículo que esos escritores y profesores de literatura, que movidos no sé muy bien por qué tipo de inercia o de ignorancia, reclaman una vuelta a la «razón ilustrada». No sé si es un ritual intelectual que practican quienes, bajo la ansiedad del narcisismo filosófico o académico, buscan hacerse visibles a través de cualquier forma de publicidad. Pero lo que sí sé es que tal declaración es una absurdidad completa.
Hablar de «razón ilustrada» es galvanizar un oxímoron, en cuyo germen habita el exterminio mismo de la literatura. El racionalismo ilustrado es incompatible con el racionalismo literario. Es un pseudorracionalismo filosófico que, idealista y narcisista, como el de Platón, y tantos otros, expulsa a la literatura del Estado. Y subsume al ser humano en un tercer mundo semántico, utópico y marfuz. La literatura es incompatible con la «razón ilustrada». El racionalismo de la literatura no cabe ni en el idealismo de los filósofos ni en el autoengaño de cortesanos, académicos y demás familia.
Jesús G. Maestro
La pobreza literaria de la Ilulstración anglosajona y afrancesada:
Cada cierto tiempo algún medio de
comunicación habla de la endogamia en la Universidad[1], como si
esta endogamia hubiera aparecido hoy, careciera de historia y genealogía, y no
formara parte de la esencia de la democracia, de los intereses de un Estado
desigualado por autonomías injustas e incoherentes, y por una vocación de
privilegiar intereses colectivos totalmente ajenos a la ciencia, la
investigación y la calidad académica.
El problema de la endogamia universitaria
española está totalmente relacionado con la partición del Estado en comunidades
autónomas, enrocadas unas contra otras e impermeables absolutamente a toda
presencia ajena de quien ha nacido o se ha formado en el pueblo de al lado. Es
imposible pretender una Universidad no endogámica, o aspirar a ella, cuando la
estructura territorial y política de un país está totalmente endogamizada, y de
forma irreversible, acaso irrecuperable.
Se trata, pues, de un problema que no
tiene solución. Es una herida, una lesión, inherente a la propia democracia.
Nuestro sistema político tiene tumores que le costarán la supervivencia, pero
esto es algo que hoy nadie quiere ver, ni oír, ni mentar. Ni mucho menos curar.
Algunos dinosaurios universitarios, que han formado parte de la endogamia desde
que nacieron, fingen ataques de histeria académica cuando oyen hablar a otros
de endogamia universitaria, como si semejante peste no les debiera a ellos la
fertilidad, el cuidado y las garantías de preservación de la que gozan en grupo
y se jactan, individualmente, en privado. En público, por supuesto, se rasgan
las vestiduras. No son malos actores, pero son mejores agentes. Porque en
privado siguen fertilizando la endogamia. Pero es bonito decir, en público, que
la endogamia deteriora la calidad de la Universidad. ¿Y...? ¿Y qué? ¿Acaso no
es lo que la democracia ha dispuesto? ¿Hay alguna universidad que haga lo
contrario?
Yo estudié en la Universidad de Oviedo la licenciatura y el
doctorado. Oposité en la Universidad de Vigo, sin endogamia, hace justo 30
años, para optar al curso 1994-1995 como profesor. Las posibilidades que la
democracia me dio y me da para cambiar de Universidad, gracias a la endogamia,
son nulas. De aquí, a la jubilación.
El extranjero es aún peor. Mucho peor. He
trabajado en varias universidades de varios países extranjeros y sé de qué
hablo. No creo en los fantasmas ni en los relatos de emigrantes frustrados. Al
emigrante no le queda más remedio que reconocer que lo peor del extranjero es lo
mejor del mundo. Fui, vi y volví. No creo en historias foráneas. Allí la
endogamia no es geográfica o territorial, sino que se articula mediante
camarillas extraterritoriales y globalistas, y resulta aún mucho más cruda,
letal y obstaculizante.
Que levanten la mano mis colegas españoles que,
demócratas todos, no trabajen como docentes en la misma Universidad en que han
estudiado licenciatura y doctorado. Puedo poner incluso un ejemplo de
universidad suiza donde ha ocurrido lo mismo. Este mediterráneo lleva
descubierto milenios.
Si yo, hoy, como catedrático, opositara a un puesto de
titular en mi área de conocimiento en cualquier universidad de mi Estado,
España, mis colegas votarían en contra y, como catedrático, no conseguiría ni
una plaza de titular. Mis propios colegas y amigos votarían por la endogamia antes
que por mí. Porque la amistad es gratuita, y fingida, y los intereses
profesionales, no. Y porque yo me iré un día, pero la endogamia, no. La
endogamia es más rentable que yo y que cualquiera de nosotros. La endogamia es
más valiosa que la democracia.
Y si adujera, como mérito en una oposición,
haber escrito y publicado una obra como la Crítica de la razón literaria,
peor aún. Ningún colega reconoce, si no es a regañadientes, el éxito ajeno. La
envidia es la forma más siniestra de admiración. Lo sabemos. Y nos la pela. Vivir
en el desengaño tiene sus ventajas. No es amargura, no, ni mucho menos.
Amargura es la que tienen quienes envidian, desengaño es lo que preserva a
quienes no tenemos ninguna razón para envidiar a los demás. El desengaño es la
sala vip de las capacidades profesionales. Se llama conocimiento del medio para
la supervivencia.
Me río yo de la meritocracia, de la libertad y de la calidad
científica o investigadora propuesta por agencias nacionales o internacionales,
terrestres o extraterrestres, burocráticas todas, y nacidas para obstaculizar
la carrera académica de las personas más valiosas y trabajadoras, así como también
me río de todas sus exigencias, tan inútiles como pseudoacadémicas. Es
ridículo. Me recuerda a los chistes de Voltaire, ese pedante del humor, que
quiso ser Quevedo, y acabó siendo un Woody Allen de la época, una caricatura de
esa Francia ilustrada y maquillada cursimente bajo los efectos de su propio
espejismo.
Quien conoce la realidad en que trabaja no necesita ni sueños ni
mentiras que justifiquen nada. No necesita agencias de evaluación que midan su
trabajo: no necesita que le juzgue quien tiene menos currículum que el suyo
propio. Es el mundo al revés.
El autoengaño es el consuelo de los impotentes. Y
la endogamia es la forma suprema de autoengaño en la Universidad, tanto
española como extranjera. Porque quien no conoce cómo funciona la Universidad
fuera de España es un inocente y un incauto respecto a las formas más
perversas, letales y globalistas de endogamia académica.
Sin embargo, nada se
justifica, y menos aún mutuamente. Nuestras democracias, lejos de combatir la
endogamia, la preservan latebrosamente. Busquen en internet estos términos
endogamia y universidad. Su disco duro quedará saturado. Su cabeza, también. Y
la vista, nublada. Llevamos así décadas. Y nada va a cambiar. Nada.
Más les
diré: en una generación, acaso antes, ninguna Universidad tendrá en plantilla
profesores que no hayan nacido, crecido y estudiado en la misma comunidad
autónoma y, por supuesto, en la misma Universidad, en la que han cursado sus
estudios. El onanismo académico será absoluto. Y, como es bien sabido, el
precio de la autonomía es la esterilidad. Pero de esto, nuestra democracia no
quiere saber nada. Hay Estados, no sólo de ánimo, a los que la infertilidad
parece hacerles felices. Sarna, con gusto, no pica, dice el refrán. Y si pica,
no mortifica.
De tanto defender las ideologías, los científicos
han perdido de vista la ciencia, es decir, sus propios conocimientos.
Las
ciencias tienen como objetivo el conocimiento objetivo de la realidad. Un
conocimiento que por su naturaleza ha de ser científico, crítico y sistemático.
Por su parte, ideologías, filosofías y religiones tienen, contra las ciencias,
un objetivo muy diferente, que no consiste en conocer ―ni reconocer― la
realidad, sino en cómo intervenir sobre los conocimientos científicos para
manipularlos y adulterarlos según sus propios intereses ideológicos,
filosóficos o religiosos.
La independencia de las ciencias del poder de
religiones, filosofías e ideologías es absolutamente necesario para preservar
la vida humana en las mejores condiciones posibles de libertad e inteligencia.
Es la historia sin final de Platón contra Homero, de Belarmino contra Galileo,
de Kant contra Newton, del protestantismo contra Darwin, de Nietzsche contra
Maxwell, de Heidegger contra Einstein... es la lucha, también, de la literatura
contra sus enemigos, pasados y presentes.
Porque la literatura, que no es en
absoluto una ciencia, tiene en común con las ciencias el hecho de enfrentarse a
una triple alianza de adversarios: ideólogos, filósofos y gurús.
El Estado, como configuración política constituida
en la Edad Moderna, no es que se encuentre en crisis, es que de hecho y de
derecho es una institución totalmente impotente para enfrentarse a los
acontecimientos actuales, y aún más a los que nos precipita la globalización
del siglo XXI.
Del mismo modo y de forma simultánea, la democracia es un
sistema de gobierno igualmente impotente para resolver conflictos que rebasan
sus posibilidades jurídicas, económicas y políticas.
Sin embargo, el ser humano
no es capaz de encontrar ni una alternativa al Estado, como institución
política, ni una restauración de la democracia. No hablemos ya de su necesaria
transformación o reconversión en un régimen político más favorable a las
libertades de la gente honrada y trabajadora, y mucho más respetuoso con todos
y cada uno de nosotros.
La vida humana es un autoengaño individual. La vida
política es un autoengaño, pero colectivo.
De cualquier modo, todos sabemos que
ni el Estado ni la democracia son eternos ni eviternos.
Y también sabemos que
esta certeza es perfectamente compatible con el autoengaño, individual y
colectivo.
Hay una generación con la que internet ha hecho todo tipo de experimentos: los milenaristas. No son ellos los que experimentan con internet, no, sino internet con ellos. Se han convertido, sin saberlo, en la primera generación con la que la anglosfera ha saturado impunemente su laboratorio psíquico y social. Pero no lo saben.
El presente resulta demasiado divertido como para detenerse a pensar en cualquier cosa que nos distraiga. Los ensayos internáuticos son múltiples y a grandísima escala. Los milenaristas son el patrón de los nuevos tiempos. Han sido elegidos como recursos humanos con los que se testa y comprueba la primera y principal manipulación de la globalización del siglo XXI. Son los principales protagonistas del mayor ensayo jamás ejecutado hasta el presente sobre dominio, engaño y artificio.
Las consecuencias de esta radiación informática sólo están a la vista de algunos profesionales de ciertos sectores. Pero esto es sólo el preámbulo. Porque el ensayo ha funcionado maravillosamente. Y sigue activísimo. Los acures, por el momento, están preservados.
Sólo hay dos movimientos generacionales que son vórtice de nuestro tiempo: boomers y millennials o milenaristas. Lo demás son arrequives que participan de uno u otro centrifugado y se asimilan o integran en uno de los dos remolinos. Y no nos olvidemos de que los milenaristas son una construcción diseñada por los boomers.
Jesús G. Maestro
Boomers y milenaristas
Hay una generación con la que internet ha hecho todo tipo de experimentos: los milenaristas.
Cuando una presunta persona inteligente sitúa el origen del racionalismo moderno en la Ilustración, nos dice mucho acerca de su formación, pensamiento y originalidad.
Nos dice, ante todo, que carece de pensamiento original y formación propia. Nos dice, ante todo, que no dispone de alterativa a la educación convencionalmente recibida, y que se ha instalado en ella, de forma acrítica e irresponsable, como podría enquistarse en un kitsch cualquiera, en eviterna hibernación.
Nos dice, también, que no es capaz de percibir, identificar, y ni mucho menos de interpretar, el racionalismo esencial de la Edad Moderna, es decir, el racionalismo del Barroco.
Identificar la razón con la Ilustración es pacer en el yermo del esperma infértil del idealismo anglosajón. En particular, de la más estéril de todas las semillas, la del idealismo alemán. Y ―con permiso de Rubén―, nos declara, muy claramente, «no saber a dónde vamos, ni de dónde venimos».
Quien explica el racionalismo de Cervantes a través del racionalismo ilustrado y romántico, no es que haya perdido la razón: es que nunca la ha tenido. Ni sabe lo que es razonar. Quien no se da cuenta de que Quevedo es más racional que Rousseau, no es que le falte un verano: es que le faltan tres siglos decisivos de Edad Moderna, Siglos de Oro incluidos, por supuesto.
Esta es la forma de «pensar» de la casi totalidad de nuestros intelectuales, filósofos, profesores, y de más familia. Un disco rayado que emite y recita, desde hace más de 300 años, el mismo mensaje. La misma tontería. El eclipse ilustrado.
Jesús G. Maestro
El eclipse ilustrado. Sobre la ignorancia de los ilustrados y el timo de la Ilustración europea y europeísta