La libertad de la ciencia termina donde comienza el poder político.
Las normas científicas disponen de una autonomía política siempre bajo control o interacción de un Estado o de un imperio dominantes.
La libertad de la literatura, sin embargo, es mayor que la de las ciencias, dadas las posibilidades literarias de sortear, con la debida astucia de los recursos del arte verbal y de la inteligencia del escritor, las normas políticas.
Cuestión muy diferente es que la literatura cuente con escritores inteligentes y valientes, capaces de crear obras literarias que, en lugar de seguir la corriente ideológica dominante en su época y su tierra, se enfrenten a ella.
Con frecuencia los escritores prefieren escribir para un público consumista y mayoritario antes que para un lector inteligente, crítico y heterodoxo.
Al final, la mayor parte de los escritores son solamente peces que siguen la corriente de un Kitsch, de una ideología cultural o política, o de un grupo de poder al que, muy lejos de cuestionar, se someten de forma servil y obsecuente.
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