Catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, como profesor universitario, autor de la Crítica de la razón literaria, dispone de forma abierta, libre y gratuita, de toda su actividad docente, académica e investigadora, en internet, con más de mil clases grabadas en su canal de YouTube.
De tanto defender las ideologías, los científicos
han perdido de vista la ciencia, es decir, sus propios conocimientos.
Las
ciencias tienen como objetivo el conocimiento objetivo de la realidad. Un
conocimiento que por su naturaleza ha de ser científico, crítico y sistemático.
Por su parte, ideologías, filosofías y religiones tienen, contra las ciencias,
un objetivo muy diferente, que no consiste en conocer ―ni reconocer― la
realidad, sino en cómo intervenir sobre los conocimientos científicos para
manipularlos y adulterarlos según sus propios intereses ideológicos,
filosóficos o religiosos.
La independencia de las ciencias del poder de
religiones, filosofías e ideologías es absolutamente necesario para preservar
la vida humana en las mejores condiciones posibles de libertad e inteligencia.
Es la historia sin final de Platón contra Homero, de Belarmino contra Galileo,
de Kant contra Newton, del protestantismo contra Darwin, de Nietzsche contra
Maxwell, de Heidegger contra Einstein... es la lucha, también, de la literatura
contra sus enemigos, pasados y presentes.
Porque la literatura, que no es en
absoluto una ciencia, tiene en común con las ciencias el hecho de enfrentarse a
una triple alianza de adversarios: ideólogos, filósofos y gurús.
El Estado, como configuración política constituida
en la Edad Moderna, no es que se encuentre en crisis, es que de hecho y de
derecho es una institución totalmente impotente para enfrentarse a los
acontecimientos actuales, y aún más a los que nos precipita la globalización
del siglo XXI.
Del mismo modo y de forma simultánea, la democracia es un
sistema de gobierno igualmente impotente para resolver conflictos que rebasan
sus posibilidades jurídicas, económicas y políticas.
Sin embargo, el ser humano
no es capaz de encontrar ni una alternativa al Estado, como institución
política, ni una restauración de la democracia. No hablemos ya de su necesaria
transformación o reconversión en un régimen político más favorable a las
libertades de la gente honrada y trabajadora, y mucho más respetuoso con todos
y cada uno de nosotros.
La vida humana es un autoengaño individual. La vida
política es un autoengaño, pero colectivo.
De cualquier modo, todos sabemos que
ni el Estado ni la democracia son eternos ni eviternos.
Y también sabemos que
esta certeza es perfectamente compatible con el autoengaño, individual y
colectivo.
Hay una generación con la que internet ha hecho todo tipo de experimentos: los milenaristas. No son ellos los que experimentan con internet, no, sino internet con ellos. Se han convertido, sin saberlo, en la primera generación con la que la anglosfera ha saturado impunemente su laboratorio psíquico y social. Pero no lo saben.
El presente resulta demasiado divertido como para detenerse a pensar en cualquier cosa que nos distraiga. Los ensayos internáuticos son múltiples y a grandísima escala. Los milenaristas son el patrón de los nuevos tiempos. Han sido elegidos como recursos humanos con los que se testa y comprueba la primera y principal manipulación de la globalización del siglo XXI. Son los principales protagonistas del mayor ensayo jamás ejecutado hasta el presente sobre dominio, engaño y artificio.
Las consecuencias de esta radiación informática sólo están a la vista de algunos profesionales de ciertos sectores. Pero esto es sólo el preámbulo. Porque el ensayo ha funcionado maravillosamente. Y sigue activísimo. Los acures, por el momento, están preservados.
Sólo hay dos movimientos generacionales que son vórtice de nuestro tiempo: boomers y millennials o milenaristas. Lo demás son arrequives que participan de uno u otro centrifugado y se asimilan o integran en uno de los dos remolinos. Y no nos olvidemos de que los milenaristas son una construcción diseñada por los boomers.
Cuando una presunta persona inteligente sitúa el origen del racionalismo moderno en la Ilustración, nos dice mucho acerca de su formación, pensamiento y originalidad.
Nos dice, ante todo, que carece de pensamiento original y formación propia. Nos dice, ante todo, que no dispone de alterativa a la educación convencionalmente recibida, y que se ha instalado en ella, de forma acrítica e irresponsable, como podría enquistarse en un kitsch cualquiera, en eviterna hibernación.
Nos dice, también, que no es capaz de percibir, identificar, y ni mucho menos de interpretar, el racionalismo esencial de la Edad Moderna, es decir, el racionalismo del Barroco.
Identificar la razón con la Ilustración es pacer en el yermo del esperma infértil del idealismo anglosajón. En particular, de la más estéril de todas las semillas, la del idealismo alemán. Y ―con permiso de Rubén―, nos declara, muy claramente, «no saber a dónde vamos, ni de dónde venimos».
Quien explica el racionalismo de Cervantes a través del racionalismo ilustrado y romántico, no es que haya perdido la razón: es que nunca la ha tenido. Ni sabe lo que es razonar. Quien no se da cuenta de que Quevedo es más racional que Rousseau, no es que le falte un verano: es que le faltan tres siglos decisivos de Edad Moderna, Siglos de Oro incluidos, por supuesto.
Esta es la forma de «pensar» de la casi totalidad de nuestros intelectuales, filósofos, profesores, y de más familia. Un disco rayado que emite y recita, desde hace más de 300 años, el mismo mensaje. La misma tontería. El eclipse ilustrado.
Jesús G. Maestro
El eclipse ilustrado. Sobre la ignorancia de los ilustrados y el timo de la Ilustración europea y europeísta
El siglo XXI parece imponer, con ofidia sutileza, un concepto de propiedad muy diferente al que hemos conocido históricamente, al menos hasta el siglo XX. Hoy parece que la idea de propiedad privada se ha desplazado desde la titularidad al uso o la ocupación.
La vivienda deja de ser propiedad de su titular para ser propiedad de quien la ocupa... Acaso de quien la habita. Podemos llamarlo de muchas formas.
Un texto deja de ser propiedad de su autor para ser de dominio público, aun contra las leyes convencionales de la propiedad intelectual, que nadie en internet parece cumplir, bien en nombre de la cultura libre y gratuita, bien en nombre de la piratería informática... La mayor parte de investigadores académicos y profesores universitarios publica sus trabajos de forma abierta, en múltiples páginas y repositorios.
Algo así se percibe como una forma de promoción personal, que evita al posible lector el obstáculo de pagar. Pero en realidad oculta algo inconfesable: nadie pagaría un céntimo por leer lo que se escribe, porque no vale nada. Prueba de ello es la agonía actual del periodismo digital. Las personas inteligentes leen la prensa más por esperanza que por curiosidad. Y no pagan por ello, pues consideran que la prensa no vale lo que cuenta, y no necesitan las emociones de la pseudoinformación, porque disponen de otras. Hablo de las personas inteligentes, no se confundan.
El mundo académico ha renunciado a la titularidad de derechos a cambio del narcisismo de verse en un espacio público, que, en realidad, es una biblioteca sin lectores ni transeúntes. Un callejón sin salida. Sólo hay curiosos del ocio y maledicentes morbosos. Los nuevos investigadores. La propiedad intelectual se ha desvanecido en la Universidad.
¿Cuántas personas escriben, sin firmar con su nombre propio, lo que escriben en enciclopedias internáuticas globales y en múltiples páginas de internet? ¿Cuántos de nuestros colegas renuncian, por narcisismo estéril, a la titularidad de su propiedad intelectual, e incluso a su propio nombre, y apellidos, reemplazando su onomástica por la anonimia más absoluta?
Las relaciones sociales y comunicativas del siglo XXI han destruido el sentido de la propiedad en todos los órdenes de la vida humana, social y política, científica e ideológica, comunicativa y escrituraria, artística y también oral.
Hoy es posible clonar la voz y la imagen de cualquiera de forma libre, impune y graciosa. Lo que es peligroso no sólo no se percibe como tal, sino se exhibe y promueve como gracioso y libertino. Los tontos siempre juegan con fuego... en el pajar de su propia vida. Sin saberlo. En suma, hoy puede decirse que nadie es dueño ni de su propia voz, ni de su propio rostro, ni de su propia imagen, que cualquiera puede usurpar, utilizar y ostentar rápida y fácilmente.
La impotencia de las leyes y de sus responsables es absoluta. E inédita en la Historia que vivimos y nos espera.
Una obra musical deja de ser titularidad del compositor para serlo de quien la interpreta públicamente.
Crisis y consumo, con todo tipo de urgencias y necesidades económicas, disponen el desenlace.
En Estados Unidos, el país del capitalismo por excelencia, muchas personas compartían lavadora y lavandería en sus condominios y residencias desde siempre. En muchos casos, en condiciones semejantes a las de la fracasada Unión Soviética. Algo así resultó inconfesable durante décadas, pero no por ello incierto. Fue y es innegable.
Hoy, estos hechos han llegado al corazón y a la vida urbana de las ciudades europeas, el continente de las supuestas clases medias. Hoy se vende, como un logro del progreso, el coliving. Sin duda es un logro del progreso de la miseria, de las necesidades inesquivables y de las más bajas dependencias humanas. Hoy las gentes comparten ya en cada barrio lavadora y lavandería.
Las más recientes generaciones deben compartir piso. A la fuerza, que no por placer ni por devoción. Pronto, compartirán también habitación. Y tampoco será por placer. Siempre ocurrió en conventos, cuarteles y hospitales. Tres lugares en los que la vida nunca es una vida normal, sino aislada, belicosa o enferma. Sin embargo, algo así no se había generalizado antes, como hoy, como ahora, en la vida cotidiana y normalizada. Al menos, no se había generalizado como imperativo de los «amigos del comercio».
Porque la vida del siglo XXI, diseñada por Estados Unidos para todo el mundo global, deja de ser privada, para resultar cada día más pública, y no sólo por el narcisismo infantil de las redes sociales e internet. Se comienza compartiendo lavadora, y se acaba compartiendo piso, habitación y cama. Una cama compartida, sí, pero ya no con la pareja, sino con el enemigo. Ése es el destino futuro de los más jóvenes: compartir su insomnio con el enemigo. Y fingir que algo así es hermoso y feliz. Y terapéutico.
La nómina salarial de los trabajadores ya no tendrá los complementos retributivos conocidos, sino que tendrá chistes y gracias propios de un meme. El meme tiene nombre feliz, y se llama «salario emocional». ¿Cuál es el contenido de esta memez denominada «salario emocional»? Pues el habitual: creatividad, voluntariado, conectividad, liderazgo proactivo, movilidad, inteligencia emocional... y cuantas simplezas se le ocurran al actor de turno contratado para difundirlas.
No olvidemos que el voluntariado es una forma de esclavitud, consentida en hombre de un supremacismo moral, en virtud del cual se trabaja gratis para un desconocido. Algo así como el «Dios te lo pague» de los tiempos de antes, pero con más cinismo y gracejo. Por otro lado, hablar de inteligencia emocional es lo mismo que hablar de ignorancia emocional, es decir, nada y lo contrario, porque uno y otro es lo mismo, y al unísono. La movilidad oculta realmente el zarandeo del trabajador, reducido a títere o pelele de la república internacional del dinero.
Las fronteras entre lo propio y lo ajeno se esfuman, legal o ilegalmente, y las diferencias entre lo mío y lo tuyo se desvanecen. Todo es de todos, porque nada es, en realidad, de nadie. Y cuando algo es de todos, lo es porque nadie tiene nada. Disfruten de la globalización del nihilismo. Pero no pretendan que yo me lo crea.
Jesús G. Maestro
El timo del «salario emocional» y la pérdida de toda propiedad privada
Las ideologías se han convertido hoy en el timo de las democracias. En su origen, las ideologías respondían de forma sintética a intereses gremiales, esencialmente laborales y económicos. Hoy son sólo consignas emocionales y neuróticas. En ocasiones, incluso, imperativos psicóticos.
Su destino no es resolver los problemas, sino preservar el enfrentamiento y la división. Negar la experiencia compartida.
Toda ideología contiene de forma oculta, disimulada y por supuesto latebrosa, objetivos contrarios a los de la mayor parte de la población, la misma población que se adhiere, ignorante, a la promoción de esas capciosas ideologías ablativas y limitantes.
Miedo, mentira y culpa forman parte de la comparsa mediática y masiva. El magnetismo del abismo, es decir, la mayor paradoja de las democracias: administrar la discordia emocional de la población a través de las ideologías.
Todos los debates y conflictos políticos actuales remiten a una única cuestión, que nadie se atreve a plantear explícitamente: ¿hay en realidad algún interés en la globalización por mantener la democracia? ¿Para qué quiere un mercado internacional ese conjunto de Estados que sólo molestan en la posesión exclusiva de un monopolio mercantil ajeno a todos ellos? El mercado no quiere división de poderes. El mercado hoy solo quiere su propio poder. Y sólo negocia con su propio poder.
Imposibilitar la propiedad privada no es lo mismo que prohibirla: es algo mucho peor. Es servirse seductoramente del procedimiento contrario a la prohibición para llegar al mismo objetivo: privar al ser humano de libertad y de supervivencia autónoma. Antonio Escohotado llamó a estos últimos «comunistas», mientras que Paolo Prodi calificó a los primeros de «tramposos». Unos y otros representan sendos caminos para alcanzar el mismo destino: el totalitarismo de la globalización. En suma, estas son las cuatro formas esenciales de hurto a lo largo de la Historia: robo, trampa, corrupción y... negación de la propiedad privada.
Jesús G. Maestro
Cuatro formas esenciales de robar a lo largo de la Historia: a la última no podrás sobrevivir...
La democracia es una palabra que designa un sistema de gobierno. Nada más, o nada menos. Sólo cuando ese sistema de gobierno se materializa y actúa como tal, es decir, sólo cuando la democracia adquiere un contenido y una realización políticos, sólo entonces podemos decir de qué tipo de democracia hablamos y en qué consiste la ejecución de ese sistema de gobierno denominado «democracia».
Todo sistema de gobierno entre seres humanos, sea democrático o no, es un sistema político. La política es la organización del poder, es decir, la administración de la libertad, en un Estado, entre los miembros de ese Estado y en relación con otros Estados.
En nuestros días, en la mayor parte de Occidente, esta organización del poder político, esta administración de la libertad bajo el Estado, y entre otros Estados, se denomina «democrática». Pero las cosas no son sólo según su nombre, y no son sólo cuestión de lenguaje, filología o lingüística. Las cosas exigen para su conocimiento y uso algo más que palabras. Y la democracia no es solamente una cuestión de palabras. ¿Puede la democracia sobrevivir a la desaparición de los Estados a los largo de este siglo XXI?
En Occidente, la organización del poder político del Estado, que actualmente llamamos así, «democracia», está intervenida por un contenido hoy determinante, que funciona como un auténtico disolvente de la propia democracia. Este contenido se llama posmodernidad, y cuenta, además, con componentes muy específicos y potentes, a los que voy a referirme a continuación, en este libro, Ensayo sobre el fracaso histórico de la democracia en el siglo XXI. Los contenidos de la posmodernidad son los principales disolventes y emulsionantes de los sistemas de gobierno llamados democráticos. Son su cáncer. Dicho de otro modo: los objetivos de la posmodernidad son los principales desvertebradores de los Estados modernos y democráticos, constituidos desde el Renacimiento europeo, desde los siglos XV y XVI.
Esto equivale a afirmar que la permeabilidad y tolerancia que la democracia muestra hacia la posmodernidad desembocan en la descomposición y destrucción de los Estados modernos y democráticos. La democracia, como continente político, se destruye a sí misma, al saturarse de contenidos antidemocráticos.
El proceso es lento, pero seguro e irreversible, porque en nuestros días la democracia, gracias a la posmodernidad, se encuentra en un callejón sin salida, del que sin duda nada ni nadie la sacará ni por donde entró ―pues la Historia no permite desandar lo andado: es irreversible siempre―, ni de forma pacífica ―pues los cambios políticos son violentos, por más que la violencia no sea nunca (como la Justicia) igual para todos―.
Jesús G. Maestro
¿Se encuentra actualmente la democracia en un laberinto o en un callejón sin salida?
De acuerdo con la más
autorizada bibliografía sobre la Historia del comercio, la economía y el
Derecho, el concepto de «hurto» en la civilización europea ―y por analogía
Occidental― ha sido objeto de tres estadios evolutivos e integradores muy
atractivos: 1) el robo en sentido estricto, como apropiación ilegal de
pertenencias ajenas; 2) la trampa y el fraude en las relaciones contrafactuales
y mercantiles, como contrapunto de la ley e incluso del mismísimo Derecho
Mercantil; y 3) la corrupción política y la adulteración del Estado de Derecho
mediante la transgresión de las leyes civiles y administrativas, merced al
poder supremo ―y sin alternativa― de un mercado global y un capitalismo
planetario.
Hoy el totalitarismo no lo ejerce el Estado, sino el mercado. Pero
esto no es todo. De hecho, esto no es ni siquiera lo esencial. Lo importante,
acaso por irreversible ―e irremisible―, es lo siguiente.
Hay un cuarto estadio
en la evolución histórica del «hurto». Una cuarta etapa que ni siquiera Paolo
Prodi en su libro sobre el séptimo mandamiento y el sacro imperativo, tan categórico
antes de Kant, «no robarás» ―Hurto y mercado en la Historia de Occidente
(2009)―, llega a sospechar, ni a intuir.
Me refiero, a título propio y sin
equívocos, a la negación de la propiedad privada. No hablo de marxismo. El
marxismo es hoy ―y desde hace décadas― un espejismo histórico sólo visible
desde una adolescencia crónica y acaso incurable, aún perdurable en seminarios
religiosos y facultades ―con minúscula― de filosofía o autoayuda. Hablo de
globalización.
Hoy el mundo se encamina hacia la negación de la propiedad
privada. Es la forma más sofisticada de hurto: impedir al ser humano el acceso
a los recursos esenciales, a cualquier recurso que le permita valerse por sí
mismo y poseer algo propio, con seguridad legal y estabilidad económica.
La
ocupación de vivienda ―amparada por la ley―, la imposibilidad financiera de
adquirirla, la incapacidad de acceder a alquileres para vivir, la limitación de
movilidad individual o personal mediante el uso de vehículo propio, o incluso
la defensa de la propia vida ―como propiedad privada esencial e irreversible―, son
sólo algunos de los pasos que preludian, a título de vanguardias mercantiles,
este proyecto global y objetivo totalitario: la negación de la propiedad
privada en todos los órdenes de la vida humana. Incluida la propia vida, es
decir, la supervivencia biológica personal. O de lo que quede de ella. Porque
no habrá Derecho que te ampare, si no es el Derecho Mercantil, cuyo objetivo no
es ampararte a ti, sino al mercado que te explota laboral y económicamente.
La
globalización del siglo XXI tiene como meta y propósito imposibilitar al ser
humano el acceso a la producción privada de todo tipo de bienes, desde la
extirpación de la soberanía alimenticia ―no podrá cultivar nada propio (la
concentración de la vida en las ciudades persigue desde hace décadas ese
desenlace)― hasta la incapacidad para acceder a ningún recurso que pueda
dotarle de una mínima autonomía o libertad.
Aislado en una urbe, su sobrevivencia
es y será totalmente vulnerable y abatible. Eso sí, se podrá pasear el perrito y se tendrá
acceso a un simulacro de «huerto» urbano: podrás jugar a los ascetas y
practicar el narcisismo de la humildad. Y a obedecer sin alternativas ni inteligencia posibles. Sentirás mucho, y no pensarás en nada, porque desde décadas llevan educándote para sentir, no para pensar. Sentirás, o no, la felicidad, pero no pensarás en tu libertad.
El ser humano de finales
del siglo XXI no será dueño de nada. Y no dispondrá de recursos para hacerse
dueño de nada. No se lo negará el Estado, pues el Estado entonces ya no existirá. Se lo negará el comercio global y sin fronteras.
El principal déficit
de recursos comienza con una educación que está por debajo de las exigencias de
la vida a la que ha de enfrentarse y de la realidad contra la que habrá de
luchar. La fragilidad de recursos sanitarios viene inmediatamente después o
incluso es simultánea. Los autónomos serán franquiciados, y el parasitismo será
lo que ya es: una forma de supervivencia extrema y por completo dependiente.
Hoy aún vive un breve repertorio de generaciones que ha hecho de su vida una
realidad de bienes privados, y que ha tenido la posibilidad ―no por todos
aprovechada con la misma legalidad y fortuna― de haber forjado sus mejores o
peores patrimonios. Son las últimas generaciones que han luchado, estudiado y
trabajado como las nuevas ya no lo pueden hacer, ni acaso saben hacer. Porque
no se les ha enseñado ni inducido a hacerlo. Ni mucho menos, exigido.
Los más jóvenes,
auténticos «Mowglis» o «niños de la selva» del siglo XXI, usan este verbo ―exigir―
como sujetos, nunca como complementos indirectos. Estos descendientes pagarán
más por recibir la herencia ―si la hubiere, destino muy dudoso, pues sus padres
no están para muchas verbenas― que legalmente les corresponde que lo que esa
misma herencia vale en efectivo. Muchos de estos «Mowglis» se verán obligados
incluso a renunciar a ella por falta de liquidez.
Téngase en cuenta que la
fiscalización, como el pago de impuestos ―incontables―, es la forma legal que
los Estados democráticos, en el estertor de su actual agonía política, utilizan
para apropiarse ―naturalmente de forma tan legal como abusiva― de la producción
personal ―y de la propiedad privada― del ser humano.
Si esto no es «hurto»,
usen el diccionario de Orwell (la Academia no se ocupa de estas cosillas). En todos los cementerios reina el idealismo, y el de los elefantes no es una excepción. Advierte además que el Derecho Mercantil no es un diccionario, sino algo que, cada
día, se parece más a una apagóresis. Internet, redes sociales y medios de comunicación masiva ya se encargan de recordarte diariamente que a la globalización conviene llegar con la agenda muy bien aprendida.
Jesús G. Maestro
Hacia la negación de la propiedad privada en la globalización del siglo XXI