La desconexión de los líderes españoles con
su tradición literaria y cultural es un problema del que nadie habla. ¿Dónde y
quién educa a nuestras élites?
Esta pregunta puede formularse y responderse
de muchas maneras. Pero habitualmente nadie se preocupa en público por la
educación de las élites, sino más bien por la enseñanza pública del pueblo
llano. Las élites resuelven sus problemas, que no son pocos, de forma mucho más
silenciosa y discreta que las masas.
¿Dónde se educan las élites españolas? ¿Quién
lo hace y de qué forma? Y, sobre todo, ¿con qué objetivos? Traten de
responderse ustedes mismos. Les daré algunas pistas. A ustedes y a las élites,
porque hay aspectos que ellas también ignoran, y no son conscientes de ello.
Naturalmente, depende qué queramos entender
por élite, pero si hablamos de las élites políticas, económicas,
culturales y mediáticas españolas, la respuesta más precisa a esta pregunta
sería que se educan en instituciones profundamente dependientes de modelos
extranjeros, especialmente anglosajones, y desconectadas de la tradición
intelectual hispánica. Desde el siglo XIX sobre todo —y de modo muy acusado
tras la Transición—, las élites españolas se forman en tres espacios
principales, porque carecen de territorio propio:
1. Colegios privados y religiosos (muchos de
ellos con métodos y valores importados de Estados Unidos, Reino Unido o
Francia), donde se cultiva una visión internacionalista que suele marginar la
cultura clásica y la tradición hispánica, griega y latina.
La literatura, desde luego, no suele estar
en el menú. Las humanidades clásicas brillan por su ausencia. En el país de
Cervantes, se explica a Shakespeare, y al último se le identifica con el
primero. Subrayo lo de último y primero, porque lo escribo con doble sentido.
2. Universidades públicas y privadas, donde
predomina una educación burocratizada, más orientada al título que al
pensamiento verdaderamente crítico, y en gran medida subordinada a modas
ideológicas foráneas, que suelen ser, una vez más, anglosajonas, francesas o
alemanas.
Son los modelos educativos hegemónicos que
se imponen desde el artificioso siglo XVIII, como si no hubiera ni un mañana ni
un pasado, es decir, un Siglo de Oro: Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, Góngora
y un muy largo etcétera.
3. Escuelas de negocios y programas
internacionales, en los que se inculca una mentalidad tecnocrática y
globalista, desligada de cualquier compromiso con la historia y la literatura
española e hispanoamericana, sobre todo anterior a una Ilustración notoriamente
idealizada. Nada se dice ni se espera de los clásicos griegos y latinos.
Así pues, las élites españolas no se educan
en España como país que ha hecho posible una cultura, una historia y una
literatura originales y decisivas, que en muchos aspectos desconocen
profundamente, sino en una España como sucursal de potencias extranjeras, que
imponen sus valores, su lengua y ―sobre
todo― sus modelos de éxito. Sus fracasos no los cuentan.
Acaso lo dramático no es sólo dónde se
educan, sino qué dejan de aprender estas élites: el conocimiento de su propia
tradición, su filosofía, su literatura y su historia y pensamiento crítico.
Exactamente lo mismo cabe decir de Hispanoamérica, que mira a Estados Unidos
como España mira a una Europa septentrional, que es una inquietante caja de
Pandora.
Es muy importante no reaccionar a esta
situación desde posiciones nacionalistas ―de ningún signo, ni del presente ni
con evocaciones pretéritas―, pues algo así no es solución de nada y constituye
ante todo una declaración de ignorancia, involución y falta de originalidad
crítica.
A mi juicio, las élites españolas, desde el
punto de vista de su formación intelectual, adolecen de una falta de educación
literaria absolutamente incompatible con las exigencias del mundo al que se
enfrentan. Pero no lo saben.
Es necesario evitar esta «deshumanización de
las élites» y poner a disposición de estas personas jóvenes, valiosas e
interesadas, un potente sistema de conocimientos, criterios y códigos
culturales que están en la literatura española de los siglos XVI y XVII, y que
hicieron posible obras como el Quijote y autores como Cervantes, Quevedo
o Lope de Vega. La literatura es una asignatura pendiente en la formación de
las élites españolas.
El siglo XXI es la etapa de la historia en
la que las élites están más deshumanizadas desde el punto de vista de su
formación científica e intelectual. Las élites romanas, renacentistas y
barrocas eran cultísimas.
Nuestras élites no manejan bien las lenguas
cultas, porque hacen un uso sintético y telegramático del lenguaje, debido a la
ansiedad del inglés por expresarse de forma cada vez más simple y rápida. No
conocen el código de la literatura, que constituye un arsenal de culturas y
lenguas con un potencial muy enriquecedor en todas las facetas de la vida
personal, laboral y profesional.
El conocimiento de la literatura puede
proporcionar una experiencia compartida y solidaria que no facilita, con la
misma eficacia, ninguna otra actividad humana. Y permite reflexiones que van
más allá de la riqueza, el éxito y el liderazgo entendido al modo
estadounidense.
El arte de la prudencia, la gestión ética
del comercio, el control de patologías, pasiones hostiles y adversidades
profesionales, encuentran en muchas obras literarias caminos muy útiles para la
reflexión personal en el ejercicio de la actividad laboral.
Ustedes se preguntarán, en definitiva,
¿quiénes educan a los españoles? La literatura y la realidad no me dejan
mentir: la Iglesia y los extranjeros. El clero y las potencias europeas han
sido siempre los maestros que hemos tenido los españoles desde pequeñitos. Borges
se jactaba de leer a Cervantes en inglés. Y de pasar sus noches con Virgilio,
como si a esas horas no hubiera mejor compañía.
La educación de nuestras élites, desde el
siglo XVIII, adolece de tres problemas.
Uno, su simpatía acrítica con culturas
extranjeras, como si aquí no tuviéramos un Siglo de Oro y un arsenal de valores
humanísticos y solidarios de primera línea.
Dos, un complejo de inferioridad, impuesto incluso
al pueblo llano y más humilde, debido a un sistema educativo que sirve a
Inglaterra, Francia o Alemania, pero no a Galicia, Asturias, Salamanca o al
resto de España, por ejemplo.
Tres, un alarmante desconocimiento de
literaturas clave en la historia del pensamiento crítico, sobre todo en lo
relativo a las literaturas española, hispanoamericana, latina y griega.
A nadie le interesa disponer
de élites mal formadas. Las universidades privadas, así como las escuelas de
negocios, deberían contar con profesionales de la interpretación literaria, no
con gurús de la cultura ni filosofastros de autoayuda, cuya filosofía es una
retahíla de ocurrencias absurdas.
Por desgracia, las
universidades públicas, que precisamente llevan ocupándose de la literatura
desde hace décadas y siglos, hoy le dan la espalda con toda indolencia. ¿Quién
enseñará literatura a nuestras élites?
Jesús G. Maestro
Faro de Vigo, 2 de noviembre de 2025.












