Catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, como profesor universitario, autor de la Crítica de la razón literaria, dispone de forma abierta, libre y gratuita, de toda su actividad docente, académica e investigadora, en internet, con más de mil clases grabadas en su canal de YouTube.
Algunas personas poco familiarizadas con la
literatura se pueden sorprender de que se hable de ella como un instrumento de
poder estratégico en el mundo de la empresa y el mercado. Sin embargo, si en
lugar de literatura habláramos de cine, la sorpresa sería menor, porque todos estamos
más acostumbrados a que la gran pantalla nos hable de negocios.
Pero la literatura es una caja de sorpresas.
De sorpresas de Pandora. Quien tiene las llaves de esa caja pandórica, sorprendente
y poderosa, y sabe administrar sus contenidos, dispone de un poder que sus
adversarios ignoran. Y algo así es muy peligroso para quien minusvalora a un
enemigo.
Nunca minusvalores a la literatura. No es tu
enemiga, sino tu aliada. La literatura es incompatible con la inocencia humana.
Lo sabemos. Pero la literatura, como el dinero y el mercado, nunca es
inofensiva. Salvo para quien la ignora. El profesor de
literatura sabe más por diablo que por viejo.
Y muchos de nosotros sabemos que en el mundo
de la empresa, el mercado o el derecho y las obligaciones mercantiles, la
literatura adquiere un poder que sólo puede y sabe usar quien es capaz de
interpretarlo y manejarlo por encima de sus adversarios.
Cualquiera de nosotros recuerda y conoce
varias películas sobre el mundo de los negocios y los riesgos de las peripecias
mercantiles: Wall Street, icono del capitalismo feroz de la década de
1980; Glengarry Glen Ross, ese retrato brutal del mundo de las ventas y
la obsesión por el éxito, y mucho antes la trilogía de El Padrino, de la
que se citan tantas frases y paremias. Podríamos retrotraernos incluso a Citizen
Kane, de 1941, inspirada en la vida de William Randolph Hearst, como
muestra de la ambición empresarial en los medios de comunicación.
Y no faltan las críticas a las posibles
consecuencias de todo esto en Parasite, sobre la desigualdad económica y
las relaciones entre clases sociales, o Sorry We Missed You, donde el trabajo
crudo y precario en la era del capitalismo digital se cobra sus víctimas.
Pero muy pocos sabrían citar obras
literarias donde la inteligencia humana haya gestionado el curso y el
movimiento del dinero con consecuencias no menos críticas y reveladoras.
Desde el Quijote de
Cervantes hasta el Mercader de Venecia de Shakespeare, pasando por las
arcas de oro del Cantar de mio Cid, que el caudillo cristiano arrebata a
unos judíos con curiosa astucia, así como todo el valor que el dinero adquiere
en obras como el Libro de Buen Amor y La Celestina de Rojas, la
literatura ha condenado y maldecido la riqueza, y también la ha exaltado y celebrado,
como una afirmación del individuo, o de un grupo social, identificado con
determinados objetivos. El uso del dinero en La Regenta de Clarín o en Fortunata
y Jacinta de Galdós habla por sí solo de cómo organizar la supervivencia y
la usura de la Iglesia y del Estado en la pugna por el control del poder. No
hablemos de Cien años de soledad y de la intervención del capitalismo
gringo en Macondo.
Seamos francos: la literatura tiene que
pactar con el mercado, la empresa y el mundo financiero, y asegurar de este
modo su propia supervivencia en determinados contextos. La literatura es una
materia cuyo especial y selectivo conocimiento puede resultar muy útil en
instituciones que sepan valorar su uso y su poder como estrategia de gestión
política y financiera.
No hablo de imponer la enseñanza de la
literatura en escuelas empresariales o facultades de economía, algo nada
desestimable. Planteo algo más modesto y asequible, y mucho más práctico: la
presencia como conferenciantes puntuales de profesores especializados en
literatura que sepan extraer de ella conocimientos útiles para determinados
gestores del mercado y del mundo empresarial. La literatura debe salir de la
placenta universitaria y volver a la realidad a la que realmente pertenece: la
sociedad abierta y emprendedora.
La literatura enseña al empresario más
psicología que un psiquiatra, más estrategias humanas que una legión de
matemáticos y más operaciones bélicas que un militar veterano. La literatura es
el sexto sentido de los emprendedores. ¿Creen que idealizo? Lean Guerra y
paz de Tolstoi, el Quijote de Cervantes y la astucia de
Dante recorriendo todos los recovecos del infierno para inventariar los errores
de cuantos fracasaron por haber hecho mal las cosas. Cervantes enseña a los
empresarios a no ser idealistas y a no ir más allá de las ilusiones
financieras. No confundas molinos con gigantes, ni enemigos con ovejas.
No es ningún disparate que las universidades
privadas se planteen la organización puntual o eventual de seminarios o ciclos
de conferencias sobre literatura y gestión empresarial.
Sabemos que entre nuestros lectores hay
personas influyentes, atentas a estrategias de mercado y posibilidades
originales de hacer avanzar nuestro conocimiento y nuestra calidad de vida
financiera e intelectual. Este es un mensaje que piensa en estas personas. En
nuestro entorno más inmediato, en Galicia, en Asturias, en el norte de
Portugal, hay una actividad empresarial muy relevante e influyente, que puede
verse potenciada por la formación literaria de algunos de sus cuadros.
Nadie diga «desta agua no beberé», leemos en
el Quijote (capítulo 55 de la segunda parte). La literatura puede ser el
sexto sentido del empresario. Estamos a vuestra disposición.
Resulta sorprendente que en
una sociedad como la nuestra, obsesionada hasta la patología, por la búsqueda
de la felicidad, la mayor parte de la gente busque el placer en formas de
comportamiento que dañan no sólo su salud física, sino sobre todo su salud
psíquica y mental. Y la de quienes están a su alrededor. Me refiero a la
estrecha relación que se establece, sin pensarlo dos veces, entre ruido y
felicidad.
Se ha dicho chistosamente muchas
veces que «el dinero no da la felicidad, sino que la compra ya hecha». El tema
tiene gracia, sin duda, pero no podemos decir lo mismo del silencio. Porque el
silencio es hoy más caro que el ruido, que se expande de forma barata e
incontrolada, subvencionada y legal. Si Larra viviera hoy, sin duda escribiría
incontables artículos de costumbres sobre el uso abusivo y patológico que en
nuestra época se hace del ruido.
Vivimos en una de las
sociedades más ruidosas de la historia. No sólo porque hoy se dispone de
infinitos instrumentos y aparatos para hacer ruido, sino porque la gente no se
controla. Y porque busca, justo en el ruido, emociones fuertes. Y lo que es más
preocupante: busca en el ruido la satisfacción de las más fuertes de todas las
emociones posibles. Pienso en la violencia.
El ruido es un problema
social y de salud pública que se nos va de las manos, y del que nadie quiere
hacerse responsable. Nadie se reconoce como causante de ruidos molestos, pero
mucha gente los sufre en silencio, si se nos permite la paradoja. Del mismo
modo que se ve la paja en el ojo ajeno y nunca la viga en el propio, con el
ruido ocurre lo mismo: mi perro no ladra (el del vecino, sí), yo no pongo la
música alta (los demás, sí) y jamás hablo a gritos (eso lo hacen otros); mi
moto es silenciosa (porque no la oigo yo, lo que oigan los demás es cosa suya)
y nunca he ido de botellón (sólo tomo algo con amigos en grandes grupos); no
tiro petardos (simplemente nos divertimos así) y respeto el medio ambiente
(porque no vemos nada de la basura que arrojamos). Esto es lo que se piensa
habitualmente. La culpa siempre la tienen los demás. El problema es que los
demás somos, también, nosotros.
La contaminación acústica es
invisible, pero no inaudible. El ser humano no es insensible al ruido.
Indiferente a los daños acústicos, y desde luego también insensible a ellos,
suelen serlo las autoridades políticas. No se legisla en prevención de ruidos.
Es la gran asignatura pendiente de las democracias occidentales, tan en crisis
en estos últimos años. Están las democracias como para ocuparse de los
ruidos... con los tambores de guerra que suenan en los horizontes de todos los
puntos cardinales.
Pero fíjense en estos datos
que proporcionan los informes de la Organización Mundial de la Salud. Uno de
cada cinco europeos está expuesto a niveles de ruido superiores a 55 decibelios
(dB) durante la noche, lo que aumenta el riesgo de enfermedades
cardiovasculares. Tráfico y transporte son las principales fuentes de
contaminación acústica en las ciudades occidentales, con niveles entre 70 y 90
dB. Se estima que el ruido propicia más de 48.000 casos de enfermedades
cardíacas y más de 12.000 muertes prematuras al año en Europa. Ese ruido
incrementa problemas interminables de sueño, ya no sólo en directo (la música
del vecino que no te deja dormir), sino también en diferido (la cabeza
sobresaturada de estrés provocado por ruidos que impiden bajar la adrenalina y
el cortisol, cuya actividad es incompatible con el descanso y el sueño
nocturnos). Nadie sabe hoy lo que es el conticinio.
Más de seis millones y medio
de europeos sufren trastornos de sueño debido al ruido nocturno directo. Y no
hablemos de la hipoacusia o pérdida auditiva ocasionada por la exposición
insalubre al ruido. En Estados Unidos y Europa, algo más del 15% de la
población sufre problemas auditivos por exceso de ruido.
Sin embargo, pese a toda
esta cruda realidad, el combate del ruido no ha entrado en los grandes relatos
de la posmodernidad. Hay otros temas, sin duda de gran interés o actualidad,
según la ideología de unos y otros, asunto en el que no entramos, pues cada
persona tiene sus orientaciones e intereses (animales, veganismo, mujer,
cultura, terraplanismo, ecologismo, enfermedades mentales, suicidio, cambio
climático, problemas laborales, depresiones, tabaquismo, alcohol, sexo, drogas
y demás asuntos, incluidos algunos pecados ―o expecados― capitales...), pero el
ruido no está entre las principales figuras de estos catálogos y repertorios. Más
bien sirve de orquesta, acompañamiento y banda sonora a muchos de ellos. Los
activismos usan el ruido para hacerse oír. Y esta es una razón por la que nadie
se mete con el ruido. Todos lo usan para lo que les conviene.
Por eso el ruido goza de
simpatía, tolerancia y aplauso, como punto de encuentro de todo tipo de
estímulos emocionales. Tiene amparo legal y complicidad social. El ruido,
podríamos decir, «atrae a las fieras»: es garantía de emociones fuertes. Y
nuestra sociedad busca emociones cada vez más fuertes en todos los terrenos. Ayuntamientos
e instituciones promueven el ruido asociado a fiestas y espectáculos públicos,
sonoros y con estrepitosos altavoces. Y lo llevan a todos los rincones de
ciudades y poblaciones. Se da por supuesto que el ruido hace la felicidad.
Hoy es prácticamente imposible
encontrar un lugar silencioso, preservado del ruido. Supongo que tal vez un
convento de clausura, una vida cartuja o un desierto soleado pueden ser lugares
silenciosos, pero no es la vocación de la mayoría sobrevivir en un escenario
así. Vivir recluido no es vivir en la realidad que exige la sociedad, sino en
el sucedáneo de una sociedad. El ser humano es un animal social, a pesar del
propio ser humano y de su peligrosa forma de relacionarse con los de su misma
especie. El ruido no hace la felicidad, pero, sin duda, destruye tu salud y la
de tu vecino. Un problema ante el que no se puede hacer oídos sordos. Y un tema
del que nadie quiere oír hablar. Curioso.
José Sánchez Pedrosa es un vigués universal.
A mi juicio, es padre genuino de una forma de escribir literatura específica
del siglo XXI: narrar la locura de un modo inédito en relatos absolutamente
originales. Pedrosa nació en Vigo en 1969 y, desafortunadamente, falleció en
esta misma ciudad, si mis datos son correctos, a comienzos de enero de 2021.
Joven y genial, Pedrosa fue profesor de literatura en España y Francia, y dejó
tanto en Galicia como en Niza un importante magisterio, que está presente en
varios de quienes fueron sus alumnos.
Parte de su obra permanece aún inédita, y de
los herederos depende que se pueda publicar. En todo caso, cumplidos 70 años de
su fallecimiento, tales materiales serán de dominio público. La literatura sabe
esperar. Los sabios, también. Y quienes nos sucedan en el ejercicio de la
interpretación de su obra literaria tendrán ocasión de hacer valer la
originalidad de este narrador tan prematuramente fallecido.
A José Sánchez Pedrosa he dedicado varios
vídeos en mi canal de YouTube y también varias clases en la Universidad de
Vigo. He podido observar el enorme interés que sus breves relatos despertaron
tanto en los alumnos que presencialmente asistieron a mis clases universitarias como en los oyentes que, sobre
todo en Hispanoamérica, han conocido a través de mis conferencias en internet
la obra de este escritor.
Lo mismo he de decir de quienes, en Francia,
recibieron su magisterio durante varios años, y ahora se han encontrado de
nuevo en mis clases con su antiguo profesor, convertido hoy en narrador de
relatos verdaderamente delatores de formas de vida clave en nuestro mundo
actual.
Pero, ¿qué tiene José Sánchez Pedrosa que no
tienen otros escritores? Pues tiene y revela una capacidad insólita y precisa
para retratar las formas de la locura en la literatura y en la sociedad del
siglo XXI.
No fue Cervantes el primer autor en dar vida
original a los locos en la literatura. La tradición viene ya de los griegos, y
del nacimiento mismo de la creación literaria, con los personajes homéricos. Los
locos hacen y dicen cosas que los cuerdos no se atreven a declarar ni bajo
secreto de confesión.
Sin embargo, a diferencia de las
enfermedades mentales con las que se encuentran los psiquiatras en su consulta,
la locura en la literatura cambia cuando cambian los tiempos. Y, sobre todo,
cuando cambian las formas de pensar y razonar. La locura puede ser una forma de
perder la cordura, pero no de perder la razón. Los locos razonan, pero de forma
incompatible con la realidad.
Y esto es así porque la locura, en el arte,
es una forma patológica de razonar, cuyas explicaciones no están en la
psiquiatría, sino en la propia literatura. Pedrosa no era médico, ni psicólogo.
Pedrosa era narrador de cuentos y relatos breves, cuyos personajes son una
síntesis de psicopatías provocadas por un mundo como el nuestro: una sociedad
que, como la del siglo XXI, dispone de muy pocas salidas y, casi todas ellas,
por una única puerta: la de las enfermedades mentales.
No hay que confundir locura en literatura
con psicosis, neurosis y trastornos de personalidad en la vida real. Cuando
algo entra la literatura se transforma en otra cosa sin dejar de ser,
enteramente, lo que era. Con Galdós la historia entra en la literatura para
dejar de ser historia, y convertirse en ficción. Con Luis Martín Santos en Tiempo
de silencio, y con toda la novela naturalista decimonónica, la medicina
entra en la literatura, para dejar de ser medicina, porque se satura de
ficción. La ciencia también entra en la literatura, y se convierte en la
llamada y reconocida ciencia-ficción. Y cuando las utopías penetran en
la literatura, dejan de ser utopías para convertirse en malas novelas. De
hecho, las utopías son novelas frustradas escritas en tiempos de crisis.
Los cuentos de José Sánchez Pedrosa son un
catálogo de locos, enfermos mentales y personas extremadamente trastornadas. Su
libro de relatos breves, titulado Contento del mundo, contiene, con
ironía muy personal, 44 narraciones extraordinarias. Publicado en 2008, es cada
día más actual. Un psiquiatra no se cansaría de leerlo. Un psicólogo encontrará
en esta literatura más patologías que en su propia consulta.
La locura es una estrategia literaria, y
vital, que ninguna prevención puede detener. No es una forma superior de
racionalismo, como pensaban los románticos. Ni mucho menos. La locura, en el
arte, es muy seductora y atractiva. En la realidad, conduce con frecuencia al
homicidio y al suicidio. En la realidad, el arte pierde gracia y aliciente. El
arte exige que se cumplan sus propias ficciones e ilusiones.
La literatura es una forma preventiva de
enfrentarse a la realidad. Conocer la literatura es también una forma de
prevenirse respecto a determinadas enfermedades mentales. No es broma. La
cantidad de personas que nos rodean y que viven, cada día más crudamente,
aquejadas de problemas psíquicos es extraordinaria. Los trastornos de
personalidad se desarrollan exponencialmente. Mientras los índices de
esquizofrenia se mantienen estables, los problemas que desembocan en trastornos
narcisistas, esquizotípicos, paranoide, esquizoide, antisocial, histriónico,
dependiente, evitativo, límite y obsesivo-compulsivo se desbocan. Nuestra
sociedad es una fábrica de psicópatas. Un manicomio de puertas abiertas.
Todas estas patologías encuentran en la
literatura una explicación, un desenlace y un resultado único y específico. En
la lectura de los cuentos de Pedrosa se constatan muchas certezas. Entre ellas,
una fundamental: el siglo XXI pasará a la historia por haber sido el siglo de las
enfermedades mentales. Es la herencia de la Ilustración anglosajona. La
psicosis del siglo XXI es resultado de esa Ilustración idealizada y cruel
fabricada en la antigua Prusia. Esto lo digo yo, no lo dice Pedrosa. Él
solamente lo ilustra y literaturiza. Como nadie antes que él lo ha hecho jamás
en la literatura.
Siento muchísimo no haber conocido
personalmente a este genio del relato breve. Sea para siempre mi amigo póstumo.
Entrevista de Alonso
Rabí Do Carmo a Jesús G. Maestro
1. [Alonso Rabí Do Carmo]: En un mundo
dominado por la tecnología, la inmediatez, el pragmatismo sin ética y la
banalidad sin fin, ¿cuál es el destino de la literatura? ¿Está acaso en peligro
de muerte?
[Jesús G. Maestro]: La literatura
no tiene ningún destino específico. El futuro se construye, no se adivina. El
futuro de la literatura y el futuro de cualquier otra cosa. Presuponerle a la
literatura un destino es un idealismo. Acaso también una presunción. La
literatura, como el sentido del humor o de lo trágico, se escribe y se
construye según la inteligencia de la que se dispone. Cuando el mundo era
diferente a lo que hoy es, y me permito dudar de que esencialmente haya sido
alguna vez diferente a lo que actualmente es, la literatura era indiferente a
las pretensiones del destino y de las utopías de los seres humanos. La
literatura no depende del destino del mundo: la literatura depende de la
inteligencia humana. En todo caso, es innegable que en una sociedad sin
tecnología, sin prisas y sin pragmatismo, hay literatura igual que la hay en
una sociedad de signo contrario. Este hecho lo he explicado en mi obra Genealogía de la literatura, donde se interpreta la literatura según una conjunción de
conocimientos críticos o acríticos, racionales o irracionales. Una sociedad
pragmática no da lugar necesariamente a una literatura ni mejor ni peor que la
que se puede originar en una sociedad estéril. Por otro lado, la banalidad, sea
del bien, sea del mal, no asegura por sí misma una buena literatura, ni tampoco
una mala literatura. La banalidad del mal, como la banalidad del bien, en sí
misma no significa nada. Vincular el valor de una obra literaria a un
determinado tipo de sociedad es algo que en sí mismo tampoco explica nada.
Sugerir que un mundo no sometido a la tecnología o a la inmediatez, por
suscribirme a los términos de la pregunta, da lugar a una literatura de menor
calidad que la que genera otra sociedad es un error. Por otro lado, aplicar a
la literatura la idea de un «peligro de muerte» es algo más humano que
literario, más apocalíptico que realista. La literatura aparece y desaparece a
lo largo de la geografía y de la historia, como aparecen y desaparecen, crecen
o disminuyen, muchos otros aspectos y variables, como son la libertad, la
inteligencia, la razón o simplemente la estupidez. Tocante a literatura,
estamos hoy como siempre. Rodeados de parásitos, de tontos charlatanes y de
inteligentes que, atentos a su astucia, esperan su momento. Los genios lucen
más después de muertos. Sobre todo, una vez que el poder ha controlado las
consecuencias de su genialidad. La literatura atrae a todo tipo de parásitos,
sofistas, charlatanes y apocalípticos, que viven de ella como cualquier
vendedor de humo vive de sus vacuidades, desde la felicidad o la geopolítica
hasta la aruspicina o el tarot.
2. [ARDC]. Humanoides
letrados: ¿Pesadilla o próxima realidad? ¿Qué es lo peor y lo mejor que tiene
la inteligencia artificial que ofrecerle a la literatura?
[JGM] La literatura
y la inteligencia artificial no tienen nada que ver. La literatura es obra de
la inteligencia natural humana y de sus posibilidades de racionalismo. La
inteligencia artificial es una pseudointeligencia, una programación de
combinaciones infinitas y selectas que ofrece al ser humano determinados
resultados y posibilidades optimizadas. En el caso de la literatura, la llamada
inteligencia artificial es útil a los autores de kitsch y modelos
ortodoxos de pseudoarte. Sirve al mercado y a la producción mecanizada de
textos y productos cualesquiera. La literatura, la verdadera literatura, valga
la redundancia, es totalmente indiferente a la inteligencia artificial. Quien
no es indiferente a las tentaciones que le ofrece la inteligencia artificial es
quien carece de la inteligencia natural necesaria para escribir obras
literarias. El lector que, sin formación literaria, no desea adquirirla es y
será siempre indiferente a la literatura. Y para este tipo de lector cualquier
cosa puede pasar por literatura, desde un código de barras hasta el prospecto
de un medicamento, lo elabore una inteligencia artificial o lo redacte un
chimpancé tecleando una pantalla digital.
3. [ARDC].En el mundo
de hoy la educación se orienta cada vez más a alimentar el mundo laboral,
olvidando que la educación toda es un proceso formativo en el que se adquieren
conocimientos, claro, pero también valores fundamentales como el pensamiento
crítico. ¿Qué hacer?
[JGM]Pues cada uno
hace lo que puede, lo que sabe y no lo que quiere, sino lo que le dejan hacer.
Yo no creo que la educación organizada de espaldas al mundo laboral sea mejor,
ni más valiosa, que la educación orientada en función del mundo laboral,
empresarial o mercantil. Es, simplemente, una educación diferente. Es común
entre determinados idealistas de una supuesta educación humanista considerar
que una educación ajena a intereses empresariales es más valiosa. Eso es un
espejismo más, entre muchos otros espejismos. Es incluso una forma de
narcisismo gremial, muy propio de humanistas y académicos, y también una forma
de supremacismo moral, intelectual y hasta clasista. Algo en realidad ridículo
y también grotesco, sobre todo porque resulta irrelevante y económicamente muy empobrecedor.
La sofística enriquece más y mejor que el humanismo. Y hay que advertir que la
mayor parte de los humanistas son unos sofistas profesionales y de medio pelo.
Esta actitud o creencia de que una educación en valores ajenos a lo mercantil
resulta más valiosa que otras es en el fondo una forma de legitimar un
ascetismo idealista y fabuloso, es decir, de justificar erróneamente una vida
irreal, y francamente empobrecida, al margen del mercado y de sus exigencias. No
hay que olvidar que, hasta cierto punto, las exigencias del mercado son las
exigencias de la realidad, sobre todo en un mundo como el actual, donde el mercado
se ha apoderado del Estado, globalmente y acaso con intenciones seculares, es
decir, durante los próximos siglos. Los humanistas han sido (casi) siempre así:
narcisistas, parasitarios y engreídos en su propia esterilidad. Erasmo es un
magnífico ejemplo. Siempre han recelado de todo aquello que puede hacerles
competencia, sea el dominio de la Iglesia (a la que se subordinaron cuando les
hizo falta), sea el poder del Estado (con el que colaboran siempre que pueden y
del que reciben subvenciones, ayudas y premios), sea el afán depredador del
mercado (al que se venden felices y contentos de la forma más barata que puede
constatarse tan pronto como pueden), sea el poder de ciencias cuyo desarrollo
les hace sombra (ciencias a las que fingen interpretar desde una ignorancia con
frecuencia supina y absoluta). En realidad, todo saber es útil y necesario,
venga del mercado, o de cualquier otra parte, si nos permite hacernos
compatibles con la realidad y conocerla para preservar nuestra supervivencia
biológica. Lo que se haga con la vida es ya otra cuestión, que afecta a la
moral (la vida del grupo) y a la ética (la vida del individuo), entre otras
muchas cosas. Por otro lado, cuando se habla de «pensamiento crítico», confieso
que no sé realmente de qué se habla. Pensamiento crítico, ¿de qué? Hoy se
observa que muchas personas que se declaran críticas por su forma de pensar,
cuando exponen lo que dicen pensar, dejan en evidencia que ni piensan ni saben
lo que es la crítica. Sus pensamientos son emociones en el vacío, o más
simplemente aún: son reacciones emocionales suscitadas por ilusiones,
espejismos o ideologías. Y sus críticas son ocurrencias fugaces, pasajeras o
completamente ridículas. Yo recomendaría a muchas personas que pierden su
tiempo prestando atención a quienes dicen dedicarse o ejercer el pensamiento
crítico, que se pregunten en qué trabajan estos pensantes críticos, y que
constaten que estos timadores, en la mayor parte de los casos, no trabajan en
nada útil. Entre otras cosas, porque lo que dicen pensar no son, en realidad,
más que tonterías y ocurrencias. Eso sí, muy seductoras. Téngase en cuenta que
cuando se admira en demasía la inteligencia ajena, tal vez la causa es que,
simplemente, se carece de inteligencia propia. A veces, la inteligencia del prójimo es sólo un espejismo resultante de la
ignorancia en la que uno mismo vive sin saberlo.
4. [ARDC].Es muy
claro el retroceso de las Humanidades, tanto en las escuelas como en las
universidades. Se las considera imprácticas, verbosas, incapaces de resolver
problemas concretos. Tengo la incómoda impresión de que en estos días ser
profesor de literatura es pertenecer a una especie en extinción, o en la
versión más mejorada de este pesimismo, alguien excéntrico.
[JGM]A las
humanidades se las considera así, inútiles, porque los humanistas son también así,
inútiles. La mayor parte de los humanistas ni son humanistas ni son nada, y no
sirven ni a las lenguas ni a las literaturas, ni absolutamente a nada ni a
nadie. Son parásitos. Hoy ser profesor de literatura es ser lo de siempre. Hay
profesores de literatura muy bien formados, pero son poquísimos. Como siempre
ha ocurrido. La mayor parte, como Vd. dice de las humanidades, son personas
rábulas, inútiles, irresponsables incapaces de resolver cualquier tipo de
problema. Esto es una realidad totalmente innegable. El fracaso de las
humanidades es resultado del fracaso de quienes se dedican a ellas. La mayor
parte es gente que no sirve para nada, y se mete en esta profesión, la de
profesor de literatura, para disimular su inutilidad. Es una forma de
parasitismo. La crisis de la clerecía ha provocado un crecimiento del
parasitismo humanista y académico. La gente ha cambiado el seminario por la
universidad. La filosofía es una secularización de la religión. Las Iglesias
están vacías y las Facultades de Filosofía están saturadas de gentes que en
otro tiempo no serían otra cosa que seminaristas. En una generación más, esto
también habrá cambiado, y los llamados filósofos se dedicarán a la autoayuda,
es decir, a vender humo. De hecho, la filosofía siempre ha vendido humo: lo que
ha cambiado es su clientela. Primero han sido los creyentes en dioses,
divinidades y criaturas metafísicas. Es la etapa en la que la filosofía está al
servicio de la religión. Después, con el triunfo de la Ilustración y de la
razón secular, la filosofía se pone al servicio del Estado y de las ideologías
políticas. Sus nuevos clientes son los votantes y los partidos políticos: las
creencias ya no religiosas, sino políticas. Los nuevos dioses son los
estadistas, los superhombres, los duces, Führer y caudillos. Hoy,
agotados todos los productos religiosos y políticos, la filosofía vende el humo
de la autoayuda. Son los nuevos clientes. De buscadores de dioses, los
filósofos han pasado a ser inventores de superhombres, y hoy, actúan como
ingenieros de la felicidad y otras monsergas por el estilo. Eso es la filosofía:
un timo atractivo y seductor, con atavío académico, retórica solemne y un lenguaje
casi onírico y quimérico. El resultado es una forma acomodada de ejercer la
pseudociencia.
5. [ARDC].En una
conversación con un intelectual de mi país, surgió la idea de que hacer y
practicar humanidades era una forma de ejercer resistencia. ¿Suscribiría esto?
[JGM]Pues no lo sé,
porque para poder suscribir algo así tendría que saber a qué se resisten las
actuales humanidades, cuáles son sus contenidos y contra qué se oponen. ¿A qué
se resisten? Yo en las humanidades y en los humanistas solamente veo
colaboración con el poder. Concretamente, con el poder que más calienta. Un
poder cambiante y mutante, por supuesto, al igual que los intelectuales y
humanistas, perfectos heliotropos del amo de cada época y lugar. En realidad,
veo todo lo contrario a resistencia: constato sumisión, obsecuencia y
servilismo. Hoy cualquiera de nosotros puede observar que bajo el rótulo de
«humanidades» cabe cualquier cosa: filosofía (pero... ¿qué filosofía?, porque
unas son incompatibles con otras), ideologías (pero... ¿qué ideologías?, porque
hay muchísimas, y casi todas luchan también unas contra otras), credos,
fideísmos, culturas, indigenismos, fanatismos y hasta religiones... Por lo
tanto, habrá que delimitar muy bien cuáles son los contenidos de esas
humanidades de las que hablamos. Por otro lado, observo igualmente que quienes
dicen hablar en nombre de las humanidades son gentes bien acomodadas en el
sistema, trabajan en colaboración con diferentes poderes. Veo, sin ser
visionario, profesores de universidades del primer mundo muy bien pagados por
un aparato político e ideológico que los promociona, edita y galardona
globalmente. Por eso me pregunto, no sin razones, en dónde está esa
resistencia, y contra quién se ejerce. La supuesta resistencia de las
humanidades es una farsa, un idealismo, un autoengaño, un timo o un mito, si se
permite el anagrama. Muchos humanistas ―no generalicemos acríticamente― viven
en perfecta consonancia con el poder. Hoy, como ayer. No necesitan oponerse ni
resistirse a nada. No hay ninguna razón para ellos ni para ello. Hoy una gran
mayoría de intelectuales europeos animan a las multitudes a ir a una guerra.
Lejos de rechazar la guerra, estos intelectuales exigen que Europa se rearme, y
agitan a las masas a guerrear. Pero no veo que ninguno de estos intelectuales
se haya alistado en ningún ejército ni frente de guerra. ¿Dónde está, entonces,
la resistencia de las humanidades? Yo sólo veo colaboracionismo de estos
humanistas con el poder político. Si tanto quieren proteger al pueblo de una
guerra, en lugar de animarlo a guerrear, deberían ser ellos quienes lo
defendieran alistándose en el ejército que consideren oportuno. ¿Por qué no rehabilitan,
con el ejemplo, la clásica tradición de las armas y las letras? Si quieren
guerra, que vayan ellos al frente de guerra, pero que dejen al pueblo en paz,
nunca mejor dicho. Porque hoy el pueblo sabe que la guerra es la distancia que
separa a los idealistas de la realidad. Y lo saben mejor que todos esos
intelectuales y humanistas que incitan a la guerra en tiempos de paz. Hoy, como
ayer, muchos de estos intelectuales ―insisto en no generalizar― son los mayores
idealistas de una sociedad. Y los idealistas son los más peligrosos recursos
humanos de cualesquiera totalitarismos. Son sus fuerzas armadas básicas.
6. [ARDC].¿Cómo se
explica usted estos retrocesos educativos? ¿El solo poder de las agendas
conservadoras es suficiente para eso o hay más? Se cambian los finales de obras
clásicas para no ofender a ciertos auditorios, en el peor de los escenarios se
prohíben y censuran libros y autores. ¿A dónde vamos?
[JGM]Vamos a donde
siempre hemos estado: a una lucha constante por la libertad. Los retrocesos
educativos, como los avances educativos, son ciclos históricos, geográficos y
políticos, como son todas las cosas, y también la literatura misma. Los
programas y las agendas conservadores, como los de sus adversarios, son
cambiantes y mutantes, como sus propias denominaciones (Ilustración, idealismo,
marxismo, krausismo, socialismo, comunismo, globalización, «woke», etc.). La
polionomasia es infinita. Hoy son unos y mañana otros. Las gentes de cada época
y lugar hipotecan sus vidas defendiendo a unos o a otros según momentos,
circunstancias y variables. Pero en esencia todo sigue igual: unos oprimen y
otros son reprimidos, unos hacen de inquisidores y otros de herejes. En todas
las épocas se ha interpretado el pasado, y también el presente, según el poder
imperante. Hoy, igual. Cambia quien ejerce el poder y cambia el contenido de la
censura, pero el poder como tal y el acto de censurar como tal siguen vigentes.
Hoy, como siempre. Esperar lo contrario es un idealismo, una vana espera. Si
alguien pensaba que la democracia era un sistema político diferente a otros, en
nuestro presente siglo XXI tiene las respuestas necesarias para desengañarse.
Cada cual que haga y que piense lo que quiera, pero lo cierto es que, en plena
democracia, la censura se impone con la misma fuerza que en siglos pasados bajo
absolutismos feroces y reprobables. Digo con la misma fuerza, pero no siempre con
las mismas consecuencias. Hoy no se quema a la gente viva en una hoguera, ni se
la guillotina en una plaza pública. Por el momento. Pero no es menos cierto que
muchas personas esperamos de la democracia algo más que la derogación de
hogueras y guillotinas. Ha sido un paso decisivo, pero sospechamos que es
insuficiente, y tememos que puede resultar reversible. ¿A dónde vamos? Yo no lo
sé. No manejo la presciencia ni la aruspicina. Pero espero que no volvamos a
revivir feroces tragedias como las del pasado más reciente, tragedias como las
de una Alemania que legitimó en el poder a los ingenieros del nazismo tras la
primera posguerra mundial y hasta su derrota en mayo de 1945. Acaso vamos hacia
un mundo en el que la democracia se comporta ya de hecho y de derecho como un
nuevo totalitarismo, pero con formas insólitas y tal vez no tan cruentas como
en otros tiempos pasados. Eso lo sabrán quienes sobrevivan a la primera mitad
del siglo XXI. Porque cuando la democracia se comporta como si fuera un
totalitarismo es posible que la democracia sea ya un totalitarismo que finge
ser una democracia.
7. [ARDC].Pasemos a
un tema quizá más grato. Cervantes y el Quijote. Usted subraya la plena
vigencia del Quijote. Parecería un acto contradictorio en la medida en
que Don Quijote se lee de verdad ―si es que se lee― recién en el punto
más temprano de la adultez…
[JGM]No sé a qué
edad la gente que lee el Quijote lee el Quijote. Yo lo leí con 14 años, y lo seguí
leyendo desde entonces en varios momentos de la vida. Lo he estudiado a fondo,
según mis posibilidades, y he dado cuenta de ello en mi obra Crítica de la razón literaria, en
concreto en el volumen 20 de los 25 de que consta esta obra, titulado Anatomía
del Quijote. No
creo que una persona adulta, por el hecho de ser adulta, tenga más capacidad de
comprensión que otra joven por ser joven al leer esta novela. La capacidad de
interpretación depende de la formación adquirida, y no tanto de la experiencia
o de los años acumulados. El diablo no sabe más por viejo que por diablo. Eso
es una gran mentira disfrazada de paremia. El diablo nace viejo, podríamos
decir, y, como todo ser humano, nace sabiendo maldades innatas. El diablo sabe
más por humano que por diablo. Y los diablos no leen el Quijote. De
hecho, el ser humano deja de ser una criatura diabólica cuando comienza a
comprender lo que es la literatura.
8. [ARDC].Hay
múltiples maneras de interpretar la vida de Alonso Quijano, luego don Quijote.
El idealismo, la locura, la ilusión barroca, etc. ¿Qué se lee
contemporáneamente, hacia donde van las recientes lecturas del Quijote?
[JGM]A donde han
ido desde la Ilustración y el Romanticismo: hacia el idealismo más estúpido.
Cuando alguien me dice que ha leído el Quijote y con él ha aprendido a soñar, en
primer lugar, me pregunto qué tipo de chorradas puede soñar, y en segundo lugar
me digo (a mí mismo, porque a tal interlocutor no tengo nada que decirle)... «otro
que no se ha enterado de nada».El
idealismo es esencialmente una invención germana, luterana primero y kantiana
después. Hitler creyó en ella atrozmente. Y ya sabemos cómo acabó esa
monstruosísima barbaridad. Los sueños de los idealistas provocan insomnio. Son
salubérrimos para enloquecer y fracasar. Creer en las utopías de los idealistas
conduce a horrendos mataderos humanos. Los griegos homéricos inventaron la
ficción, pero no el idealismo. Los hebreos patentaron las Sagradas Escrituras.
Es el idealismo del dogma. Pero la literatura es otra cosa. La literatura no es
ni dogma ni utopía. Es ficción. El sentido de la ficción es algo de lo que
carecen los curas y los filósofos. Les cuesta trabajo comprender la ficción. De
hecho, no la comprenden. Se toman la ficción en serio. Se siente deslegitimados
y ofendidos por la ficción. El dogma y la utopía los atenaza y no les deja ver
más allá de lo que les ofrecen sus propios fantasmas, a los que tratan como
entes y criaturas reales. Los filósofos ven mónadas, noúmenos, espíritus
absolutos, demiurgos, dioses ―como los curas―, cosas pensantes, superhombres,
inconscientes, figuras como el Da-Sein y espectros de todo tipo. El
mundo hispanogrecolatino depositó la ficción en el arte, no en la política. Ningún
hombre de Iglesia puede admitir que su Dios es una ficción literaria. La
política nunca creyó en la religión, sino que la usó como un medio de organizar
la vida social. Con frecuencia de forma cruenta. Hoy, sin embargo, un gozque es
más terapéutico que un cura.
9. [ARDC].En la
universidad un profesor muy entusiasta definía el Quijote como libro de
libros, libro para lectores y manual para escritores. ¿Sigue siendo así?
[JGM]Del Quijote
cualquiera puede decir cualquier cosa. Es una forma de hacerse publicidad. Esa
afirmación de que «el Quijote es un libro de libros, un libro para
lectores y un manual para escritores» puede decirse del Quijote, del derecho penal o de un código
de barras. Es propio de un profesor de universidad hacer ese tipo de
afirmaciones. Me recuerda a las de Tomás Rueda, ese personaje cervantino que se
creía de vidrio sólo porque se comió el membrillo de una cortesana y su
inmadurez sexual no le permitió estar a la altura, un tontaina que llena la
novela que lleva su nombre de un cúmulo de afirmaciones estúpidas y vacuas, que
causan la admiración simplona de los profesores, doctores y teólogos
universitarios que dicen haberle dado clase. Una burla pavorosa de Cervantes a
lo que hay dentro de la Universidad.
10. [ARDC].Hay muchas
audacias en el Quijote. Me parece ver que en la relación entre Cervantes
y Cide Hamete, como autores, está el germen de ese famoso cuento de Borges
titulado «Pierre Menard, autor del Quijote».
[JGM]Ese cuento de
Borges es una soberana tomadura de pelo. Sirve para que con él se entretengan
teóricos de la literatura de alto voltaje, cuyo objetivo es resolver problemas
que no existirían si no existiera la Teoría de la Literatura. Borges es una
castalia de sofismas. Un venero de ocurrencias para teóricos y parásitos de la
literatura. Es muy rentable. Una cita de Borges queda bien en cualquier parte. Sirve
para todo porque no sirve realmente para nada.
11. [ARDC].El corpus
de biografías de Cervantes es muy considerable en volumen. ¿Usted como lector,
cuál de ellas recomendaría y por qué?
[JGM]Todas dicen lo
mismo. Leyendo una, una cualquiera, se han leído todas. No en vano todas se
refieren al mismo autor: una persona genial que escribió la más valiosa
literatura de todos los tiempos como si él mismo, Miguel de Cervantes, no
hubiera existido ni vivido jamás en ninguna parte. Sospecho que Cervantes era
de origen gallego. No puedo demostrarlo, pero intuyo que su genealogía está en
Galicia. Y digo lo que he dicho ya muchas veces: todos los españoles comunes y
corrientes, aquellos que no formamos ni hemos formado nunca parte de las
élites, somos un Cervantes que no ha escrito el Quijote.
12. [ARDC].¿Qué obra
de autor español contemporáneo le parece particularmente destacable desde su
punto de vista?
[JGM]Después de Cien
años de soledad no se ha escrito nada superior a esta epopeya contemporánea
del mundo hispano. A partir de aquí, cada cual puede hablar de sus gustos ―y
disgustos― personales y literarios como le venga en gana. Yo digo lo que pienso.
13. [ARDC].Se han
discutido largamente los méritos científicos de la teoría literaria. ¿Es
ciencia la literatura o puede aspirar a serlo? Suponga que se lo pregunta un
párvulo…
[JGM]La tesis 4 de
la Crítica de la razón literaria dice
explícitamente que «la literatura no es una ciencia», y lo explica con las
siguientes palabras: «La literatura no es una ciencia ni una filosofía, aunque
pueda contener informaciones científicas o aseveraciones filosóficas: la
literatura es una obra de arte poética y ficticia, que exige, más allá de lo
sensible, una interpretación inteligible, en términos racionales, críticos,
científicos, dialécticos y sistemáticos, la cual constituye un desafío
permanente a la inteligencia humana». Afirmar que la literatura es una ciencia
es una absurdidad del tipo «el agua oxigenada es una ciencia» o «un podenco es
una ciencia». Pero los filósofos tienen más ocurrencias que los poetas. Cada
cual se gana la vida como puede. Lo comprendo. Los párvulos no preguntan sobre
lo que ignoran, porque no son conscientes de lo que ignoran. Los párvulos
preguntan ocurrencias, con frecuencia filosóficas: ¿si un árbol se cae y nadie
lo oye caer, hace ruido o no hace ruido? Dos filósofos podrían estar siglos
debatiendo al respecto. Una persona trabajadora no puede permitirse tal
ergotismo: tiene que ganarse la vida. Una pregunta que plantea si la literatura
es o no una ciencia revela, esencialmente, una incapacidad previa y duradera
ante la literatura y ante las ciencias. Una pregunta así implica, ante todo,
una pésima digestión y estudio de ideas y conocimientos en relación con la
literatura y con las ciencias. Una pregunta así es el resultado de una
intoxicación filosófica grave. La filosofía, con frecuencia, estropea todo lo
que toca. La filosofía, por desgracia, y es muy triste decirlo y aún más
lamentable constatarlo, está muy adulterada por la ignorancia de la mayor parte
de las personas que se dedican a ella.
14. [ARDC].Usted ha
dicho una frase polémica: «Los ricos no tienen ideologías, tienen dinero» y ha
dejado la ideología en manos de los pobres. ¿Podría dar más detalle sobre esto?
[JGM]Sí, lo que
dije exactamente, y está escrito en mi libro Una filosofía para sobrevivir en el siglo XXI, es que «los ricos no tienen
ideología, tienen dinero: la ideología es la emoción de los pobres». Es tan
evidente que no necesita en realidad ninguna explicación. Las ideologías son
formas de organizar emocionalmente la ignorancia colectiva. En el pasado, la
ignorancia colectiva se administraba a través de las religiones, la ortodoxia y
la heterodoxia, las sectas y los heresiarcas, las inquisiciones y las hogueras.
Lo hemos dicho. Hoy esta labor la llevan a cabo no las Iglesias, sino los
partidos políticos, al menos en las democracias occidentales. A los ricos les
importa muy poco la ideología que elijan los pobres. De hecho, promueven la
libertad de elección y de cambio entre múltiples ideologías posibles. Para que los
pobres escojan, muten y se entretengan bien hormonados emocionalmente con
ellas. Lo que les interesa a los ricos, como es lógico, es gestionar el dinero particular
y globalmente. Las ideologías son un medio más de ejecutar esas y otras
gestiones. Antes era la religión, hoy es la ideología. Advierta que la
filosofía siempre anda por el medio, buscando también su lugar y comedero.
Antaño, la filosofía se ocupaba de los dioses ―que eran el instrumento del
poder, el látigo―, y lo suyo ―me refiero a la filosofía― era coquetear con la
religión, las sectas y las creencias metafísicas. Con el fracaso de las
religiones y el éxito de la secularización de las creencias, la filosofía
cambió de bando, y comenzó a coquetear con las ideologías, que daban más dinero
y visibilidad que las religiones. Hoy el látigo son las ideologías. Unas y
otras se flagelan entre sí, y todas ellas flagelan ante todo a sus miembros y
seguidores. La secta vigila más a sus miembros que a sus enemigos, he oído
decir. Es entonces cuando la filosofía se convierte en el motor y el
combustible de la política. El siglo XVIII es el momento histórico en el que la
cortesana cambia de cama. De la Iglesia al Estado. El marxismo es, en este
punto, un movimiento clave. Los seminarios se vacían para llenar de recursos
humanos a las Facultades de Filosofía. El resultado, como el objetivo, es el
mismo: la gestión de las creencias colectivas, primero en nombre de la
religión, después en nombre de la ideología. Hoy, en nombre de la autoayuda. Fíjese
que la filosofía está en todas partes. Ayer, confesionalizada en las Iglesias,
bajo la cobertura de la teología; hoy, secularizada y politizada en los
partidos políticos, bajo la indumentaria plural de las ideologías. La
democracia posmoderna hace el resto. ¿En dónde están los ricos? Donde han
estado siempre: trabajando en sus negocios, haciendo caja. Los ricos trabajan
mucho más de lo que los pobres imaginan. Y su vida no es tan fácil como se
cree, ni como se idealiza desde las clases más bajas. ¿En dónde están los
pobres? Donde siempre, sobreviviendo como pueden, haciendo milagros para llegar
a fin de mes, y siempre hablando de política, e hipotecando su vida en nombre
de una o varias de las religiones o ideologías que los administradores de
emociones diseñan para ellos. Da igual que se les diga con palabras claras y
precisas: la mayor parte de la gente no se entera de nada. La verdad se puede
publicar a los cuatro vientos. Da lo mismo. La verdad no interesa a nadie. Y
menos que a nadie a los filósofos. Con frecuencia se jactan de afirmar que son
más amigos de la verdad que de Platón. En realidad, son, como todo ser humano,
más amigos de los vicios que más virtuosamente dicen combatir, como lo es todo
hijo de vecino. Sin duda, la gente prefiere la mentira. Siempre. El prejuicio
es mucho más rentable que cualquier otra cosa. Entre el original y el
sucedáneo, la gente compra el sucedáneo. El éxito del low-cost no es una
casualidad.
15. [ARDC].Usted
tiene una clara vocación por la docencia y por la crítica. Me pica la
curiosidad por saber si ha incursionado en la ficción, si a lo mejor es autor
de una obra secreta…
[JGM]Sí, he escrito
dos cuentos totalmente irrelevantes, que están disponibles en mi canal de
YouTube, en estos dos enlaces. Se titulan Yo soy casi luzbelina (https://youtu.be/7bUXLlIZV0A) y Yo no soy una ficción (https://youtu.be/5ZqrlO8KKbU). Cualquiera puede acceder a ellos.
He escrito más. Los publicaré cuando me parezca. Y aclaro acaso algo
importante: yo no tengo vocación en absoluto ni por la docencia ni por la
crítica. Yo tengo interésen que la
literatura tenga valor y en que el ser humano sea capaz de interpretar esos
valores. Y hasta tal punto tengo interés en eso que he hipotecado mi vida para
cumplir esos objetivos. Lo que cada persona haga con mis ideas ya no es
responsabilidad mía. Yo hablo para que la literatura tenga valor, no para tener
seguidores. No soy el flautista de Hamelín, ni trato a mis oyentes como a
criaturas musoritas para exhibir estadísticas. Eso ya lo hacen los demás. Yo sé
distinguir entre seguidores e intérpretes. Me quedo con los segundos, que, para
mí son los primeros.
16. [ARDC].¿Le queda
tiempo para leer por placer, más allá de las obligaciones de la academia?
[JGM]Nunca he leído
por placer. Y nunca he leído con prisa. Por placer hago otras cosas que no
tienen nada que ver con la literatura, ni con la lectura, ni ―desde luego― con el
trabajo, que es aquello, el trabajo, que sólo hago por dinero. Es un grandísimo
error considerar que la literatura tiene como fin el placer, porque considerar
que la literatura es placer supone ignorar todo acerca de la literatura y,
sinceramente, no tener ni la menor idea de lo que es el placer. La literatura
no es un consolador. La idea de literatura como placer es, una vez más, una
idea ilustrada y romántica, no absolutamente genuina del idealismo anglosajón,
porque ya estaba en clásicos como Horacio, pero combinada en el mundo
hispanogrecolatino con la exigencia de conocimiento. Esta exigencia de
conocimiento la anglosfera la niega totalmente, porque ni la ve ni es capaz de
afrontarla. De ahí que niegue, también, la posibilidad de interpretar
científicamente la literatura y el arte, y reduzca ambas actividades humanas a
una finalidad placentera, prostibularia o simplemente estúpida. Pero eso sí:
siempre comercial. El mundo anglosajón convierte en dinero todo lo que no puede
destruir. No por casualidad prohíbe todo aquello que no es rentable, desde el
conocimiento científico de las artes hasta la sexualidad humana en contextos no
mercantiles. Era Borges quien decía que sus noches estaban llenas de Virgilio. Pobre
hombre. Yo no me voy a la cama con Virgilio, desde luego.
17. [ARDC].¿Qué ve en
el futuro del libro y la lectura?
[JGM]Veo gente convertida en una hemorragia
de emoticonos.
* * *
Entrevista de Alonso Rabí Do Carmo a Jesús G. Maestro: 17 preguntas clave sobre Una filosofía para sobrevivir en el siglo XXI
La explosión de la llamada inteligencia
artificial en nuestras vidas trae para más de uno de nuestros amigos y colegas
grandes inquietudes y preocupaciones. Debería llamarse más bien inteligencia
programada, sin duda artificialmente, pero el sintagma procede del inglés, y
las lenguas anglosajonas son muy sintéticas en todo. Digo sintéticas, no planas.
Esto las convierte en lenguas muy útiles en los procesos comunicativos básicos
y elementales, pero las esteriliza, y muy severamente, para un uso literario.
No por casualidad Inglaterra no tiene un Quijote.
Y no por casualidad Shakespeare no escribió ni novelas, ni cuentos. Ni más allá
de 150 sonetos. Pero hay quien lo compara con Cervantes, acaso porque no ha
leído con atención a ninguno de los dos. El éxito de muchas obras literarias se
debe a que la mayor parte de las personas inteligentes no las han leído.
Borges, sin embargo, estaba más orgulloso de lo que leía que de lo que
escribía. Sin duda tenía razón. No se lo niego. El narcisismo de la modestia
es, a veces, sincero.
Sea como sea, la literatura exige una
complejidad que el uso sintético del lenguaje no siempre permite. No
confundamos el conceptismo de un Quevedo, quien con cuatro palabras decía
cuatro mil cosas, a cual de ellas más provocativa, que el estilo plano de las
etiquetas y emoticonos propios de las redes sociales made in USA.
Pero la inteligencia artificial ha venido
para quedarse. A algunos profesores les inquieta que sus alumnos la usen. Sin
embargo, les inquieta menos el uso que ellos mismos hacen de ella para sus
propios fines. El lenguaje de la inteligencia artificial es muy plano, a menos
que cada uno de nosotros use su propia inteligencia natural para darle un
relieve particular y propio, en cuyo caso, la inteligencia artificial es poco o
nada útil.
Los textos que genera la inteligencia
artificial no tienen personalidad, tienen coherencia. Sé que no es poco, en
estos tiempos de emoticonos y barbarie ortográfica. Pero a veces la perfección
carece de vitalidad. Las palabras de la inteligencia artificial ofrecen datos y
contenidos, pero son fríos e inertes. Es todo lo contrario a la literatura
clásica y la poesía verdadera.
Podríamos decirle a la inteligencia
artificial lo que le hemos dicho alguna vez a algún doctorando que nos presenta
su tesis doctoral en el correspondiente tribunal académico: «Usted aquí nos
presenta datos, pero no ideas. Nos expone hechos, pero no soluciones prácticas.
Hay definiciones, pero no demostraciones. Tiene los materiales, de acuerdo:
ahora, haga la tesis».El doctorando, en
tiempos, al oír esto, se quedaba pálido. Hoy, sin embargo, lo interpreta como
un elogio cum laude, y prosigue sonriente y feliz su disertación,
demostrando que sabe leer más o menos correctamente el papel que tiene delante.
Pero no entiende lo que oye.
La inteligencia artificial, por su parte,
siempre escucha y siempre responde. Nunca enmudece. Jamás niega la palabra y
sabe ser educada (a diferencia de cierta gente). Como muchas personas, también carece
de vergüenza, de modo que nada la altera emocionalmente. En una época como la
nuestra, donde todo el mundo presume de vender y comprar emociones ―veremos a
ver si en el futuro se sigue hablando de inteligencia emocional (como si
hubiera alguna que no lo fuera)― la inteligencia artificial carece totalmente de
emociones. Curiosa paradoja.
De todos modos, no es un disparate afirmar
que inteligencia artificial einteligencia natural viajan juntas, y que la primera es resultado de la
segunda. Cuestión posterior es que con el uso de lo artificial lo natural pueda
llegar a atrofiarse generación tras generación. Y que el resultado final de
esta cadena sea un eslabón que no sabe qué hacer con lo que siente pues no sabe
expresar lo que piensa: y no lo sabe porque, sin darse cuenta, ya no piensa.
Cuando le exigimos emociones
a la inteligencia artificial le exigimos que haga el ridículo. Y si no nos
percatamos de este ridículo es porque el problema de percepción lo tenemos
nosotros, no la IA.
Resultaría muy peligroso que el uso de la
inteligencia artificial pudiera hipotecar el uso de la inteligencia natural.
Pero lo cierto es que todo puede ocurrir, porque del futuro nada está excluido.
La inteligencia artificial se hereda a través del desarrollo de las ciencias,
de generación en generación, pero la inteligencia natural, no. No nacemos
sabiendo. Nacemos llorando. Por algo será. La placenta materna es mucho más
cómoda que cualquier rincón de este mundo.
La inteligencia artificial es un instrumento
para el desarrollo de las posibilidades de la inteligencia natural y personal. Usada
de forma inadecuada puede destruir toda la capacidad intelectual de un ser
humano. Y de toda una sociedad igualmente humana. La ciencia no es peligrosa,
pero el uso que se hace de ella puede ser letal.