Catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, como profesor universitario, autor de la Crítica de la razón literaria, dispone de forma abierta, libre y gratuita, de toda su actividad docente, académica e investigadora, en internet, con más de mil clases grabadas en su canal de YouTube.
Lo primero que hizo la Ilustración anglogermana y afrancesada fue cargarse la literatura. La suya y la de los demás. Destruir la suya propia no fue algo difícil, hemos de reconocerlo. No obstante, cada 23 de abril, aprovechando que se cumple el aniversario de la eternidad de Cervantes, nos sacan a Shakespeare en procesión. Shakespeare, el mejor amigo de los fantasmas.
Sin embargo, como decía, la Ilustración, aunque arruina por sí sola la interpretación de sus propias literaturas, e intenta también la ruina de las demás, no pudo abatir la literatura española, ni mucho menos el Siglo de Oro. Antes al contrario, el resultado fue admirativo. Una sublimación que, pese a todo su cacareado racionalismo, Alemania nunca supo explicar más allá epifonemas y exclamaciones místicas derramadas en páginas y páginas de Goethe, Schiller y los fraternales Schlegel. Todos ellos figuras multiuso para citas varias de alto valor emocional, sobre todo cuando no se sabe qué decir.
Es lo que la Ilustración debe al Romanticismo, su resonancia verborreica, su eufonía académica de trovas vacuas, tras la que se eclipsa un vacío literario sin precedentes. Con todo, no hay exigencias filosóficas capaces de hacer enmudecer a la literatura. Como tampoco hay interdicción religiosa, ni política, que la acalle o intimide.
Por eso mismo tampoco hay nada más irónico y ridículo que esos escritores y profesores de literatura, que movidos no sé muy bien por qué tipo de inercia o de ignorancia, reclaman una vuelta a la «razón ilustrada». No sé si es un ritual intelectual que practican quienes, bajo la ansiedad del narcisismo filosófico o académico, buscan hacerse visibles a través de cualquier forma de publicidad. Pero lo que sí sé es que tal declaración es una absurdidad completa.
Hablar de «razón ilustrada» es galvanizar un oxímoron, en cuyo germen habita el exterminio mismo de la literatura. El racionalismo ilustrado es incompatible con el racionalismo literario. Es un pseudorracionalismo filosófico que, idealista y narcisista, como el de Platón, y tantos otros, expulsa a la literatura del Estado. Y subsume al ser humano en un tercer mundo semántico, utópico y marfuz. La literatura es incompatible con la «razón ilustrada». El racionalismo de la literatura no cabe ni en el idealismo de los filósofos ni en el autoengaño de cortesanos, académicos y demás familia.
Jesús G. Maestro
La pobreza literaria de la Ilulstración anglosajona y afrancesada:
Cada cierto tiempo algún medio de
comunicación habla de la endogamia en la Universidad[1], como si
esta endogamia hubiera aparecido hoy, careciera de historia y genealogía, y no
formara parte de la esencia de la democracia, de los intereses de un Estado
desigualado por autonomías injustas e incoherentes, y por una vocación de
privilegiar intereses colectivos totalmente ajenos a la ciencia, la
investigación y la calidad académica.
El problema de la endogamia universitaria
española está totalmente relacionado con la partición del Estado en comunidades
autónomas, enrocadas unas contra otras e impermeables absolutamente a toda
presencia ajena de quien ha nacido o se ha formado en el pueblo de al lado. Es
imposible pretender una Universidad no endogámica, o aspirar a ella, cuando la
estructura territorial y política de un país está totalmente endogamizada, y de
forma irreversible, acaso irrecuperable.
Se trata, pues, de un problema que no
tiene solución. Es una herida, una lesión, inherente a la propia democracia.
Nuestro sistema político tiene tumores que le costarán la supervivencia, pero
esto es algo que hoy nadie quiere ver, ni oír, ni mentar. Ni mucho menos curar.
Algunos dinosaurios universitarios, que han formado parte de la endogamia desde
que nacieron, fingen ataques de histeria académica cuando oyen hablar a otros
de endogamia universitaria, como si semejante peste no les debiera a ellos la
fertilidad, el cuidado y las garantías de preservación de la que gozan en grupo
y se jactan, individualmente, en privado. En público, por supuesto, se rasgan
las vestiduras. No son malos actores, pero son mejores agentes. Porque en
privado siguen fertilizando la endogamia. Pero es bonito decir, en público, que
la endogamia deteriora la calidad de la Universidad. ¿Y...? ¿Y qué? ¿Acaso no
es lo que la democracia ha dispuesto? ¿Hay alguna universidad que haga lo
contrario?
Yo estudié en la Universidad de Oviedo la licenciatura y el
doctorado. Oposité en la Universidad de Vigo, sin endogamia, hace justo 30
años, para optar al curso 1994-1995 como profesor. Las posibilidades que la
democracia me dio y me da para cambiar de Universidad, gracias a la endogamia,
son nulas. De aquí, a la jubilación.
El extranjero es aún peor. Mucho peor. He
trabajado en varias universidades de varios países extranjeros y sé de qué
hablo. No creo en los fantasmas ni en los relatos de emigrantes frustrados. Al
emigrante no le queda más remedio que reconocer que lo peor del extranjero es lo
mejor del mundo. Fui, vi y volví. No creo en historias foráneas. Allí la
endogamia no es geográfica o territorial, sino que se articula mediante
camarillas extraterritoriales y globalistas, y resulta aún mucho más cruda,
letal y obstaculizante.
Que levanten la mano mis colegas españoles que,
demócratas todos, no trabajen como docentes en la misma Universidad en que han
estudiado licenciatura y doctorado. Puedo poner incluso un ejemplo de
universidad suiza donde ha ocurrido lo mismo. Este mediterráneo lleva
descubierto milenios.
Si yo, hoy, como catedrático, opositara a un puesto de
titular en mi área de conocimiento en cualquier universidad de mi Estado,
España, mis colegas votarían en contra y, como catedrático, no conseguiría ni
una plaza de titular. Mis propios colegas y amigos votarían por la endogamia antes
que por mí. Porque la amistad es gratuita, y fingida, y los intereses
profesionales, no. Y porque yo me iré un día, pero la endogamia, no. La
endogamia es más rentable que yo y que cualquiera de nosotros. La endogamia es
más valiosa que la democracia.
Y si adujera, como mérito en una oposición,
haber escrito y publicado una obra como la Crítica de la razón literaria,
peor aún. Ningún colega reconoce, si no es a regañadientes, el éxito ajeno. La
envidia es la forma más siniestra de admiración. Lo sabemos. Y nos la pela. Vivir
en el desengaño tiene sus ventajas. No es amargura, no, ni mucho menos.
Amargura es la que tienen quienes envidian, desengaño es lo que preserva a
quienes no tenemos ninguna razón para envidiar a los demás. El desengaño es la
sala vip de las capacidades profesionales. Se llama conocimiento del medio para
la supervivencia.
Me río yo de la meritocracia, de la libertad y de la calidad
científica o investigadora propuesta por agencias nacionales o internacionales,
terrestres o extraterrestres, burocráticas todas, y nacidas para obstaculizar
la carrera académica de las personas más valiosas y trabajadoras, así como también
me río de todas sus exigencias, tan inútiles como pseudoacadémicas. Es
ridículo. Me recuerda a los chistes de Voltaire, ese pedante del humor, que
quiso ser Quevedo, y acabó siendo un Woody Allen de la época, una caricatura de
esa Francia ilustrada y maquillada cursimente bajo los efectos de su propio
espejismo.
Quien conoce la realidad en que trabaja no necesita ni sueños ni
mentiras que justifiquen nada. No necesita agencias de evaluación que midan su
trabajo: no necesita que le juzgue quien tiene menos currículum que el suyo
propio. Es el mundo al revés.
El autoengaño es el consuelo de los impotentes. Y
la endogamia es la forma suprema de autoengaño en la Universidad, tanto
española como extranjera. Porque quien no conoce cómo funciona la Universidad
fuera de España es un inocente y un incauto respecto a las formas más
perversas, letales y globalistas de endogamia académica.
Sin embargo, nada se
justifica, y menos aún mutuamente. Nuestras democracias, lejos de combatir la
endogamia, la preservan latebrosamente. Busquen en internet estos términos
endogamia y universidad. Su disco duro quedará saturado. Su cabeza, también. Y
la vista, nublada. Llevamos así décadas. Y nada va a cambiar. Nada.
Más les
diré: en una generación, acaso antes, ninguna Universidad tendrá en plantilla
profesores que no hayan nacido, crecido y estudiado en la misma comunidad
autónoma y, por supuesto, en la misma Universidad, en la que han cursado sus
estudios. El onanismo académico será absoluto. Y, como es bien sabido, el
precio de la autonomía es la esterilidad. Pero de esto, nuestra democracia no
quiere saber nada. Hay Estados, no sólo de ánimo, a los que la infertilidad
parece hacerles felices. Sarna, con gusto, no pica, dice el refrán. Y si pica,
no mortifica.
De tanto defender las ideologías, los científicos
han perdido de vista la ciencia, es decir, sus propios conocimientos.
Las
ciencias tienen como objetivo el conocimiento objetivo de la realidad. Un
conocimiento que por su naturaleza ha de ser científico, crítico y sistemático.
Por su parte, ideologías, filosofías y religiones tienen, contra las ciencias,
un objetivo muy diferente, que no consiste en conocer ―ni reconocer― la
realidad, sino en cómo intervenir sobre los conocimientos científicos para
manipularlos y adulterarlos según sus propios intereses ideológicos,
filosóficos o religiosos.
La independencia de las ciencias del poder de
religiones, filosofías e ideologías es absolutamente necesario para preservar
la vida humana en las mejores condiciones posibles de libertad e inteligencia.
Es la historia sin final de Platón contra Homero, de Belarmino contra Galileo,
de Kant contra Newton, del protestantismo contra Darwin, de Nietzsche contra
Maxwell, de Heidegger contra Einstein... es la lucha, también, de la literatura
contra sus enemigos, pasados y presentes.
Porque la literatura, que no es en
absoluto una ciencia, tiene en común con las ciencias el hecho de enfrentarse a
una triple alianza de adversarios: ideólogos, filósofos y gurús.
El Estado, como configuración política constituida
en la Edad Moderna, no es que se encuentre en crisis, es que de hecho y de
derecho es una institución totalmente impotente para enfrentarse a los
acontecimientos actuales, y aún más a los que nos precipita la globalización
del siglo XXI.
Del mismo modo y de forma simultánea, la democracia es un
sistema de gobierno igualmente impotente para resolver conflictos que rebasan
sus posibilidades jurídicas, económicas y políticas.
Sin embargo, el ser humano
no es capaz de encontrar ni una alternativa al Estado, como institución
política, ni una restauración de la democracia. No hablemos ya de su necesaria
transformación o reconversión en un régimen político más favorable a las
libertades de la gente honrada y trabajadora, y mucho más respetuoso con todos
y cada uno de nosotros.
La vida humana es un autoengaño individual. La vida
política es un autoengaño, pero colectivo.
De cualquier modo, todos sabemos que
ni el Estado ni la democracia son eternos ni eviternos.
Y también sabemos que
esta certeza es perfectamente compatible con el autoengaño, individual y
colectivo.
Hay una generación con la que internet ha hecho todo tipo de experimentos: los milenaristas. No son ellos los que experimentan con internet, no, sino internet con ellos. Se han convertido, sin saberlo, en la primera generación con la que la anglosfera ha saturado impunemente su laboratorio psíquico y social. Pero no lo saben.
El presente resulta demasiado divertido como para detenerse a pensar en cualquier cosa que nos distraiga. Los ensayos internáuticos son múltiples y a grandísima escala. Los milenaristas son el patrón de los nuevos tiempos. Han sido elegidos como recursos humanos con los que se testa y comprueba la primera y principal manipulación de la globalización del siglo XXI. Son los principales protagonistas del mayor ensayo jamás ejecutado hasta el presente sobre dominio, engaño y artificio.
Las consecuencias de esta radiación informática sólo están a la vista de algunos profesionales de ciertos sectores. Pero esto es sólo el preámbulo. Porque el ensayo ha funcionado maravillosamente. Y sigue activísimo. Los acures, por el momento, están preservados.
Sólo hay dos movimientos generacionales que son vórtice de nuestro tiempo: boomers y millennials o milenaristas. Lo demás son arrequives que participan de uno u otro centrifugado y se asimilan o integran en uno de los dos remolinos. Y no nos olvidemos de que los milenaristas son una construcción diseñada por los boomers.
Cuando una presunta persona inteligente sitúa el origen del racionalismo moderno en la Ilustración, nos dice mucho acerca de su formación, pensamiento y originalidad.
Nos dice, ante todo, que carece de pensamiento original y formación propia. Nos dice, ante todo, que no dispone de alterativa a la educación convencionalmente recibida, y que se ha instalado en ella, de forma acrítica e irresponsable, como podría enquistarse en un kitsch cualquiera, en eviterna hibernación.
Nos dice, también, que no es capaz de percibir, identificar, y ni mucho menos de interpretar, el racionalismo esencial de la Edad Moderna, es decir, el racionalismo del Barroco.
Identificar la razón con la Ilustración es pacer en el yermo del esperma infértil del idealismo anglosajón. En particular, de la más estéril de todas las semillas, la del idealismo alemán. Y ―con permiso de Rubén―, nos declara, muy claramente, «no saber a dónde vamos, ni de dónde venimos».
Quien explica el racionalismo de Cervantes a través del racionalismo ilustrado y romántico, no es que haya perdido la razón: es que nunca la ha tenido. Ni sabe lo que es razonar. Quien no se da cuenta de que Quevedo es más racional que Rousseau, no es que le falte un verano: es que le faltan tres siglos decisivos de Edad Moderna, Siglos de Oro incluidos, por supuesto.
Esta es la forma de «pensar» de la casi totalidad de nuestros intelectuales, filósofos, profesores, y de más familia. Un disco rayado que emite y recita, desde hace más de 300 años, el mismo mensaje. La misma tontería. El eclipse ilustrado.
Jesús G. Maestro
El eclipse ilustrado. Sobre la ignorancia de los ilustrados y el timo de la Ilustración europea y europeísta
El siglo XXI parece imponer, con ofidia sutileza, un concepto de propiedad muy diferente al que hemos conocido históricamente, al menos hasta el siglo XX. Hoy parece que la idea de propiedad privada se ha desplazado desde la titularidad al uso o la ocupación.
La vivienda deja de ser propiedad de su titular para ser propiedad de quien la ocupa... Acaso de quien la habita. Podemos llamarlo de muchas formas.
Un texto deja de ser propiedad de su autor para ser de dominio público, aun contra las leyes convencionales de la propiedad intelectual, que nadie en internet parece cumplir, bien en nombre de la cultura libre y gratuita, bien en nombre de la piratería informática... La mayor parte de investigadores académicos y profesores universitarios publica sus trabajos de forma abierta, en múltiples páginas y repositorios.
Algo así se percibe como una forma de promoción personal, que evita al posible lector el obstáculo de pagar. Pero en realidad oculta algo inconfesable: nadie pagaría un céntimo por leer lo que se escribe, porque no vale nada. Prueba de ello es la agonía actual del periodismo digital. Las personas inteligentes leen la prensa más por esperanza que por curiosidad. Y no pagan por ello, pues consideran que la prensa no vale lo que cuenta, y no necesitan las emociones de la pseudoinformación, porque disponen de otras. Hablo de las personas inteligentes, no se confundan.
El mundo académico ha renunciado a la titularidad de derechos a cambio del narcisismo de verse en un espacio público, que, en realidad, es una biblioteca sin lectores ni transeúntes. Un callejón sin salida. Sólo hay curiosos del ocio y maledicentes morbosos. Los nuevos investigadores. La propiedad intelectual se ha desvanecido en la Universidad.
¿Cuántas personas escriben, sin firmar con su nombre propio, lo que escriben en enciclopedias internáuticas globales y en múltiples páginas de internet? ¿Cuántos de nuestros colegas renuncian, por narcisismo estéril, a la titularidad de su propiedad intelectual, e incluso a su propio nombre, y apellidos, reemplazando su onomástica por la anonimia más absoluta?
Las relaciones sociales y comunicativas del siglo XXI han destruido el sentido de la propiedad en todos los órdenes de la vida humana, social y política, científica e ideológica, comunicativa y escrituraria, artística y también oral.
Hoy es posible clonar la voz y la imagen de cualquiera de forma libre, impune y graciosa. Lo que es peligroso no sólo no se percibe como tal, sino se exhibe y promueve como gracioso y libertino. Los tontos siempre juegan con fuego... en el pajar de su propia vida. Sin saberlo. En suma, hoy puede decirse que nadie es dueño ni de su propia voz, ni de su propio rostro, ni de su propia imagen, que cualquiera puede usurpar, utilizar y ostentar rápida y fácilmente.
La impotencia de las leyes y de sus responsables es absoluta. E inédita en la Historia que vivimos y nos espera.
Una obra musical deja de ser titularidad del compositor para serlo de quien la interpreta públicamente.
Crisis y consumo, con todo tipo de urgencias y necesidades económicas, disponen el desenlace.
En Estados Unidos, el país del capitalismo por excelencia, muchas personas compartían lavadora y lavandería en sus condominios y residencias desde siempre. En muchos casos, en condiciones semejantes a las de la fracasada Unión Soviética. Algo así resultó inconfesable durante décadas, pero no por ello incierto. Fue y es innegable.
Hoy, estos hechos han llegado al corazón y a la vida urbana de las ciudades europeas, el continente de las supuestas clases medias. Hoy se vende, como un logro del progreso, el coliving. Sin duda es un logro del progreso de la miseria, de las necesidades inesquivables y de las más bajas dependencias humanas. Hoy las gentes comparten ya en cada barrio lavadora y lavandería.
Las más recientes generaciones deben compartir piso. A la fuerza, que no por placer ni por devoción. Pronto, compartirán también habitación. Y tampoco será por placer. Siempre ocurrió en conventos, cuarteles y hospitales. Tres lugares en los que la vida nunca es una vida normal, sino aislada, belicosa o enferma. Sin embargo, algo así no se había generalizado antes, como hoy, como ahora, en la vida cotidiana y normalizada. Al menos, no se había generalizado como imperativo de los «amigos del comercio».
Porque la vida del siglo XXI, diseñada por Estados Unidos para todo el mundo global, deja de ser privada, para resultar cada día más pública, y no sólo por el narcisismo infantil de las redes sociales e internet. Se comienza compartiendo lavadora, y se acaba compartiendo piso, habitación y cama. Una cama compartida, sí, pero ya no con la pareja, sino con el enemigo. Ése es el destino futuro de los más jóvenes: compartir su insomnio con el enemigo. Y fingir que algo así es hermoso y feliz. Y terapéutico.
La nómina salarial de los trabajadores ya no tendrá los complementos retributivos conocidos, sino que tendrá chistes y gracias propios de un meme. El meme tiene nombre feliz, y se llama «salario emocional». ¿Cuál es el contenido de esta memez denominada «salario emocional»? Pues el habitual: creatividad, voluntariado, conectividad, liderazgo proactivo, movilidad, inteligencia emocional... y cuantas simplezas se le ocurran al actor de turno contratado para difundirlas.
No olvidemos que el voluntariado es una forma de esclavitud, consentida en hombre de un supremacismo moral, en virtud del cual se trabaja gratis para un desconocido. Algo así como el «Dios te lo pague» de los tiempos de antes, pero con más cinismo y gracejo. Por otro lado, hablar de inteligencia emocional es lo mismo que hablar de ignorancia emocional, es decir, nada y lo contrario, porque uno y otro es lo mismo, y al unísono. La movilidad oculta realmente el zarandeo del trabajador, reducido a títere o pelele de la república internacional del dinero.
Las fronteras entre lo propio y lo ajeno se esfuman, legal o ilegalmente, y las diferencias entre lo mío y lo tuyo se desvanecen. Todo es de todos, porque nada es, en realidad, de nadie. Y cuando algo es de todos, lo es porque nadie tiene nada. Disfruten de la globalización del nihilismo. Pero no pretendan que yo me lo crea.
Jesús G. Maestro
El timo del «salario emocional» y la pérdida de toda propiedad privada
Las ideologías se han convertido hoy en el timo de las democracias. En su origen, las ideologías respondían de forma sintética a intereses gremiales, esencialmente laborales y económicos. Hoy son sólo consignas emocionales y neuróticas. En ocasiones, incluso, imperativos psicóticos.
Su destino no es resolver los problemas, sino preservar el enfrentamiento y la división. Negar la experiencia compartida.
Toda ideología contiene de forma oculta, disimulada y por supuesto latebrosa, objetivos contrarios a los de la mayor parte de la población, la misma población que se adhiere, ignorante, a la promoción de esas capciosas ideologías ablativas y limitantes.
Miedo, mentira y culpa forman parte de la comparsa mediática y masiva. El magnetismo del abismo, es decir, la mayor paradoja de las democracias: administrar la discordia emocional de la población a través de las ideologías.
Todos los debates y conflictos políticos actuales remiten a una única cuestión, que nadie se atreve a plantear explícitamente: ¿hay en realidad algún interés en la globalización por mantener la democracia? ¿Para qué quiere un mercado internacional ese conjunto de Estados que sólo molestan en la posesión exclusiva de un monopolio mercantil ajeno a todos ellos? El mercado no quiere división de poderes. El mercado hoy solo quiere su propio poder. Y sólo negocia con su propio poder.
Imposibilitar la propiedad privada no es lo mismo que prohibirla: es algo mucho peor. Es servirse seductoramente del procedimiento contrario a la prohibición para llegar al mismo objetivo: privar al ser humano de libertad y de supervivencia autónoma. Antonio Escohotado llamó a estos últimos «comunistas», mientras que Paolo Prodi calificó a los primeros de «tramposos». Unos y otros representan sendos caminos para alcanzar el mismo destino: el totalitarismo de la globalización. En suma, estas son las cuatro formas esenciales de hurto a lo largo de la Historia: robo, trampa, corrupción y... negación de la propiedad privada.
Jesús G. Maestro
Cuatro formas esenciales de robar a lo largo de la Historia: a la última no podrás sobrevivir...