La explosión de la llamada inteligencia
artificial en nuestras vidas trae para más de uno de nuestros amigos y colegas
grandes inquietudes y preocupaciones. Debería llamarse más bien inteligencia
programada, sin duda artificialmente, pero el sintagma procede del inglés, y
las lenguas anglosajonas son muy sintéticas en todo. Digo sintéticas, no planas.
Esto las convierte en lenguas muy útiles en los procesos comunicativos básicos
y elementales, pero las esteriliza, y muy severamente, para un uso literario.
No por casualidad Inglaterra no tiene un Quijote.
Y no por casualidad Shakespeare no escribió ni novelas, ni cuentos. Ni más allá
de 150 sonetos. Pero hay quien lo compara con Cervantes, acaso porque no ha
leído con atención a ninguno de los dos. El éxito de muchas obras literarias se
debe a que la mayor parte de las personas inteligentes no las han leído.
Borges, sin embargo, estaba más orgulloso de lo que leía que de lo que
escribía. Sin duda tenía razón. No se lo niego. El narcisismo de la modestia
es, a veces, sincero.
Sea como sea, la literatura exige una
complejidad que el uso sintético del lenguaje no siempre permite. No
confundamos el conceptismo de un Quevedo, quien con cuatro palabras decía
cuatro mil cosas, a cual de ellas más provocativa, que el estilo plano de las
etiquetas y emoticonos propios de las redes sociales made in USA.
Pero la inteligencia artificial ha venido
para quedarse. A algunos profesores les inquieta que sus alumnos la usen. Sin
embargo, les inquieta menos el uso que ellos mismos hacen de ella para sus
propios fines. El lenguaje de la inteligencia artificial es muy plano, a menos
que cada uno de nosotros use su propia inteligencia natural para darle un
relieve particular y propio, en cuyo caso, la inteligencia artificial es poco o
nada útil.
Los textos que genera la inteligencia
artificial no tienen personalidad, tienen coherencia. Sé que no es poco, en
estos tiempos de emoticonos y barbarie ortográfica. Pero a veces la perfección
carece de vitalidad. Las palabras de la inteligencia artificial ofrecen datos y
contenidos, pero son fríos e inertes. Es todo lo contrario a la literatura
clásica y la poesía verdadera.
Podríamos decirle a la inteligencia
artificial lo que le hemos dicho alguna vez a algún doctorando que nos presenta
su tesis doctoral en el correspondiente tribunal académico: «Usted aquí nos
presenta datos, pero no ideas. Nos expone hechos, pero no soluciones prácticas.
Hay definiciones, pero no demostraciones. Tiene los materiales, de acuerdo:
ahora, haga la tesis». El doctorando, en
tiempos, al oír esto, se quedaba pálido. Hoy, sin embargo, lo interpreta como
un elogio cum laude, y prosigue sonriente y feliz su disertación,
demostrando que sabe leer más o menos correctamente el papel que tiene delante.
Pero no entiende lo que oye.
La inteligencia artificial, por su parte,
siempre escucha y siempre responde. Nunca enmudece. Jamás niega la palabra y
sabe ser educada (a diferencia de cierta gente). Como muchas personas, también carece
de vergüenza, de modo que nada la altera emocionalmente. En una época como la
nuestra, donde todo el mundo presume de vender y comprar emociones ―veremos a
ver si en el futuro se sigue hablando de inteligencia emocional (como si
hubiera alguna que no lo fuera)― la inteligencia artificial carece totalmente de
emociones. Curiosa paradoja.
De todos modos, no es un disparate afirmar
que inteligencia artificial e
inteligencia natural viajan juntas, y que la primera es resultado de la
segunda. Cuestión posterior es que con el uso de lo artificial lo natural pueda
llegar a atrofiarse generación tras generación. Y que el resultado final de
esta cadena sea un eslabón que no sabe qué hacer con lo que siente pues no sabe
expresar lo que piensa: y no lo sabe porque, sin darse cuenta, ya no piensa.
Cuando le exigimos emociones
a la inteligencia artificial le exigimos que haga el ridículo. Y si no nos
percatamos de este ridículo es porque el problema de percepción lo tenemos
nosotros, no la IA.
Resultaría muy peligroso que el uso de la
inteligencia artificial pudiera hipotecar el uso de la inteligencia natural.
Pero lo cierto es que todo puede ocurrir, porque del futuro nada está excluido.
La inteligencia artificial se hereda a través del desarrollo de las ciencias,
de generación en generación, pero la inteligencia natural, no. No nacemos
sabiendo. Nacemos llorando. Por algo será. La placenta materna es mucho más
cómoda que cualquier rincón de este mundo.
La inteligencia artificial es un instrumento
para el desarrollo de las posibilidades de la inteligencia natural y personal. Usada
de forma inadecuada puede destruir toda la capacidad intelectual de un ser
humano. Y de toda una sociedad igualmente humana. La ciencia no es peligrosa,
pero el uso que se hace de ella puede ser letal.
¿Inteligencia natural o inteligencia artificial?