El éxito de innumerables obras literarias
se debe a que muchas personas inteligentes no las han leído. (Pido perdón por
pensar en Borges). Seguramente porque han dedicado su tiempo, su profesión, su
vida, a actividades más valiosas. No digo más útiles, digo más valiosas.
Es muy posible que la literatura que
conocemos, acaso la mayor parte de la literatura que conocemos, haya sido
interpretada y codificada en cada momento histórico por las personas menos
inteligentes en el ejercicio del pensamiento científico.
Nótese que no hablo de pensamiento
filosófico. Porque desconfío de los filósofos que carecen de conocimientos
científicos. No se olvide que las Ciencias son el fundamento de la Filosofía.
No se puede filosofar desde la ignorancia (a menos que uno tenga por clientes a
necios a los que quiera preservar en su genuino tercer mundo semántico). Y
menos aún hablaré de pensamiento crítico, porque la crítica es un modo de
pensar un contenido, y no una forma ocurrente de adjetivarlo.
El engreimiento que caracteriza
mayoritariamente a todo tipo de autores e intérpretes literarios, así como la
endogamia delatora que los apremia ―en grupúsculos que funcionan como
grimorios―, no hace más que añadir renovadas sospechas a este presunto secreto,
que, con inquietud verdadera, considero el más desafortunado de la literatura.
Lo subrayo: temo que el éxito de innumerables obras literarias se debe a que muchas personas inteligentes no las han leído. Ni las leerán.