Sobre el premio Nobel de literatura de 2016 a Bob Dylan






Lo sorprendente no es que el premio Nobel de literatura de este año haya recaído sobre quien ha recaído. No. Lo sorprendente es la sorpresa de la gente, de los consumidores, de los letrados, de los cultos, de los periodistas inventariando opiniones, de unos y otros... perdiendo el tiempo con este tema, por otro lado tan ridículo.

¿De qué os sorprendéis?

¿De que los premios no son un reconocimiento de méritos, sino una delación de alianzas e influencias?

¿Acaso los premios, a su modo, no son, como la guerra, en su contexto, una prolongación de la política?

¿Acaso no es más sorprendente, y vergonzante, vivir, como vivimos, desde hace incontables décadas, en la Universidad y fuera de la Universidad, en los colegios y en los institutos, en los periódicos y en la política, sin una idea, sin un criterio, ni definido ni indefinido, de lo que es literatura?

¿Acaso no se os ha educado en la convicción de que no se sabe lo que es literatura, de que no se puede saber, de que no se puede definir la literatura?

¿Acaso no vivís en una sociedad, en un continente, en un Estado, en el que todo el mundo culto y semiculto y pseudoculto se jacta de que cada cual puede decir lo que quiera, sentir lo que le dé la gana, y hacer y transmutar lo que le plazca?

¿Acaso creéis que vuestra opinión vale más que los hechos decididos y consumados de un Jurado que puede hacer lo que le dé la gana solo para que vosotros hagáis un ridículo aún mayor que lo decidido por el propio Jurado, comentando aquí y allá, porque poco más tenéis que hacer, lo que ese Jurado ha fallado?

No vale acordarse de la literatura sólo cuando truena.

Si queréis vivir sin criterios, no se los exijáis a un Jurado.

Ingenuos.

Estáis haciendo el papel de extras en una película en la que el público es ese Jurado que, con su decisión, se está riendo ahora mismo de todo dios.