¿Quieren ir a la guerra nuestros abuelos?

 



 

En los últimos días hemos tenido ocasión de leer en varios medios de comunicación artículos escritos por intelectuales (de cuyo nombre, con permiso de Cervantes, no quiero acordarme) que se mostraban partidarios de «hacer Europa o morir». Tales eran sus palabras: «Aquí se hace Europa o se muere». Ese era su lema y su exigencia. En síntesis: Europa o muerte.

Creo que, para broma, es algo pesada. Y si la cosa va en serio, ya adelanto que conmigo no cuenten. Naturalmente, cada cual tiene su opinión, sus ideas y sus voluntades. Pero en este llamamiento, tan grandilocuente como inquietante, hay varias cuestiones que me llaman la atención.

En primer lugar, me hace pensar en exigencias de otros tiempos, que, por desgracia, siempre pueden volver. Tiempos en los que alguna autoridad militar gritaba «¡Viva la muerte!» o «¡Mueran los intelectuales!». Sabemos a qué me refiero: Salamanca, 12 de octubre de 1936. Millán Astray y Miguel de Unamuno. Lo sorprendente es que hoy quienes parecen parafrasear esas palabras no son militares, sino intelectuales. Dicho de otro modo, no están en el oficio de Millán Astray, sino en el de Miguel de Unamuno. Curioso cambio.

En segundo lugar, quienes afirman eso de «Europa o muerte», que suena parecido a «Patria o muerte», son sexagenarios o más. Su edad es la edad que corresponde a venerables y respetables abuelos. ¿Quieren ir a la guerra nuestros abuelos? ¿Quieren tal vez nuestros abuelos enviar a la guerra a sus nietos? ¿También a sus nietas? No logro identificar a estos abuelos con mis abuelos, ni con los abuelos de mi generación, que vivieron en carne propia guerras y posguerras terribles, y sabían muy bien lo que significaba la palabra «guerra», y la realidad que entraña una guerra y su posguerra. 

En tercer lugar, quien exaltaba este imperativo bélico y europeísta, al grito de «Europa o muerte», declaraba sin ningún rubor que él mismo asistía y asistiría, por internet o teléfono móvil, a las manifestaciones que se organizaran para defender esta conjunción alternativa de términos: o entre todos hacemos «una» Europa «grande» (y no añadiré «libre», los dioses me preserven de ello), o morimos todos. Supongo que espera que todos vayamos a la guerra también por internet o teléfono móvil.

Cuando menos, todo esto resulta inquietante. Y lo es porque da la impresión de que una generación de búmeres, los nacidos en el llamado baby-boom, entre 1950 y casi 1970, aproximadamente, quieren organizar una guerra a la que irían los milenaristas o millennials, es decir, sus nietos. Y nietas. Porque la igualdad lo es ya, para bien y para mal, en la salud y en la enfermedad. Se dice que vivimos en una sociedad enferma. Confieso llevar en este mundo ya 57 inviernos consumados, y no he conocido ninguna sociedad ―ni época vivida― que no estuviera gravemente enferma de varios males juntos y simultáneos.

Pero lo que me causa mayor decepción es esta naturalidad, por parte de una generación de abuelos intelectuales, para enviar al frente a una generación de nietos inocentes, en el más amplio y menos inocente sentido de la palabra «inocente».

Puedo aceptar que más tarde o temprano nos levantemos con el anuncio, no sólo publicitario, como ocurre hoy, de una guerra, sino con la declaración oficial de un Estado de Guerra, tal como hace apenas un lustro vivimos la instauración de un Estado de Alarma. Pero esta guerra de la que se habla, y de la que hablan, ante todo y ante todos, los intelectuales, me llama mucho la atención, por ciertos detalles muy extraños y paradójicos.

¿Quién va a ir a la guerra? Las fuerzas armadas, sin duda. Pero... ¿son suficientes recursos humanos los actualmente disponibles? ¿Se movilizará a los milenaristas, hombres y mujeres, para ir a los frentes de guerra? ¿Pueden jóvenes que apenas salen de su casa para pasear el perrito y consultar el móvil gestionar obediente y eficazmente una maquinaria militar? ¿Una generación de búmeres educados en el pacifismo va a enviar a la guerra a una generación de milenaristas pacificados hasta la médula? ¿Cómo puede hacer la guerra alguien a quien deprime ver su examen corregido con bolígrafo rojo?

En condiciones sociales de este tipo, una guerra es imposible. Habrá invasión, pero no guerra. Porque para que haya guerra es necesario que dos o más bandos militarizados luchen mortalmente. Y por nuestra parte no veo a los gozques empuñando las armas, ni defendiendo ningún territorio geográfico, como tampoco veo a sus dueños hacerlo.

No nos equivoquemos: cualquier potencia militar que se atreva puede tomar Europa en cuestión de días. Y le sobra tiempo. Si eso no ocurre es porque aún no se lo han propuesto, y, sobre todo, porque ya no es necesaria la fuerza de las armas para apoderarse de la voluntad de una sociedad que no usa la inteligencia, porque ya no la tiene, si no es para amedrentar a sus ciudadanos con amenazas ancestrales.

Las guerras se ganan sin disparar una bala cuando se advierte al enemigo que obedecer es más rentable que rebelarse. La guerra es la distancia que separa a los idealistas de la realidad. El futuro de Europa es obedecer. Y dedicarse a la publicidad de lo que se le ordene.

El poder ya no está en nuestra geografía. Hoy los esclavos, como antaño los bárbaros, ya no son los extranjeros: hoy los esclavos, como los bárbaros de siempre, somos nosotros. Y no lo sabemos (todavía). Antes de enfrentarnos a una mariposa o a una velutina, nos adaptaremos y convertiremos en insectos, porque ya no somos capaces de ser un entomólogo.


Jesús G. Maestro
Faro de Vigo, 13 abril 2025.




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