A veces hay que salir de la Historia para interpretar la literatura.
Pero salir de la Historia no significa abandonarla, sino todo lo contrario: divorciarse de la Historia exige haberla atravesado antes retrospectivamente.
¿Qué ocurriría si rebasáramos la Historia de la Literatura penetrando en los materiales literarios desde sus más genuinos orígenes, interrogándonos acerca de su primigenia concepción? ¿Por qué nace la literatura? ¿Cuál es su genealogía? ¿Qué y quiénes la engendran? ¿Cuál es su núcleo? ¿Por qué su desarrollo estructural se abrió camino a través de sociedades políticas y racionales, y no a través de sociedades irracionales, primitivas y bárbaras? ¿Cuál ha sido y es la relación entre literatura y religión?
¿Por qué la censura de poderosos moralistas, junto a regímenes autoritarios feroces, no ha logrado extinguir la construcción, comunicación e interpretación de materiales literarios (autores, obras, lectores, intérpretes o transductores)?
Por qué hoy la literatura se niega como objeto de conocimiento científico, sobre todo en las universidades, de las que pronto será definitivamente expulsada, a la par que, con obstinada insistencia, en nombre de esa falacia de la political correctness, se exige su interpretación a la sombra de una determinada ideología feminista, indigenista, nacionalista o etnocrática?
¿Por qué hemos pasado del mito de la «literatura comprometida» al imperativo de una literatura comprometidamente interpretada en favor de esta o aquella fratría, lobby o gremio político-social?
En este capítulo III de la Crítica de la razón literaria se trata de dar una respuesta a estas y otras cuestiones,
aún más críticas, provocativas y necesarias, que las que se han antemencionado.